7.15. El civilismo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Bajo el gentil gobierno del señor Aspíllaga, el partido civil se empeña en concentrarse. Cree que ha llegado la hora de que se acaben los cismas, de que se abracen los disidentes, de que se junten los dispersos, de que se olvide el pasado y de que, en una palabra, se agrupen todos los civilistas de la república. Y pregona en voz alta su ideal de que un mismo techo, una misma bandera y una misma ambición concierten y armonicen el sentimiento del civilismo.
         El proyecto no es nuevo naturalmente. Desde el día en que la primera escisión amenguó su poderío, el civilismo notó la necesidad de volver a ser uno. Todos los grupos civilistas convinieron en que no estaba bien que el civilismo anduviese dividido.
         Pero la unificación fracasó siempre. Fracasó, fracasó, fracasó invariablemente. Hubo esperanzas de feliz éxito cuando se puso la jefatura del partido en las manos prudentes, sabias y sagaces del señor don Javier Prado, personaje respetado y querido por todas las facciones del partido civil. Pero vino enseguida el conflicto entre el gobierno y el señor Prado y los civilistas volvieron a fraccionarse. Unos se llamaron pradistas. Y otros se llamaron pardistas.
         Ahora los civilistas creen que la unificación se hará. Dicen que antes la unificación era un problema porque se pretendía que comprendiese al civilismo leguiísta. Pero que, poco a poco, el civilismo leguiísta ha dejado de ser civilismo para ser leguiísta únicamente y, por añadidura, se ha asociado a muchos enemigos del civilismo.
         Además, hoy la unificación no solo no será con el civilismo leguiísta. Sino contra el civilismo leguiísta. Los civilistas adictos al señor Leguía no solo han perdido su título de civilistas. Según los demás civilistas han adquirido, en cambio, título de vituperables apóstatas.
         Precisamente el próximo regreso del señor Leguía al Perú incita y apresura a los civilistas a reorganizarse y entonarse. El nombre del señor Leguía es para los civilistas una palabra agorera. Y el señor Leguía es el enemigo supremo.
         Así, pues, vamos a asistir no a una unificación estimulada por el anhelo del triunfo común sino a una unificación estimulada por el miedo al peligro común. Los civilistas se reconcilian, más que para seguir en el poder, para evitar que el poder vuelva al señor Leguía.
         Pero se reconcilian siempre.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de septiembre de 1918. ↩︎