10.10.. Uno por uno

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Emigran de la Cámara de Diputados sus hombres ilustres. Emigran silenciosamente. Emigran uno por uno. Primero se les ve aburridos, displicentes y tediosos. Después no se les ve. Abrumados por su gloria, por su fama y por su fastidio, se alejan del debate parlamentario y se encierran dentro de ellos mismos.
         Desde hace muchos días ya no está en su escaño, por ejemplo, el señor Manzanilla. Y, más aún, su escaño no está siquiera vacío. Está ocupado por el suplente señor Villagarcía que es una buena persona, desprovista totalmente de juventud, de donaire y de sonrisa. Una buena persona que no ha sido enaltecida ni retratada por el periodismo nacional. Una buena persona que no tiene ningún álbum de recortes que atestigüe su celebridad. Una buena persona que ha venido de Ica.
         Tampoco está en su escaño el señor Alberto Ulloa. Después de un largo apartamiento de las sesiones legislativas hemos acudido a la Cámara para verlo y para oírlo. Y no lo hemos encontrado. Todavía no hemos hallado en su escaño al suplente de Yauyos, señor Tupiño. Pero esperamos hallarlo de repente. Estamos seguros de que así será porque juzgamos indispensable la solidaridad, la alianza y el concierto del señor Villagarcía con el señor Tupiño. Del señor Tupiño, liberal, con el señor Villagarcía, iqueño.
         Andando por los pasillos nos hemos tropezado con el señor Balbuena.
         Y le hemos preguntado:
         –¿Por qué no viene el señor Ulloa?
         El señor Balbuena nos ha respondido:
         –¿Todavía no viene el señor Ulloa? ¡Ya vendrá una de estas tardes!
         Y hemos conversado luego de esta suerte:
         –No. ¡Esta vez parece que el señor Ulloa se ha ido para no volver!
         –Traeremos entonces a Tupiño.
         –¡Primero se ha quedado la Cámara sin el señor Manzanilla! ¡Después se ha quedado sin el señor Ulloa!
         –¡Primero sin Manzanilla! ¡Después sin Ulloa!
         –¡Acaso se irá usted también!
         –¡Yo no!
         –¿Por qué no? ¿Usted está muy contento aquí?
         –No. ¡Pero es que yo no tengo suplente! ¡Es que yo no soy sino suplente aún! ¡Yo no tengo Tupiño como Ulloa!
         Involuntariamente hemos turbado así el ánima del leader joven de los liberales. Y lo hemos dejado. Nos hemos parado luego un rato en la puerta del Palacio Legislativo para ver si acaso llegaba, aburrido de su aburrimiento, el señor Ulloa.
         Pero hemos esperado en vano. Ilusoria y pertinazmente hemos creído divisar, en cada victoria que aparecía, la barba pensativa y el chaleco blanco del señor Ulloa. Después hemos tenido que perder toda expectativa de ver al señor Ulloa abotonarse y enfundarse las manos dentro de sus bolsillos para hablarle al señor Tudela y Varela.
         Luego hemos vuelto a recorrer los pasillos para buscar al señor Maúrtua, al gran diputado que tiene abatido al señorío criollo del pisco; pero también lo hemos buscado baldíamente.
         Hemos preguntado:
         –¿Tampoco viene el señor Maúrtua?
         Y nos han contestado:
         –Viene todavía. Pero acaso pronto dejará de venir para siempre. El Congreso lo elegirá próximamente fiscal de la nación.
         Hemos tenido que gritar:
         –¿Y ustedes van a dejar que se vaya?
         Nos han dicho entonces risueñamente:
         –El señor Maúrtua es muy grande. ¡Y nosotros somos muy chicos!
         Nosotros, muy graves, muy cambiados, hemos asentido:
         –Cierto


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de febrero de 1918. ↩︎