1.5. Hoy lunes…

  • José Carlos Mariátegui

 

         1La madrugada zozobrosa, intranquila y anhelante del veintiuno de mayo ha reportado nuestro ánimo. Sentimos que este es un momento de armisticio y de tregua en las elecciones. Y pensamos que el primer día de las elecciones no ha tenido la sorpresa, la inquietud y la emoción que nosotros aguardábamos.
         El domingo es un día santo. Tan solo cuando es un domingo siete se puede esperar de él repentinismos alevosos. El domingo está hecho para la misa, para la fiesta, para el descanso y para el recreo.
         En esta madrugada nos hemos recogido, nos hemos callado y nos hemos puesto a examinar la fisonomía del día que ha pasado. Hemos vuelto atrás los ojos para mirar el día que se alejaba. Y hemos comprendido que no ha salido el día que las gentes metropolitanas esperaban.
         Hablaban las gentes el sábado:
         —¡Mañana domingo!
         Y fingían un escalofrío muy fuerte de miedo. Hablaban las gentes en la mañana de ayer:
         —¡Hoy domingo!
         Y fingían un escalofrío mayor.
         Se nos contagiaba a todos este escalofrío y todos nos llenábamos de desazones, grimas y temores.
         El comentario burlón, el comentario malévolo, el comentario genuinamente limeño decía:
         —¡Hoy no habrá carreras en el hipódromo! ¡Pero habrá carreras en la ciudad! Este será inevitablemente un día de carreras…
         Y el mismo comentarista se hacía esta objeción para respondérsela con sus sonrisas y sus puntos suspensivos:
         —Estas carreras no serán carreras de caballos…
         Hubiérase dicho que las gentes metropolitanas se arredraban ante la inminencia de un día tremendo, pero tenían un placer sutil en la sensación de esa misma inminencia. Las gentes metropolitanas se asustan ante el peligro. Mas les place que el peligro las asuste.
         Las elecciones de ayer han sido, sin embargo, tranquilas, sosegadas, discretas. La democracia criolla, esa democracia que vibró en los tumultos y en los papeles de la semana última, se halló cohibida, medrosa, irresoluta. Le pareció una cosa muy grave hacer alarde de su poderío y de su audacia. Salió a las calles sin disciplina y paso a paso.
         No han parecido las elecciones de ayer unas elecciones criollas. Y no es que el empleo modernista del automóvil las haya desnaturalizado. Es que les ha faltado bulla, garrotazo, truhanería, pisco y algazara.
         Apenas si a la hora en que se veía a los farautes, jiferos, bigardos y malandrines enseñoreados de las victorias y de los automóviles, y no en el pescante, sino en toda su regalada hospitalidad, era posible persuadirse de que nuestra democracia estaba despierta.
         Pero, a pesar de todo esto, había una sensación unánime:
         —Algo le falta a nuestra democracia en este día. Hombres asaz mordaces y malignos afirmaban:
         —En este día es una democracia sin pisco.
         Regocijábanse entonces las gentes de La Prensa y decían:
         —¡Un éxito del señor Rey de Castro! ¡El señor Rey de Castro aconsejó que se cerrasen las cantinas para que no hubiese malos ánimos! ¡El señor Rey de Castro aisló las elecciones del pisco!
         Eran ya las cinco de la tarde cuando la ciudad se dio cuenta de que había terminado el primer día de elecciones. Entonces quiso la ciudad llenar las ánforas. Entonces se empeñó la ciudad en acudir a las mesas. Pero ya las ánforas estaban guardadas. Y sobre las mesas se apoyaba el codo o el rifle de un gendarme.
         Se encendieron las curiosidades y brotaron las interrogaciones:
         —¿Es verdad que ya ha concluido el primer día de elecciones? Y hubo nuevas curiosidades y nuevas interrogaciones:
         —¿Ha ganado Prado? ¿Ha ganado Miró Quesada? ¿Ha ganado Torres Balcázar? ¿Ha ganado Balbuena?
         Toda la ciudad se puso a hacer sumas.
         Un diario apareció a las siete de la noche para decir:
         —¡Ha ganado el señor Miró Quesada!
         Y otro diario apareció a las 8 de la noche para decir:
         —¡Ha ganado el señor Balbuena!
         Nosotros hemos tenido que recoger todos los sumandos dispersos de las mesas receptoras y agruparlos por nuestra cuenta y a nuestro entender.
         Y hemos dicho:
         —Ha ganado el señor Prado.
         Más tarde una convicción se ha apoderado de nuestro espíritu: la convicción de que los ciudadanos han esperado el día de hoy para votar. Hábito nacional es el de esperar la última hora. Nos gusta a los peruanos sentir la emoción de la llegada, del final, de la meta. La votación tendrá pues hoy su momento definitivo.
         Después de habernos pasado largas horas esperando la tarde cívica del domingo, comenzamos a esperar más ansiosamente todavía la tarde cívica del lunes.
         Tornamos a escribir:
         —Hoy, lunes, veintiuno de mayo, Año del Señor de 1917, vulgar día de trabajo, etc.
         Y aquí ponemos un renglón de puntos suspensivos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de mayo de 1917. ↩︎