8.10.. Una tregua

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El momento es de la juventud. Nos visita una embajada uruguaya que tiene en sus títulos estudiantiles su más gentil blasón. La federación de estudiantes va a saludarla mañana con el himno de José Gálvez. El señor don Víctor Andrés Belaunde ensaya una estrofa de amor y de ideal. Se aproximan, una tras otra, la fiesta de la raza y la fiesta de la primavera. La musa de los adolescentes incuba ritmos y rimas para los próximos juegos florales. Y se aclama en los claustros universitarios al nuevo maestro de la juventud señor don. Augusto B. Leguía. Los estudiantes campean en todos los sectores de la actualidad peruana. Con motivo de la llegada del señor Brum de ellos es la actualidad social. Con motivo de la fiesta de la primavera de ellos es la actualidad literaria. Hoy todos los sucesos tienen entonación de oda estudiantil.
         Y la nota universitaria más resonante es, por supuesto, la nota política. Esa repentina aclamación del señor Leguía tiene hasta ahora perplejas a las gentes. Es un acontecimiento emocionante, magno y estruendoso que nadie habría sido capaz de predecir.
         El gobierno y sus amigos aseguran que la juventud está perdida.
         Y le preguntan dramáticamente al país:
         —¡Cómo! ¿Esta juventud no se ha contentado con vivar a la revolución en las calles? ¿No se ha contentado con volver chirimico la plancha del señor Manuel Bernardino Pérez? ¿No se ha contentado con sacarle la lengua al gobierno en las puertas de Palacio? ¿No se ha contentado con tantas demasías y atrevimientos?
         Y, después de lanzar estas exclamaciones, suspiran con una pena muy honda para hacer creer que se duelen sinceramente de que la juventud ande descarriada.
         Pero, naturalmente, el público, en vez de conmoverse, se sonríe.
         Sabe que el pardismo no llora por la juventud ni por la universidad ni por la patria. Sabe que llora por cinismo. Que no le aflige que la juventud haya hecho de un político su maestro y su guía. Que únicamente le aflige que ese político haya sido el señor Leguía.
         Grita el público que no hay entonces razón para tanto plañido y tanto lamento.
         Y agrega:
         —La juventud es así. Solo en el Perú se quiere ver a la juventud grave y mesurada. Solo en el Perú se le niega a la juventud el derecho de ser audaz y de ser espontánea. Solo en el Perú se pretende ponerles límites a los arranques de su espíritu y a las efusiones de su sentimiento. Solo en el Perú se ignora que la juventud ha sido, es y será siempre, en todas partes del mundo, revolucionaria y combativa. Y solo en el Perú no se quiere comprender que, si la juventud no fuera capaz de todo denuedo, de todo ímpetu y aún de toda locura, no valdría la pena que hubiese juventud.
         Y, finalmente, pronuncia el público una observación risueña:
         —Esta elección del señor Leguía no ha sido seguramente un golpe más fuerte para los futuristas que para el señor Pardo. ¡A pesar de que el escrutinio de la elección ha tenido la osadía de considerar un voto del señor Pardo al lado de los trescientos y tantos votos del señor Leguía! ¡Y es que los futuristas deben haberse preguntado qué porvenir puede aguardarle a la candidatura presidencial del señor Villarán en los sufragios populares después de la derrota que ha sufrido su candidatura de maestro de la juventud en los sufragios universitarios! ¡En los sufragios de la gente que le conoce, que lo respeta y que lo admira!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de octubre de 1918. ↩︎