9.9. Mañana y tarde

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El Parlamento está fatigado y jadeante. Parece un extenuado peregrino que llega al final de su jornada. Acaso se halla a punto de caer desfallecido al suelo para perecer de calor, de sed y de cansancio como uno de esos pobres camellos de los grabados de historia natural destinados a consternar a los niños sensibles.
         Avanza el Parlamento hacia el término de la segunda legislatura extraordinaria abrumado por el peso de los cuarenta proyectos esenciales y gravísimos que la socarrona convocatoria del señor Pardo echó despiadadamente sobre sus hombros afligidos y débiles.
         Y, para aterrarlo, suenan voces agoreras:
         –¡Habrá otra legislatura extraordinaria! ¡El señor Pardo quiere que el congreso trabaje! ¡El país necesita muchas leyes!
         Protestan entonces los representantes:
         –¿Otra legislatura? ¿Otra legislatura extraordinaria? ¡Preferible será que se nos condene a muerte!
         Y nosotros pensamos que si el señor Pardo vuelve a convocar al Congreso a sesiones extraordinarias será duramente castigado por los mismos representantes de su mayoría.
         Bajo la presidencia del señor don Juan Pardo la Cámara de Diputados anda entregada a una actividad febril que pone sudorosos en demasía a los puntualísimos y honestos diputados provincianos mal avenidos con el calor y peor avenidos con los baños de mar pavorosos y salinos.
         Arrepentida de sus pasadas holgazanerías la Cámara de Diputados trata de dejar sancionados los cuarenta proyectos de la convocatoria. Y la exasperan las largas discusiones. Anhela que los representantes se limiten discretamente a votar.
         El retorno del señor Ulloa a su escaño de diputado por Yauyos tiene alarmada a la Cámara entera. Teme la Cámara que el señor Ulloa, abotonándose valientemente el saco, renueve sus vibrantes intervenciones en los debates parlamentarios complicándolos y encendiéndolos. Y en cuanto el señor Ulloa se pone de pie se estremece de susto hasta la heráldica de yeso de la Cámara.
         Pero el señor Ulloa está ya casi convencido de la ineficacia del esfuerzo. Suele de vez en cuando, como hace pocos días, marcharse del Parlamento para no tornar a él durante una semana. Y, si, de vez en cuando también, no renacieran sus lozanos optimismos, el señor Ulloa se alejaría definitivamente del Palacio Legislativo y no lo veríamos más entrar en él nostálgico y con chaleco blanco.
         Todos los diputados, los de la mayoría y los de la minoría, viven gobernados por un solo anhelo: el de que sea cabe la legislatura. Más fuerte que esto no existe en ellos sino este otro anhelo: el de que no haya una legislatura nueva.
         Y, por eso, el anuncio de que el señor Pardo piensa en otra convocatoria amedrenta y oprime a los representantes. Tal vez los inducirá a pedir a gritos que no se les siga achicando sus vacaciones. Y quién sabe si también no los decidirá a dar por sancionados todos los proyectos que se les quiera mandar. Que es lo que más le gustaría al señor Pardo. Y a nosotros.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de enero de 1918. ↩︎