2.2. El éxito

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Estamos muertos de sueño. Treinta horas febriles y angustiosas han dejado enfermos y tundidos nuestros nervios de periodistas y de ciudadanos.
         Hombres sonoros y esforzados vienen a nuestra casa y nos gritan:
         —¡Viva Prado!
         Nosotros no podemos gritar con ellos, vibrar con ellos ni regocijarnos con ellos porque están agobiándonos, oprimiéndonos y abrumándonos la vigilia, la inquietud y la nerviosidad de las treinta horas que han pasado.
         Únicamente sabemos que estas treinta horas no han sido infecundas. El señor Jorge Prado, que fue un día candidato de nuestra calle y que fue otro día candidato de toda la ciudad, es ya diputado. Así como una vez salió de su casona del General La Fuente para dirigirle al pueblo su palabra de candidato desde la municipalidad, ha salido ahora de la municipalidad para dirigirle al pueblo su palabra de diputado desde la casona del General La Fuente.
         Y nosotros hemos sentido acendrados orgullos.
         Nos hemos alborozado con la victoria de este candidato de nuestra vecindad. Hemos abierto nuestras almas al culto de esta calle que pudo tener nombre de apóstol y solo tiene nombre de general. Y hemos querido decirle a cada transeúnte:
         —¡Este fue el candidato de la calle del General La Fuente! ¡Este fue el candidato de nosotros! ¡Este fue el candidato de nuestra acera! ¡Ahora es diputado!
         El escrutinio que ha hecho diputado por Lima al señor Jorge Prado ha tenido prólogo de tiros de ametralladora y un epílogo de tiros de revólver. Ha durado treinta horas tremendas. Ha encendido los más ásperos enconos del señor Pardo. Ha sido para algunos una sorpresa y para otros un prodigio.
         Nosotros hemos sido los profetas de este éxito.
         Un día detuvimos al señor Jorge Prado, cogimos su mano izquierda, pusimos en ella una mirada de quiromantes y le dijimos:
         —Usted va a ser candidato a la diputación por Lima.
         El señor Prado comprendió que nuestra palabra tenía fuerza de oráculo.
         Otro día juntamos nuestro corazón con el corazón de la ciudad y hablamos así:
         —El señor Jorge Prado va a ser diputado por Lima.
         Y otro día hicimos un cálculo mental y afirmamos:
         —El señor Jorge Prado es ya diputado por Lima.
         Este diputado electo ha hecho pues su camino sobre nuestros vaticinios, sobre nuestros augurios y sobre nuestras adivinanzas. Zahoríes y perspicaces hemos sido para él. Y nuestras manos traviesas han tenido el capricho de desmenuzar malignamente los cómputos de la prensa histórica para sustituirlos con los cómputos de la prensa impúbera.
         Buena suerte nos ha acompañado en esta aventura y de ella hemos sacado tanto placer como desabrimiento el señor Pardo.
         Aguardando el último guarismo del cómputo de la Junta Escrutadora nos hemos pasado una noche en vela.
         Sabíamos que el señor Pardo se iba a acostar con una cifra triunfal para despertarse con una cifra ingrata y no hemos querido quedarnos dormidos.
         Más tarde hemos levantado en nuestras manos un papel victorioso que ha sido el papel del escrutinio, nos hemos agachado para que no nos cayera una bala, nos hemos reído de la amargura del gesto del señor Pardo, hemos sentido pasar por nuestra casa una sonora onda democrática, nos hemos puesto a comentar al señor Criado y Tejada con el señor Torres Balcázar.
         Pero en este momento en que debíamos entusiasmarnos y gritar, nuestro cansancio es más fuerte que nuestro fervor cívico, y nos quedamos cabeceando sobre el papel del escrutinio, ahítos de bostezo y muertos de sueño.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de junio de 1917. ↩︎