2.3. Ternas regionalistas

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Otra vez estamos delante de una terna para vocal de la Suprema. De una terna como dice el público y de dos ternas como dicen los periódicos. Y otra vez estamos delante de un sillón vacante del primer tribunal de la república como dice todo el mundo.
        Esta vez no es candidato el señor don Víctor Maúrtua. No es candidato tampoco el señor don Ezequiel Muñoz. Ni siquiera figuran en las ternas los nombres que aguardaba toda la gente. Ahora los candidatos son más modestos, menos sonoros, más pequeños, menos ruidosos. Pero todos son candidatos del señor Pardo. Todos y ninguno.
        Asombrada ha exclamado la gente de la ciudad con una terna en cada mano:
        —¡Pero, cómo no han puesto al doctor Lanfranco!
        Y luego:
        —¡Pero, cómo no han puesto al doctor Cisneros!
        Y después:
        —¡Pero, cómo no han puesto al doctor Correa y Vellán!
        Y finalmente:
        —¡Pero cómo no han puesto al señor Matta!
        Y es que la gente de la ciudad sabía que el señor Pardo se había comprometido a poner en las ternas al doctor Lanfranco, al doctor Cisneros, al Dr. Correa y Vellán y al Dr. Matta. Sabía que les había empeñado su palabra de honor. Sabía que les había declarado que les dejaba cancha libre. Y sabía, además, que esto de la candidatura iba a hacerle presenciar una lucha muy reñida, muy complicada y, por ende, muy interesante.
        Pero es que no sabía algo mucho más grande, mucho más magno y mucho más trascendental. Que el señor Pardo, después de su compromiso, había llamado al doctor Cisneros, al doctor Lanfranco, al doctor Correa y Vellán y al doctor Matta, para pedirles que lo libraran de él. Y que, uno por uno, habían pasado por el despacho presidencial los cuatro poderosos contendores.
        Y que unos más que otros habían puesto en un aprieto al señor Pardo hablándole de esta guisa:
        —Usted ha contraído con nosotros un compromiso. Usted puede cumplirlo o no cumplirlo. Usted es muy dueño de respetarlo o no respetarlo. Usted es el presidente de la República. Usted es el señor Pardo. ¡Pero no nos pida usted nada! ¡Usted para qué pide! ¡Si usted manda!
        —Yo les pido a ustedes un favor personal, un favor amistoso, un favor hidalgo. Les pido que me devuelvan la palabra que les he dado.
        —¡Pero es que nosotros estimamos mucho su palabra! ¡La palabra del señor Pardo! ¡La palabra del presidente de la República! ¡Y nos queremos quedar con ella! ¡Y no se la devolvemos!
        —¡Mi palabra es mía!
        —¡Por eso, quítenosla usted! ¡Usted mismo! ¡Nosotros no se la devolvemos! ¡La queremos mucho!
        Así el señor Pardo se había ido sintiendo libre de deudas. Así había ido recuperando su palabra. Unos se la devolvían y otros no querían devolvérsela. Pero entonces el señor Pardo se la quitaba. Y se hacía la ilusión de que se la habían devuelto.
        Quienes andan enterados de esta toma y daca se preguntan por qué el señor Pardo se ha conducido así. Y se contestan que será porque tiene un candidato. Pero se preguntan luego cuál es este candidato. Y entonces no o encuentran. Aunque lo buscan desesperadamente, aunque lo buscan sin descanso, aunque lo buscan con luna de aumento, no lo encuentran.
        Alguien asevera:
        —El candidato del gobierno es el doctor Santos. ¡El doctor Santos de la Corte del Cuzco! ¡Que es como quien dice el doctor Santos de la Corte de Palcaro!
        Pero nadie le cree.
        Y alguien quiere producir asombros:
        —El gobierno no tiene candidato.
        Y alguien se acerca enseguida a la verdad. Pero tampoco le cree nadie:
        —Todos los candidatos de las ternas son candidatos del gobierno. ¡Todos son candidatos del señor Pardo! ¡Pasa que el señor Pardo no quiere que esta vez su candidato salga derrotado como la vez pasada! ¡Y por eso tiene seis candidatos en lugar de uno! ¡Para ninguno de sus candidatos hay contendor!
        Pero las gentes continúan sin convencerse.
        Y prefieren conformarse risueñamente con esta explicación traviesa:
        —Lo que ocurre es que estas ternas son federalistas. El señor Pardo ha deseado hacerle un homenaje al regionalismo. Y por eso no ha puesto el nombre de ningún vocal de la Corte Superior de Lima. ¡Todo no es, sino que la descentralización progresa!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 5 de abril de 1918. ↩︎