4.23. Atmósfera turbada

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ya ha trepidado el edificio mentiroso de la tranquilidad peruana. Ha fracasado esa concordia de similor que urdían especiosamente las manos del pardismo. El país ha vuelto a inquietarse y a agitarse dentro del recinto retocado de la Cámara de Diputados y bajo la farola lechuguina de los estremecimientos imprevistos y de los cabrilleos versátiles.
         El grito del señor Pérez ha sido el grito que ha conmovido y ha soliviantado a las gentes. Súbitamente el señor Pérez ha tenido la travesura de sacar de quicio a la oposición. Ha hablado del presupuesto. Y ha dado disforzados manotazos sobre su carpeta resuelto a impacientar a los diputados de la minoría tremenda.
         En las galerías las gentes se han quedado estupefactas.
         Y se han preguntado:
         —¡Pero el señor Pérez no es tan pardista! ¡Pero el señor Pérez no es el leader de la mayoría!
         No se les alcanza a las gentes que un diputado pardista suscite debates y encienda incidentes. Una imprudencia de este estilo pueden aguardarla del señor Barreda y La os que atesora aún en su alma tantos ímpetus universitarios. Pueden esperarla también del señor Julio C. Luna a quien tiene tan interesado este complejo debate de la instrucción que acaso solo preocupa más al señor Pedro Moreno.
         Mas el señor Pérez es un hombre de experiencia. Es un hombre de malicia. Es un hombre de “peso” dentro del concepto criollo y sobre todo dentro de su calificativo preciso.
         Temerario es que en instantes de solemnidad y de ternura nacionales el señor Pérez haya pecado para decirle a la minoría:
         —¡Este año no harán ustedes de las suyas! ¡Este año aprobaremos sin debate el presupuesto! ¡Este año estoy yo en la Cámara de Diputados!
         Discretos amigos del gobierno se han sorprendido también del repentino arranque del señor Pérez.
         Y han exclamado angustiadamente:
         —¡Por Dios, Pérez!
         El señor Pérez, arrellanado en su sillón, ni siquiera los ha oído y ha seguido haciéndoles muecas burlonas a los diputados de la minoría.
         Nosotros hemos aplaudido entusiasmados al señor Pérez desde nuestros escaños de la galería diplomática. Hemos comprendido alborozados que el ambiente parlamentario se reanimaba definitivamente. Hemos agradecido el gesto del señor Pérez al despertar las nerviosidades dormidas.
         Hasta nosotros han venido las protestas de los hombres asombrados por la postura del señor Pérez.
         Nos han gritado:
         —¡Parece que Pérez se hubiera asociado a la oposición!
         Y nos han preguntado con ansiedad:
         —¿No saben ustedes si Pérez se habrá vuelto enemigo del señor Pardo?
         Y nos han dicho inmediatamente:
         —¡Tanta sagacidad, tanta mesura y tanta cortesía de don Juan, perdidas en un momento!
         Pero nosotros nos hemos sentido defensores del señor Pérez.
         Y hemos aseverado:
         —¡El señor Pérez no es un desleal, no es un mal intencionado, no es un socarrón malévolo! ¡Ustedes pensaban que el señor Pérez solo sabía provocar cóleras! ¡Ustedes pensaban que el señor Pérez era la Mancini del parlamento! ¡Él ha querido probarles que también puede ser la Sarah Bernhardt! ¡Ustedes pensaban que el señor Pérez era solo un refranero cómico! ¡Él ha querido evidenciarles que sus refranes pueden llevar también a la tragedia!
         E impresionados por la unción religiosa de estos días de agosto hemos pronunciado, llenos de ardimiento fervoroso, el panegírico del señor Pérez, diputado de Cajamarquilla.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de agosto de 1917. ↩︎