9.8. El señorío maltrecho

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Tundido por la palabra admirable del señor Maúrtua quedó ayer el ministro de Gobierno señor don Germán Arenas. Agitado por su noble fervor doctrinario, el señor Maúrtua se irguió en defensa de la ley antialcohólica, en vista de que había llegado a la Cámara de Diputados un proyecto del señor Arenas destinado a abrirle un portillo, enmendándola y corrigiéndola asaz peligrosamente.
         Asombráronse las gentes de los escaños y las gentes de las galerías de ver tan soliviantado al señor Maúrtua que es, perennemente, un hombre serenísimo, majestuoso y tranquilo, cuya justificada aversión a las excitaciones tropicales de la política criolla ha sido siempre de algunos censurada y de muchos alabada y enaltecida.
         Pensaba la Cámara que el señor Maúrtua dejaría que pasase el proyecto mandado súbitamente por el señor Arenas adicionando la ley antialcohólica con una cazurra aclaración. Aguardaba que el señor Maúrtua se encogiera de hombros negligentemente. Sospechaba que a lo sumo el señor Maúrtua le colgaría al proyecto del señor Arenas el sambenito de una ironía acerba.
         Pero se engañaba totalmente la Cámara de Diputados. El señor Maúrtua no es un diputado displicente sino cuando se libran las menudas batallas del parlamentarismo rutinario. Dejará de serlo siempre que se proponga alcanzar el prevalecimiento de una idea elevada y gentil.
         Actualmente el señor Maúrtua anda empeñado en restringir el señorío del pisco. Sabe que el pisco influye trascendentalmente en las orientaciones de la vida nacional. Y, patrióticamente, anhela que se reduzca esta histórica influencia del pisco.
         Por eso gritó ayer el señor Maúrtua:
         –¡Yo hablaré, hasta que termine la legislatura si es necesario que lo haga, para impedir que sea aprobado este proyecto del ministro de Gobierno! ¡Más cerca está el ministro de Gobierno de abandonar su cargo que yo de renunciar a la intangibilidad de la ley antialcohólica!
         Y dijo también:
         –¡Yo no transigiré con los intereses de los pulperos!
         Habló porfiadamente el señor Pérez para controvertir al señor Maúrtua. No volvió a decir, por ejemplo, que no se podía tomar agua “con el cuerpo caliente” ni que el pisco servía para “cortar el frío”. Pero opuso al pensamiento sustancioso y diáfano del señor Maúrtua su pensamiento socarrón de Sancho mestizo y refranero.
         Terminó la sesión entre las razones persuasivas del señor Maúrtua y las razones gruñonas del señor Pérez. Y le puso un contundente punto final la frase contumeliosa y aguda del señor don Alberto Secada que arremetió briosamente contra el señor Arenas.
         Y en la tarde nosotros que no habíamos ido a la sesión porque habíamos amanecido poseídos por una pereza muy honda, recogimos en el Palacio Legislativo la versión del debate.
         Reconstruimos rápidamente los ladinos argumentos del señor don Manuel Bernardino Pérez. Y comprendimos que el señorío peruano del pisco reaccionaba denodadamente y que la dialéctica del señor Maúrtua había trabado con él fiera y descomunal batalla…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de enero de 1918. ↩︎