5.13. Vacilando

  • José Carlos Mariátegui

 

        1En la frágil y oscilante memoria de los mestizos de esta tierra había empezado a borrarse el recuerdo del último proceso electoral de Lima que está todavía insoluto y que durante largos días sacudió a la ciudad y a los campos, preocupó a las almas metropolitanas y rurales, sacó de quicio al señor Pardo, estremeció y conturbó nuestra democracia y encendió artículos, manifiestos, arengas, discursos y controversias.
        Somos tan olvidadizos que ya comenzábamos a acostumbrarnos a la idea de que en esta ciudad y en estos campos no había existido ninguna inquietud democrática en los días de mayo y de que nada había alterado la ecuanimidad y la paz de nuestro metropolitanismo indolente y apacible.
        Pero repentinamente nos ha sorprendido la noticia de la violenta resurrección del proceso electoral de Lima y nos ha dominado la persuasión de que este proceso ha estado solo dormido. Los hombres del pardismo lo han tenido narcotizado hasta ahora. Mas no han podido sepultarlo.
        En el umbral de la Cámara de Diputados aguarda un momento propicio para su reanimación el proceso de las grandes emociones. No se atreve aún a ocupar la atención de los legisladores. Se asusta ante la proximidad de los debates y de los carpetazos. Su espíritu vive poseído por el miedo y por la incertidumbre. Y a nadie inspira más grimas y desazones que al señor don Juan Pardo. El señor Pardo sabe que el debate de las diputaciones por Lima va a desencadenar en la Cámara, hoy sosegada, cordial y serena, ciclones y tempestades. Piensa que ha contraído grandes deberes en favor de la concordia nacional. Y, dado a estas reflexiones, toma un aire muy convencido y muy trascendental de hombre solemne.
        En los escaños y en las galerías el proceso de Lima suscita ansiedades y expectaciones. Produce nerviosidades traviesas. Origina comentarios y sonrisas. Y promueve clamores.
        Vibran ya voces atrevidas que desafían a los hombres del pardismo:
        —¡A ver! ¡Ese proceso de Lima! ¿No hay quien lo ponga a la orden del día? ¡A ver!
        El señor don Juan Pardo se torna entonces muy serio y muy suplicante y levanta los ojos a la farola para pedirle un milagro.
        Y la ciudad entera, que es tan juguetona, repite en coro las voces aisladas de las galerías:
        —¡A ver! ¡Ese proceso de Lima!
En estas vacilaciones, en estas incertidumbres y en estos aplazamientos estamos desde el día en que la Cámara de Diputados se reunió por primera vez. El proceso de Lima es una brasa que nadie quiere tocar. Únicamente ha habido un diputado que la ha cogido y la ha soplado heroicamente. Ha sido el señor Químper. Y la Cámara entera ha sufrido calofríos pavorosos al ver al señor Químper tan denodado y tan valiente.
        Del señor Químper dicen los diputados taurófilos que cuantas veces se le ha ocurrido le ha llegado a la cara al toro y le ha tirado la montera.
        Nosotros solo sabemos que lo cierto es que el señor Químper, puesto de pie en su escaño, le está gritando permanentemente a la presidencia de la Cámara:
        —¡Ni mis amigos ni yo le tenemos miedo al proceso de Lima!
        Y que el señor don Juan Pardo se siente a punto de no volver a su asiento presidencial mientras el señor Criado y Tejada, por ejemplo, no se haya sacrificado en la hoguera de sus abnegaciones ofreciéndose al cielo en holocausto por la redención del derecho del sufragio…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de septiembre de 1917. ↩︎