7.16. Asamblea vecina

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El domingo se pondrá chaqué y tarro el partido liberal. Así lo ha acordado entre sorbo y sorbo de chocolate, su junta directiva. Así lo ha dicho luego en grandes avisos su rotativo. Así nos lo había anticipado en una esquina, zalamero y solícito, el señor Pinzás.
         El público espera esta asamblea liberal con la mirada muy atenta. Y hay muchas razones para que ocurra. No solo es que esta asamblea va a presentarnos vestido de parada al partido liberal y no, como antaño, en momentos de conspiración y desventura sino en momentos de poderío y hegemonía. No solo es que esta asamblea va a indicarnos el pensamiento del doctor Durand y de su proselitismo acerca del problema de la sucesión presidencial. Es, principalmente, que esta asamblea va a hacernos conocer a distintos y novísimos adherentes del liberalismo.
         Muchos que eran liberales han dejado de serlo durante los tres años de apogeo del partido liberal; pero muchos que no eran liberales han comenzado a serlo durante esos mismos tres años de apogeo. Un partido gana en popularidad cuando está en las barricadas de la oposición. Pero, igualmente, gana en personal figurativo y en ropaje social cuando está en las alturas del poder. La jornada cívica, el mitin revolucionario y la montonera andina son antiestéticos. Los ama únicamente el pueblo descamisado y tumultuoso.
         El gobierno le ha quitado al doctor Durand y al partido liberal mucha aureola callejera; pero ha mejorado su élite representativa y directriz.
         Y, además, acontece que en estos años el doctor Durand ha perfeccionado sus facultades de sugestión. Es ahora más sagaz, más persuasivo y más insinuante que en sus bizarros tiempos de cabecilla jacobino. Se ha aclimatado dentro de la diplomacia y la galantería. Y algunos de sus amigos, el señor Pinzás principalmente, lo secundan con eficacia en su labor de capacitación y conquista.
         El señor Pinzás no era acaso un buen auxiliar del doctor Durand para las andanzas azarosas y truculentas de la revolución —varón demasiado estudioso, demasiado sereno y demasiado gordo, no podía avenirse con la vida del vivac y la correría lo mismo que con la vida del parlamento, y el periodismo. Pero, en cambio, es actualmente, un precioso auxiliar del doctor Durand para sus empresas tranquilas e incruentas de la ciudad y de palacio.
         Nos parece, verbigracia, que el señor Pinzás ha tenido participación sustancial en una de las más valiosas adquisiciones recientes del liberalismo: la de nuestro ilustre amigo el doctor don Sebastián Lorente y Patrón.
         Movido probablemente por las inspiraciones de sus lecturas cotidianas, el señor Pinzás pensaba tal vez que en un partido no debía faltar un médico alienista. Pensaba tal vez que en un partido era indispensable un profesional capaz de curar cualquier locura y de prevenir cualquier desequilibrio. Pensaba tal vez que en un partido peruano esta necesidad había de ser forzosamente mayor que en ningún partido de la tierra. Y, asimismo, pensaba tal vez que el doctor Lorente y Patrón, ávido de especulación científica, no podría desperdiciar la coyuntura de averiguar para qué podría servirle un alienista a un partido nacional.
         Y ahora, sin duda alguna, el señor Pinzás sonríe contento, mientras el doctor Lorente y Patrón se prepara a distribuir sus horas y sus energías entre el manicomio de la Magdalena y el partido liberal.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de septiembre de 1918. ↩︎