1.6. Ruta conocida

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Halado por sus caballos de carrera camina el carro de la candidatura de Aspíllaga. El señor don Baldomero Aspíllaga, el insigne presidente de la Compañía Peruana de Vapores, es su automedonte. Y el señor Pardo, el gentil caballero que nos manda, es su padrino.
        Este carro de la candidatura Aspíllaga no recorre una ruta desconocida. Recorre una ruta familiar. Una ruta que no tiene vericueto ni bache ignorados por los señores Aspíllaga y por sus parciales. Una ruta que obstruyeron en 1912 las jornadas cívicas de las plebeyas muchedumbres billinghuristas, acaudilladas por el Conde de Lemos, que no era conde todavía. Una ruta cuya meta esperan alcanzar ahora los señores Aspíllaga con la gracia del Sr. Pardo y la pujanza de sus automóviles.
        No es aún visible para las muchedumbres criollas la candidatura Aspíllaga. Para serlo, necesita subir a la presidencia del partido civil. Hacia esta posición, ocupada hasta hoy por nuestro señor D. Javier Prado, avanza actualmente la candidatura Aspíllaga. Avanza a toda carrera.
        El civilismo se prepara para reunirse en el General de Santo Domingo, o en cualquier otro General más o menos histórico, y poner al señor don Ántero Aspíllaga en la presidencia del partido. Quisiera el señor Aspíllaga que el civilismo pudiera con la misma facilidad ponerlo en la presidencia de la República. Pero desgraciadamente el civilismo no es aún todopoderoso.
        Convergen las miradas nacionales sobre el señor don Javier Prado para atisbar su sentimiento. Y aquellas miradas que aguardaban hallarlo apenado se sorprenden de hallarlo risueño. El señor don Javier Prado se marcha del partido civil tranquilo y contento. A su amor propio le sobra con que el señor Pardo no le haya obligado a irse. Y con haber permanecido en la presidencia del civilismo todo el tiempo preciso para mantener desazonada el ánima del señor Pardo.
        Piensa la gente que el señor Prado puede dejarlo en cualquier momento al señor Aspíllaga el título de presidente del civilismo. Pero que no puede dejarle en cambio el título de maestro de la juventud. Ni el título de profesor de energía. Y que con estos títulos se conforma el señor Prado. Que no podría conformarse en cambio con el solo título de presidente del civilismo destinado a alborozar al señor Aspíllaga.
        Muy pronto hemos de ver, pues, al señor don Ántero Aspíllaga en la presidencia del partido civil. Una vez en esa presidencia el señor Aspíllaga se va a sentir tal vez muy cerca de la presidencia de la República. Le va a parecer que la presidencia del partido civil es la antesala de la presidencia de la República. Y que el señor Prado va a salir de esa antesala para que él entre en ella.
        Pero, sin embargo, hay gente amiga del señor Aspíllaga, aunque escéptica y vacilante, que no comparte su optimismo y que no se solidariza con su esperanza. Gente que aguarda que de repente surjan otra vez las jornadas cívicas. Y que le dice al señor Aspíllaga:
        —¡Señor! ¡Conocemos el camino de la presidencia! ¡Conocemos sus tortuosidades! ¡Pero no conocemos su anhelado punto final!
        El señor Ántero Aspíllaga, alegre y confiado tiene entonces un reproche evangélico:
        —¡Hombres de poca fe!
        Y, si la gente contradice y le pide que se acuerde de las desventuradas elecciones de 1912, las abruma con un argumento criollo perteneciente a la colección refranera del señor Pérez:
        —¡Preso por mil, preso por mil quinientos!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de marzo de 1918. ↩︎