9.6. El reloj demudado

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Súbitamente se ha ensombrecido el cristal del viejo reloj de la casa comunal consultado desde lejanos días por el viandante honesto y presuroso, por el vagabundo holgazán y baldío, por el suertero sórdido y pertinaz, por la damisela miserable y ávida y por el zambo auriga experto en operaciones celestinescas. Ha aparecido en el reloj un gran segmento de densa sombra que en las noches no permite ver la hora. El reloj está, pues, eclipsado y deprimido.
         Acaso en otros momentos carecería de importancia esta demudación del reloj de la Municipalidad, aunque haya sido siempre un reloj solicitado por los ojos de la ciudad y de sus huéspedes. Pero en estos momentos en que la Municipalidad parece empequeñecida, el eclipse del reloj tiene que preocupar a las gentes y suscitar su comentario.
         Algunos de los buenos y maliciosos amigos que nos visitan cotidianamente se han apresurado a venir a noticiarnos de la transformación del reloj comunal. Han pretendido sacarnos de la imprenta, tranquila y hospitalaria, para llevarnos a la Plaza de Armas a contemplar el ensombrecido reloj. Y como no lo han conseguido se han contentado con expresarnos las consideraciones que les sugería el menudo acontecimiento destinado a preocupar a la ciudad murmuradora.
         Alguien nos ha aseverado con hondo convencimiento:
         –¡Lo mismo que el reloj está la Municipalidad! ¡También la Municipalidad está apagada! ¡También la Municipalidad está ensombrecida!
         Y nosotros, que en ese instante no pensábamos en la Municipalidad y estábamos gratamente entregados a la inercia sobre un sofá de la imprenta, hemos tenido que identificar nuestro concepto con el de nuestros visitantes y hemos tenido que acordarnos de la Municipalidad del señor Miró Quesada.
         Hemos reflexionado en que realmente parece que todo tiende a empequeñecerse y a achicarse en la Municipalidad desde el día en que fue reelegido alcalde el señor Miró Quesada y en que los propios miembros del comité de la calle de La Rifa lo llamaron “alcalde minúsculo”.
         El mote cariñoso del comité de la calle de La Rifa se ha hecho el mote de la ciudad.
         Unánimemente se ha dicho:
         –¡El minúsculo alcalde!
         Solo que el señor Miró Quesada lo ha oído momentáneamente con placer, pero ha empezado enseguida a oírlo disgustado y malcontento. La palabra “minúsculo” se ha convertido para él en una palabra obsesionante. Y cuando sus íntimos lo han llamado minúsculo, muy amistosamente por supuesto, se ha sentido desasosegado y nervioso.
         Hablando sobre la economía del concejo el señor don Manuel Bernardino Pérez, que semeja un ama de gobierno obesa y discreta, pronunció un día estas palabras:
         –Debemos aumentar las rentas municipales. Son minúsculas.
         Y, a pesar de que no podía poner en duda la buena fe del señor Pérez, el señor Miró Quesada lo miró rencorosa y enconadamente por haber proferido el adjetivo que motiva sus desazones.
         Malévola y reticente, la ciudad se ha enamorado del cariñoso mote que se le ocurriera en mala hora al decano aplicarle al señor Miró Quesada. Minúsculo es el alcalde así para sus amigos como para sus adversarios. Y el señor Miró Quesada se encuentra imposibilitado para rechazar el mote por ser un mote proveniente de los suyos, de su hogar y de su partido.
         El más fervoroso elogio que le dirigen sus amigos es este elogio leal y franco:
         –¡Eres un gran chico!
         Y el minúsculo señor Miró Quesada, hostigado por ese afán unánime de mirarlo como a un chiquillo, siente oprimida su ánima bajo el peso de la casa comunal, de las carretas de la baja policía, del reloj apagado y empequeñecido y del señor don Manuel Bernardino Pérez, lerdo, ladino y sanchopancesco…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de enero de 1918. ↩︎