5.8. Debate persistente

  • José Carlos Mariátegui

 

         1En la tarde de ayer sentimos una vez más la porfía inextinguible del debate sobre las inspecciones de instrucción. Volvimos a comprender la imposibilidad de poner punto final a este debate si no intervienen las fuerzas milagrosas de la Providencia. Tornamos a darnos cuenta del entusiasmo pedagógico de la Cámara de Diputados.
         El país entero piensa ya que este debate es inagotable. En la tarde vulgar en que lo puso sobre la mesa del Parlamento el celo del señor Castillo nadie pudo vaticinarle una duración tan grande. Inesperadamente la Cámara se aficionó al tema de la instrucción nacional. Y se hizo el debate desmesurado como una película folletinesca e intermitente como una terciana.
         Aguardábamos en la tarde de ayer que el señor don Juan Pardo levantase la sesión de la Cámara de Diputados cuando reapareció en la deliberación de los legisladores el asunto de la instrucción. Tuvimos una impresión profunda y desconcertante. Quedamos anonadados. Hubo miedo de que, abrumada como nosotros, se viniese abajo la farola.
         Pronunciamos una interrogación desesperada:
         —¿No habíamos dejado ya restablecido el inspectorado de instrucción?
         Una voz despiadada nos respondió:
         —Sí; pero todavía no lo hemos organizado. ¡Todavía no hemos discutido el proyecto del señor Ulloa! ¡Todavía no hemos discutido el proyecto del señor Castillo! ¡Todavía no hemos discutido el proyecto del señor Revilla! ¡Todavía no hemos discutido las cien adiciones y sustituciones que han surgido en el transcurso de este debate!
         Hicimos otra pregunta anhelante:
         —¿Irá a pronunciar un nuevo discurso el señor Barreda y Laos?
         Y fue entonces la voz del propio señor Barreda y Laos la que nos contestó.
         El señor Barreda y Laos había empezado un discurso más:
         —Pues bien, señor presidente…
         Y el señor don Juan Pardo se ponía muy serio.
         Afortunadamente dio al debate su nota sabrosa la palabra ladina del señor don Manuel Bernardino Pérez.
         En momentos en que la discusión languidecía y en que la fatiga armonizaba las opiniones, el señor Pérez intervino risueñamente para revolver los pensamientos y renovar las complicaciones.
         Habló así el señor Pérez:
         —¡Ya todos han abandonado sus pareceres! ¡Ya el proyecto del ejecutivo está completamente desamparado! ¡Unos cuantos días han bastado para modificar los conceptos!
         Protestaron algunos diputados:
         —¡Es que nos hemos puesto de acuerdo!
         Mas se irguió rebelde el señor Pérez:
         —¡Yo no estoy de acuerdo con nadie!
         Se rio la Cámara.
         Y preguntó el señor Pérez:
         —¿Insisten ustedes en hacer un inspectorado a la italiana?
         En este punto y sazón del debate sonaron las ocho de la noche. El señor Pardo comprendió que el problema de la instrucción era un laberinto. Sintió aterrado que la Cámara había perdido en este laberinto el hilo de Ariadna. Y agitó la campanilla de la presidencia lleno de pesimismo y de tristeza.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 11 de septiembre de 1917. ↩︎