6.5. Santo risueño

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Quiso el día de ayer ser un día de trascendentales emociones parlamentarias y quiso también ser un día de alborozada primavera, de jocundo Sol y de rubia alegría. Nos preguntamos nosotros sorprendidos si era el día de la raza o el día de la juventud. Pensamos que les estaría hablando a los garzones de la Universidad su novísimo buen pastor el doctor Javier Prado. Sentimos que habían descendido sobre la ciudad todas las gracias, todos los favores y todas las complacencias de la santa criolla a quien la huachafería nacional llama nuestra paisana.
        Y en esta casa nos hablaron así:
        –¡No se celebra hoy la fiesta de la raza! ¡No se celebra tampoco la fiesta de la juventud! ¡Pero sí se celebra la fiesta del señor Manzanilla!
        Avivose nuestra memoria remisa y desidiosa.
        –¡Entonces hoy es el 5 de octubre! –exclamamos.
        Y constatamos en el calendario que era el 5 de octubre. Volvimos a enterarnos asimismo de que era el día de San Plácido, mártir, y de los santos Froilán y Atiliano, obispos, en el año cristiano. Y tornamos a comprobar que el señor Manzanilla había nacido en un día de primavera además de haber nacido en Ica, la afortunada tierra de los pámpanos dionisiacos y de las “tejas” peruanísimas.
        Tuvimos tentaciones de salir a las calles y arengar al pueblo de esta suerte:
        –¡Gentes metropolitanas, displicentes y perezosas, este es el día de una gran efeméride! Hoy cumple años el señor José Matías Manzanilla, el leader de la sonrisa clásica, el maestro del señor Balbuena, el hijo predilecto de Ica, el legislador del riesgo profesional, el sabio varón de quien os vienen hablando todos los periodistas de la ciudad desde hace luengos años. El santo patrón del señor Manzanilla es san Plácido. La placidez del señor Manzanilla, la espiritual placidez que es en él ora sonrisa, ora ademán, ora cortesanía, ora silogismo, es un don providencial, un don del destino, un don del cielo, un don milagroso. Y nació el señor Manzanilla bajo la influencia de Libra que es el símbolo de la Justicia. Esta es, pues, la fiesta de un hombre simultáneamente eutrapélico, justo, iqueño y bloquista. Esta es la fiesta de un hombre que siempre se ha sonreído. Esta es la fiesta de un hombre de prestancias, merecimientos y virtudes altísimas. ¡Amad, obsequiad y festejad a este hombre ilustre, gentes metropolitanas, displicentes y perezosas!
        Pero venció la intención nuestra de hablarle de esta guisa al pueblo el convencimiento de que la ciudad no habría menester de nuestro consejo, de nuestra instigación ni de nuestra arenga para rodear de actos de devoción al señor Manzanilla, a pesar de que el señor Manzanilla no es ya el leader de los ardimientos sonoros y de las grandilocuencias sensacionales sino un ciudadano esclarecido que se aburguesa, se calla, se pierde y se sonríe.
        Buscamos al señor Manzanilla para cumplimentarle y le encontramos en nuestro camino. Le dijimos una galantería a trueque de diez galanterías suyas. Intentamos infructuosamente vencerle con nuestros homenajes. Sus homenajes fueron mucho más numerosos, rápidos, gentiles y caudalosos.
        Para tenerle siempre amenazado por la sensación de un reportaje, le dijimos:
        –¡Cuentan los diarios que ayer estuvo usted en una reunión en la casa del señor Juan Pardo!
        Y nos respondió el señor Manzanilla:
        –Eso prueba que los diarios están siempre muy bien informados!¡Eso habla de la exactitud y de la puntualidad del periodismo limeño!
        Nosotros nos quejamos de él:
        –¡Oh, doctor! ¡Entonces usted asiste a las reuniones privadas y no asiste a las sesiones del Parlamento! ¡Entonces usted pronuncia discursos en secreto y no habla una palabra en público!
        Y se excusó el señor Manzanilla:
        –Me hallo un tanto enfermo. Solo en las mañanas estoy bueno. En las tardes mi salud y mi ánimo se resienten. Y las sesiones del Parlamento son en las tardes. ¡Si fueran en las mañanas!
        Derrotados por la cortesanía suma y máxima del señor Manzanilla nos apartamos de él pensando en la indolencia de los diputados que no cambian la hora de las sesiones.
        Andando, andando, andando, llegamos al umbral de la imprenta del señor Torres Balcázar. Allí estaba el señor Torres Balcázar, siempre gordo, siempre pujante y siempre burlón. Allí estaba el señor Torres Balcázar en mangas de camisa.
        Abordamos al señor Torres Balcázar:
        –¡Hoy es el santo del señor Manzanilla! ¡Póngase usted el saco! ¡Vaya usted a felicitarlo!
        Mas el señor Torres Balcázar quiso asombrarnos y anonadarnos y nos interpeló con su entonación más enfática:
        –¿Todavía admiran ustedes a Manzanilla? ¿Después de que se ha hecho el leader de una incorporación festinatoria?
        Respondimos:
        –¡Todavía!
        Y pusimos los ojos en el suelo para no afrontar la mirada desdeñosa del señor Torres Balcázar, soliviantado contra nuestra flaqueza, que nos gritaba:
        –¡Yo prefiero a Balbuena!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de octubre de 1917. ↩︎