5.5. Tengamos fe

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ya ha salido de la Cámara de Diputados, con un voto de confianza en el bolsillo, el señor don Francisco Tudela. Para que la Cámara le diera ese voto fue el señor Tudela a hablarle de la patria, de la guerra europea, de la solidaridad panamericana y del presidente Wilson. Y la Cámara no podía ser descortés con un presidente de Gabinete que es al mismo tiempo diputado muy insigne y muy civilista.
         El voto de confianza al señor Tudela no ha sido exactamente un voto de confianza. Ha sido más bien un voto de simpatía. Un voto de simpatía o un voto de gracia. En virtud de este voto la Cámara deposita su fe en la capacidad y en el patriotismo del señor Tudela. No lo aplaude. No lo felicita. No lo elogia. Lo alienta y lo guapea.
         No era posible que se produjese en el parlamento un voto distinto. Como no tenemos fuerzas ni ganas de enmendar el presente apenas si nos queda el recurso de fiar en el futuro. Resolvemos fiar en el señor Tudela, fiar en el señor Pardo, fiar, aunque sea en nosotros mismos.
         Si el parlamento peruano pudiera pronunciar un voto de fe en la Divina Providencia, sería este su voto máximo, su voto supremo y su voto más sincero. Pero nuestra buena Constitución, que hace jurar de rodillas a los presidentes y a los representantes, no le permite al Parlamento decir que fía en el Cielo. Y por eso el Parlamento tiene que decir que fía en el gobierno.
         El señor Tudela quiere conservar al país en sus statu quo eternos y medrosos. Esquiva todo plan, toda tendencia definida, toda orientación resuelta. Piensa que es también él mismo un canciller de statu quo. Armoniza sus ideas con las ideas de burgués sosegado y automovilista que gobiernan el alma del señor Pardo. Concilia sus ideales con todos los ideales y concilia sus actos con todas las conveniencias y con todos los consejos. Le impone al país una diplomacia estática.
         Sin embargo, la Cámara de Diputados no ha podido dejar de ser buena, no ha querido desesperar demanda, y le ha dado un voto de confianza que lo entone y lo anime.
         La Cámara ha querido ser totalmente optimista.
         Y ha exclamado:
         —¡Tengamos fe en el señor Tudela!
         Y ha repetido su exclamación así:
         —¡Tengamos fe! ¡Tengamos fe!
         Posiblemente la Cámara de Diputados ha pensado que la fe hace milagros. Ha sentido que en este país necesitamos de un milagro para no ser infelices ni desgraciados. Ha comprendido que solo la fe puede salvarnos porque solo la fe puede obrar un prodigio en nuestro favor y en nuestra gracia.
         Nosotros aguardábamos este enternecimiento optimista y generoso de la Cámara de Diputados. La Cámara de Diputados no podía hacer otra cosa ni pensar de otra manera ni razonar de otra suerte. Después de oír al señor Tudela, su destino era levantar los ojos al Cielo y ponerlos después en el señor Tudela y en el señor Pardo.
         No ha habido, pues, para nosotros asombro alguno.
         El señor Borda tenía que sentirse optimista. El señor Pérez tenía que sentirse optimista. El señor Escalante tenía que sentirse optimista. La Cámara entera tenía que sentirse optimista, asimismo, hasta en el corazón patriarcal y en la actitud consejera del señor Ulloa.
         Pero sí ha sido para nosotros una sorpresa la de ver optimista al señor Secada. No podíamos esperar a que el señor Secada se pusiese tan cristiano y tan creyente. No podíamos esperar que el señor Secada hiciese un acto de fe. No podíamos esperar que el señor Secada, que no confía en Dios, llegase a confiar en los hombres…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de septiembre de 1917. ↩︎