2.14. El último junker

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor Pinzás tiene madera de héroe. Se ha rendido Austria. Se ha rendido Alemania. Se ha rendido el Káiser. Y el señor Pinzás continúa de imperialista, de discípulo de Hindenburg y de prosélito de Bethmann Hollweg. No transige con los ideales y los países vencedores. Se niega a firmar la paz con Wilson. Permanece atrincherado dentro de su germanofilia con su bandera de beligerante al tope.
         Su porfía es extraordinaria, ejemplar y asombrosa.
         Los liberales andan, por supuesto, muy alarmados con esta resistencia espartana del señor Pinzás. Uno de los secretarios del partido, el doctor Sebastián Lorente y Patrón, cree que el señor Pinzás se ha intoxicado con la filosofía truculenta de Von Bernhardi. Que no se trata, pues, sino de un caso de intoxicación paulatina. Que el señor Pinzás se halla, por ende, en la condición clínica de un morfinómano o de un opiómano. Y que no necesita sino un buen tratamiento médico.
         Por lo demás los liberales no tienen el sereno discernimiento científico del doctor Lorente y Patrón. Se desazonan, se “azarean”, se confunden. Piensan que la presencia de un germanófilo irreductible en sus filas compromete la filiación democrática del partido. Y tiemblan ante la posibilidad de que el señor Pinzás pronuncie en la Cámara de Diputados otro discurso germanófilo.
         Sagaz, zalamero y solícito le habla el doctor Durand al señor Pinzás:
         —Mire usted, Pinzás. Usted no está bueno. Está usted muy pálido. Está usted muy desmejorado. Necesita usted un descanso. ¿Por qué no se va usted a Huánuco? A usted le conviene un poco de quietud, de reposo y de aire puro. Váyase, Pinzás, por quince días a lo menos.
         El señor Pinzás, denodado y recio como un mortero alemán, mueve la cabeza:
         —¡Imposible!
         El doctor Durand cambia rápidamente de táctica:
         —Bueno. ¡Pero no vaya a la Cámara siquiera! Usted no está bueno.
         Está usted muy pálido. Está usted muy desmejorado.
         Mas el señor Pinzás se niega siempre:
         —¡Imposible también!
         Y entonces el doctor Durand no sabe contenerse:
         —Bueno. Vaya usted a la Cámara. ¡Pero no hable! No hable usted porque le haría daño. Usted no está bueno, Pinzás. Usted no está bueno.
         Y abraza al señor Pinzás con la ternura más grande.
         Otros correligionarios del señor Pinzás se soliviantan, se sulfuran y se desbordan. El señor Urquieta, por ejemplo. El señor Urquieta, que en estos días ha estado a punto de salir a las calles con gorro frigio, no le perdona al señor Pinzás la persistencia recalcitrante de su imperialismo.
         Y prorrumpe en indignadas exclamaciones:
         —¿Cómo es posible que un miembro del partido liberal resulte partidario de una autocracia? ¡Qué va a pensar, cuando lo sepa, el presidente Wilson! ¡Qué va a decir el presidente Wilson del partido liberal del Perú!
         Y se agarra la cabeza.
         Inútil es que el señor Lorente y Patrón se empeñe en tranquilizarle con un argumento risueño:
         —Oiga usted senador ilustre. A mí no me parece tan grave que el señor Pinzás sea germanófilo. A mí me parece más grave que el señor Chaparro se sistematice en el uso de las medias crudas. Yo creo, francamente, que las medias crudas del señor Chaparro comprometen más al partido liberal que la germanofilia del señor Pinzás.
         El señor Urquieta no se sonríe siquiera.
         Y el señor Lorente y Patrón, travieso y socarrón eternamente, se encamina en busca del señor Pinzás para decirle:
         —Mi querido Pinzás. Suspenda usted momentáneamente sus resuellos y escúcheme una opinión amistosa. ¡No vaya usted nunca a Alemania! ¡Yo estoy seguro de que si usted va alguna vez a Alemania se quitará la vida al pie de la estatua de Bismarck como el general famoso!
         El señor Pinzás suspira conmovido.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de noviembre de 1918. ↩︎