3.2. Mayo pleno

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Este mes de mayo hace pensar a la gente en el problema presidencial. Viviéndolo, pesándolo y saboreándolo, se acuerda la gente de que el otro mes de mayo se aproxima. Y se dice que el otro mes de mayo es el mes de los sufragios, de las ánforas, de las “mesas”, de los clubes, de los discursos, de las escrutadoras y de los tumultuosos “cierra puertas” criollos.
        Un acontecimiento ha acentuado la fisonomía trascendental de este mes de mayo. Ha sido la llegada del doctor Augusto Durand. Y el anuncio de que se queda entre nosotros, de que no regresa más a Buenos Aires y de que se restituye a su antigua actividad de político y a su moderna actividad de periodista.
        Parécele a la gente que el doctor Durand ha venido solamente para decirle a sus prosélitos y a sus adversarios:
        —Fíjense en que llego en el mes de mayo. ¡Y fíjense en que el mes de mayo es el de nuestra gran efeméride revolucionaria!
        Y, por esto, busca la gente el automóvil del señor don Ántero Aspíllaga, para ver si la candidatura de nuestro gentleman millonario camina con la misma confianza de antes en su gasolina, en su chauffeur, en sus flores, en sus caballos de carrera y en su ingenio.
        Pasa por las calles silencioso y discreto, sonando afablemente su bocina el ilustre automóvil del señor Aspíllaga; y advierte la gente que la candidatura civilista sigue alentada por la fe más entera, más inquebrantable y más firme en sus destinos.
        Mas el comentario callejero observa que el señor Aspíllaga sale de Palacio cuando el señor Bernales entra y que el señor Aspíllaga entra a Palacio cuando el doctor Durand sale. Y que el señor Pardo habla muy largo con el señor Bernales y muy largo también con el doctor Durand, aunque no lo hayan subrayado maliciosamente los periodistas del decano.
        Y hay aseveraciones enérgicas:
        —¡El doctor Durand ha venido a tumbar de un soplo la candidatura del señor Aspíllaga!
        Pero hay asimismo incredulidades:
        —¿De un soplo no más?
        Y se vuelve a buscar con los ojos el automóvil del señor Aspíllaga para sentirlo nuevamente muy alegre, muy ufano y muy satisfecho. Tan alegre, tan ufano y satisfecho como el automóvil del gran ministro bolchevique señor don Víctor Maúrtua que corre por la ciudad y por el campo en pos del abaratamiento.
        Con tantos candidatos en las manos —candidato liberal, candidato civilista, candidato demócrata, candidato poliédrico, candidato convencional —acaba exclamando la gente:
        —¡Todavía no hay candidato!
        Y aclarando luego:
        —¡Candidato del señor Pardo!
        Porque resulta que para que el señor Pardo tenga candidato se necesita que venga el señor Leguía, que salgan a las calles las muchedumbres, que comiencen las jornadas cívicas y que se arrebaten los papeles impresos.
        Y no es que el señor Leguía puede ser candidato del señor Pardo: Es que puede dárselo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de mayo de 1918. ↩︎