3.4. Mundo mundillo

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El mes de julio de ahora no es el mes de julio de aquella madrugada en que saludamos su advenimiento. Es un mes que se agita, que se conflagra y que se estremece. Bajo su epidermis está en hervor la política. En la atmósfera nacional aparecen terribles chispazos. Pasan ráfagas y vórtices alborotadores que intentan tumbarnos el sombrero. Y sentimos de rato en rato la impresión de que tenemos fiebre.
         Hay trajín, hay inquietud, hay nerviosidad.
         Todas las almas son sacudidas por la política que prende en ellas unas veces su calofrío y otras veces su calentura.
         No es ya la vibración democrática del mes de mayo, sino una vibración intermitente y misteriosa, más consumada, más perturbadora y más profunda.
         En el mes de mayo se aspira en las calles olor de jornada cívica. En este mes no se aspira nada. Apenas si clandestinamente hay una onda voraginosa que huele a azufre. En el mes de mayo se ve en la calzada la huella de las multitudes zambas. Y en el mes de julio no se ve en la calzada huella alguna, pero se tiene la obsesión de que sobre la calzada ha pasado el diablo.
         Y en el diablo hay que pensar obligadamente en una hora en que todos los ciudadanos hablan de tentaciones.
         Hemos hallado en una esquina a un constitucional y nos ha dicho:
         —¡Me están tentando!
         En otra esquina hemos hallado a un civilista y también nos ha aseverado:
         —¡Me están tentando!
         Y en una confitería hemos hallado a un futurista que igualmente nos ha afirmado:
         —¡Me están tentando!
         Para el constitucional y para el civilista nuestra respuesta ha sido un silencio muy risueño.
         Para el futurista no hemos podido prescindir de la réplica:
         —¡Mentira! ¡A los futuristas no los tienta nadie! ¡Se tientan solos!
         Y este constitucional y este civilista y este futurista nos han hecho su confesión, espontánea y fácilmente. Y no han tenido el tono del cristiano sobrecogido por el asedio del enemigo malo, sino el tono de la niña bonita requerida y solicitada a los veinte años. Y ha habido en su frase no turbación ni sobresalto sino placer y voluptuosidad. Indudablemente las tentaciones han cambiado. Y si no han cambiado las tentaciones, ha cambiado irremisiblemente el diablo.
         Voces trashumantes afirman que entre nosotros el diablo no se llama actualmente don José Pardo sino don Juan Pardo. Mas siempre se apellida Pardo. Y siempre tienta a las almas, aunque las mire en olor de santidad.
         Ahora mismo, en este momento de la madrugada, sentimos que la ciudad está poblada de tentaciones trascendentales muy distintas de las cotidianas y vulgares tentaciones de la medianoche.
         Y pensamos que inevitablemente el partido constitucional no puede dormir tranquilo.
         El señor Pardo lo tiene asediado, rondado y requerido. Bajo sus balcones se pasan las horas los señores, los pajes y los mesnaderos del Palacio de Gobierno, tocando sus bandolines y entonando sus cantilenas enamoradas. Hora tras hora recibe el partido constitucional un billete fragante y apasionado que acaso concluirá amenazándolo dramáticamente con el suicidio lo mismo que en los ingenuos episodios de los muchachos. El partido constitucional, que es un partido militar, guerrero, denodado, marcial y bravo, se solivianta de vez en cuando contra estas solicitaciones y suena su espada.
         Mas el señor Pardo y sus secuaces son testarudos, porfiados y pertinaces.
         Y el partido constitucional oirá sus llamadas y sus ruegos sin tregua, sin interrupción, sin armisticio.
         Aunque nada hará flaquear su voluntad fosca y recia.
         Ni siquiera la voz galante y suave de don Juan que es muy don Juan para estas y otras empresas y aventuras.
         Tras del señor Víctor Guevara andaba el diablo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 5 de julio de 1917. ↩︎