3.7. En el exordio

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El ardimiento político no nos deja sentir frío. Un sabio sincronismo ha juntado entre nosotros la estación política y la estación del invierno. La política nos enciende y el invierno nos enfría. La política nos exalta y el invierno nos apacigua. La política nos impele y el invierno nos sujeta.
         Tenemos, pues, un elemento ponderador que no nos consiente enardecimientos imprudentes. Un elemento fiel, perenne, natural. Un elemento que, a ratos, cuando nos vuelve a quicio, nos parece sobornado por el gobierno y seducido por los favores del presupuesto.
         Coinciden hoy precisamente el fuego de una estación y el frío de la otra. Se turnan en nuestros espíritus la calentura y el calofrío. Un momento nos sojuzga la atmósfera política y otro momento nos sojuzga la atmósfera otoñal.
         Nos acercamos simultáneamente al umbral ampuloso del Parlamento y al umbral enfermizo del invierno.
         Y en toda vibración, en todo sonido, en todo desdeño y en todo sacudimiento, sentimos que este es un mes trascendental.
         Ocho días no más han trascurrido desde el momento de la madrugada en que saludamos su albor y ya se han sucedido, desordenados y sorpresivos, acontecimientos ricos en emoción, en colorido y fragancia.
         Ha enarbolado su bandera la política nueva; ha sido tentado por el diablo el señor Víctor J. Guevara; ha vuelto al seno de su periódico y de su partido el doctor Durand; ha salido de un rincón ignorado y sombroso un papel clandestino del cura Chiriboga; nos ha excomulgado con énfasis pardista el señor Garzón; ha sido consagrada la victoria democrática del señor don Emilio Sayán y Palacios, varón de engreídos timbres monárquicos; y han llamado a todas las puertas, austeras y libertinas, abiertas y atrancadas, puras y deshonestas, las tentaciones del enemigo malo que tienen fugitivo al señor Guevara y escondido al cura Chiriboga.
         Y, además de estos sucesos ostensibles y sonoros, han ocurrido en los ocho días de nuestro comentario muchos sucesos silenciosos e imprecisos que son la esencia, la sustancia y el ánima del movimiento metropolitano.
         Un automóvil que ha pasado con el señor Javier Prado y otro automóvil que ha pasado con un edecán del señor Pardo han sido siempre más significativos y reveladores que un acaecimiento de la crónica palatina.
         Las cosas tenues, las cosas sutiles, las cosas completas e íntimas que no salen a la epidermis de papel de la publicidad, han sido persistentemente las que más han inquietado, turbado y agitado a las gentes buenas y malas, ingenuas y suspicaces, calladas y verbosas.
         Y a nosotros también.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 9 de julio de 1917. ↩︎