1.2. Pistas y “Pistos”

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Una de las preocupaciones sustantivas del gobierno del señor Pardo es la del progreso del automovilismo peruano. Y el país siente que esta es una preocupación elegante y distinguida que prueba todo lo que tiene de moderno el espíritu presidencial. Una preocupación que será en la historia nacional la mejor expresión de la fisonomía de este gobierno tan maltratado por el comentario neurótico y descontento de su pueblo.
         El señor Pardo ama al automóvil. Piensa que el automóvil es un hotel trashumante de la fortuna. Sabe que en nuestro siglo andan identificadas indisolublemente la felicidad y la gasolina. Nunca se cree más venturoso que cuando, dentro de su automóvil, huye de la ciudad para correr por sus avenidas. Y, deseoso de la aventura de su pueblo, sueña con que cada peruano tenga un automóvil.
         Mucha gente murmuradora y hosca se obstina en herir y desacreditar estas orientaciones del gobierno del señor Pardo. Lo llaman, por tal motivo, gobierno frívolo, gobierno superficial, gobierno “entalladito”. Soliviantan a la muchedumbre mestiza con su declamación plebeya y altisonante. Gritan que ese dinero que se gasta en ablandar y extender las pistas de automóviles debe ser gastado en saciar el hambre de los descamisados y de los famélicos.
         Pero estas protestas tropiezan con la repulsa de la gente selecta y entallada que aprecia tanto como el señor Pardo las excelencias del automóvil y que comprende tanto como el señor Pardo la necesidad de que nos vinculen con el mar y con el campo muchas pistas mullidas, luengas y regaladas.
         Amparado por el buen gusto nacional, impulsado por el señor Pardo que ha hecho de su protección un capítulo de su programa de gobierno y favorecido por todos los hombres de buena voluntad y elevado sentimiento, prospera y se engrandece el automovilismo en el Perú. Y hasta ha surgido una institución, el Automóvil Club, que merece todas las complacencias, todas las gracias y todas las atenciones del señor Pardo, quien mira en ella una obra de su gobierno próvido y sabio.
         Cotidianamente publican los diarios la noticia de que los personeros del Automóvil Club han dialogado con el señor Pardo para cambiar ideas sobre los arduos e interesantes problemas del automovilismo. Y asistimos a una serie de esfuerzos generosos del gobierno para que se multipliquen las pistas que hemos de recorrer en las tardes displicentes y en las noches voluptuosas.
         Hasta nosotros, resignados comentadores de los acaecimientos peruanos, llegan de vez en vez las tentaciones de la gente que no se conforma con una administración de tan noble sentido estético. Pero nosotros nos defendemos de ellas. Nos declaramos mancomunados con el amor del señor Pardo al automóvil, al mar, al campo y a la velocidad.
         Y solo hoy por primera vez nos consideramos inexorablemente obligados a hacernos eco de un reproche contra el automovilismo del gobierno. Han venido a la imprenta nuestros amigos del Jockey Club conmovidos por la noticia del propósito gubernativo de crear una contribución al sport del hipódromo para aumentar las pistas de automóviles. Y nos han preguntado:
         —¿Les parece bien a ustedes que un presidente gentleman hostilice las carreras de caballos?
         Hemos respondido inmediatamente que no, con todo el fuego de un gran convencimiento.
         Y, fortalecidos por ese no, nuestros amigos de Jockey Club han clamado al cielo:
         —¡No es posible que los caballos de carrera carguen con el peso de los automóviles!
         Tenemos pues que quejarnos acerbamente de un reprobable desvío del señor Pardo. Tenemos que asombrarnos de que un presidente de inclinaciones tan aristocráticas pretenda abrumar con una contribución a las carreras de caballos. Tenemos que decirle que en el espíritu de un gentil hombre el amoral Automóvil Club no debe acentuar el amoral Jockey Club. Tenemos que acometer denodadamente la defensa del gentil espectáculo de las carreras favorecido en otros tiempos por las predilecciones y mercedes del señor Pardo.
         Bien está que se proteja al automóvil. Pero no está bien que se le proteja a costa del caballo de carrera. Reflexionemos en que el caballo de carrera es también raudo, bello, elegante y frágil. Reflexionemos en que, sobre todo, es británico. Y reflexionemos en que se halla, por ende, bajo el auspicio del señor don Óscar Víctor Salomón que posiblemente está resuelto a dar una conferencia al aire libre para probarlo…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de marzo de 1918. ↩︎