1.6. Sumas y restas

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hemos salido de una plaza pública y hemos entrado en una trastienda.
         Respiramos ahora de distinta manera. Sentimos sombras a nuestro alrededor. Vemos cifras en el techo, en las paredes y en el suelo. A un lado, una suma. A otro lado, una resta.
         Nuestra democracia no palpita ya dentro de muchos cubiletes sino dentro de un solo cubilete. Una mesa grande ha reemplazado a todas las mesas chicas. Una comisión receptora única, trascendental y suprema recoge los votos de la ciudad entera.
         Ya pasaron las voces de la jornada cívica. Regresaron a sus figones los bigardos y los malandrines de alquiler. Volvieron a sus cuarteles los guardias, los gendarmes, los caballos y los rifles. El último automóvil de galloferos pasó hace mucho rato fugitivo y raudo.
         Medrosas y honestas gentes salen a las calles para preguntar si el triunfo es del señor Prado, si el triunfo es del señor Miró Quesada o si el triunfo es del señor Balbuena.
         Y en una esquina les dicen que el escrutinio leal es este y en otra esquina les dicen que el escrutinio leal es aquel.
         Sorpréndense las medrosas y honestas gentes que han estado encerradas en los días de la jornada cívica.
         —¿Todavía están votando los ciudadanos?
         Les responden:
         —No; los ciudadanos han terminado de votar.
         Se tranquilizan las medrosas y honestas gentes y siguen caminando por las calles persuadidas nuevamente de que no las alcanzará ninguna bala perdida.
         Nosotros sentimos que los días de las elecciones no han durado ni un momento. Nos obsesionamos con la idea de que ni el veinte ni el veintiuno de mayo han tenido veinticuatro horas cabales. Nos persuadimos de que hasta el tiempo ha sido mistificado. Pensamos que nuestro reloj ha estado engañándonos. Y recordamos enseguida que nuestro reloj nos fue obsequiado por el señor Balbuena.
         Vienen hasta nuestra estancia muchos rumores. Salimos a la puerta de la imprenta y nos damos cuenta de que no son los rumores de protesta. Son los rumores de una felicitación. Vienen de la casona del señor Prado. Dentro de ella están en hervor los entusiasmos y las congratulaciones.
         Pasa en automóvil el señor Jesús Larco Torres y saca la cabeza por la ventanilla para decirnos:
         —¡Tenemos mil votos más que Miró Quesada! ¡Y tenemos dos mil votos más que Balbuena!
         El automóvil se lleva al señor Larco Torres y nosotros pensamos que probablemente se lo lleva al cielo.
         Volvemos a nuestra estancia. Pasamos de una cifra a otra cifra, de una cifra a otra cifra. Mas nos afirman que las matemáticas no representan en la política del Perú valores concretos sino valores abstractos.
         Un guarismo no representará nada inalterable mientras exista el borrador de Faber.
         Habla la ciudad a nuestra puerta:
         —¡Prado tiene seis mil votos!
         Comprendemos que seis mil votos están retando al señor Prado dentro del cubilete grande de la junta escrutadora. Comprendemos que estos seis mil votos significan una credencial. Comprendemos que estos seis mil votos se hallan lejos de las manos de los gendarmes.
         No hay ya farautes ni alquilones que puedan destruir los seis mil votos del señor Prado. La mesa de la Junta Escrutadora no está al alcance de la jornada cívica. No es la mesa de la plaza pública sino la mesa de la trastienda. No está a la luz plena del sol sino en la penumbra.
         Ha concluido la expectación para que empiece otra nueva. Vivimos pendientes de una suma grande. Una suma que tardará mucho rato en aparecer en las calles.
         Aguardándola, nos quedaremos tal vez dormidos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de mayo de 1917. ↩︎