6.5. Ruido de campanas
- José Carlos Mariátegui
1Ya ha pasado el viernes santo. Vamos de la media noche al alba. Y del alba iremos a la mañana y a los toques de gloria.
Los dos días santos han pasado con majestuoso compás de procesión y con perfumado olor de sahumerio. Trajes negros. Tarros. Cirios. Lienzos morados. Militares de parada. Humo de turíbulos.
Sale nuestro espíritu del recogimiento y al bostezar y al desperezarse torna a sentirse pecador. Ha concluido el ayuno. Ha concluido la abstinencia de carne. Ha concluido el contrito silencio de las campanas metálicas. Y nuestro espíritu, que se ha humillado y arrepentido ante el tabernáculo del “monumento” y que ha llorado con el sermón de tres horas, se hace la señal de la cruz para que Dios lo libre de pecado.
La política se ha sentido también piadosa en estos días. Se ha puesto tarro y chaqué y ha ido a los templos. Ha hallado impresionantes los “monumentos” con sus guirnaldas, con sus briscados, con sus lamparitas azules y rojas como las copitas de los aparadores, con sus cirios solemnes, con sus candelabros aristosos.
No creemos que la política haya hecho acto de contrición. La política no puede arrepentirse. Se pone tarro y chaqué por respeto a la tradición. La tradición norma en el Perú todas las cosas. Merced a ella los periodistas tenemos un día de descanso en el año.
Respetuoso de la tradición, el señor Pardo también se ha puesto tarro y chaqué y ha ido al templo. Ha oído misa. Ha tenido en su mano atildada la llave del tabernáculo.
Nosotros lo hemos visto entrar a la iglesia. Y también lo hemos visto salir. No hemos entrado con él para no sentirnos arrollados por su séquito marcial y por sus fanfarrias.
Pero en cambio habríamos querido ir a almorzar con el señor Pardo lo mismo que los jefes y oficiales del ejército. Nos imaginábamos que el señor Pardo había presidido una cena pascual y que sus discípulos no habían tenido túnicas como los del Evangelio, sino dolman y galones. Y nos imaginábamos que el señor Pardo había llamado a sus amados discípulos para invitarlos el sazonado y criollo pan de dulce.
Una congoja ha afligido nuestro espíritu en estos dos días.
Ha sido la congoja de que mientras la Santa Madre Iglesia nos mandaba el recogimiento y la contemplación, el presidente Wilson y el senado americano le enseñan el puño cerrado a Alemania.
La impresión de esta hora emocionante y suprema, de esta conflagración de intereses y sentimientos, de estas clarinadas militares, nos entusiasma, nos solivianta, nos exalta.
Mas nos cohíbe y descorazona el contraste de que vibren tantas faunalias en un momento que es de atrición y de luto.
Y aguardamos ansiosamente la hora cercana de que las campanas toquen a gloria para pensar nosotros que están tocando a guerra.
Los dos días santos han pasado con majestuoso compás de procesión y con perfumado olor de sahumerio. Trajes negros. Tarros. Cirios. Lienzos morados. Militares de parada. Humo de turíbulos.
Sale nuestro espíritu del recogimiento y al bostezar y al desperezarse torna a sentirse pecador. Ha concluido el ayuno. Ha concluido la abstinencia de carne. Ha concluido el contrito silencio de las campanas metálicas. Y nuestro espíritu, que se ha humillado y arrepentido ante el tabernáculo del “monumento” y que ha llorado con el sermón de tres horas, se hace la señal de la cruz para que Dios lo libre de pecado.
La política se ha sentido también piadosa en estos días. Se ha puesto tarro y chaqué y ha ido a los templos. Ha hallado impresionantes los “monumentos” con sus guirnaldas, con sus briscados, con sus lamparitas azules y rojas como las copitas de los aparadores, con sus cirios solemnes, con sus candelabros aristosos.
No creemos que la política haya hecho acto de contrición. La política no puede arrepentirse. Se pone tarro y chaqué por respeto a la tradición. La tradición norma en el Perú todas las cosas. Merced a ella los periodistas tenemos un día de descanso en el año.
Respetuoso de la tradición, el señor Pardo también se ha puesto tarro y chaqué y ha ido al templo. Ha oído misa. Ha tenido en su mano atildada la llave del tabernáculo.
Nosotros lo hemos visto entrar a la iglesia. Y también lo hemos visto salir. No hemos entrado con él para no sentirnos arrollados por su séquito marcial y por sus fanfarrias.
Pero en cambio habríamos querido ir a almorzar con el señor Pardo lo mismo que los jefes y oficiales del ejército. Nos imaginábamos que el señor Pardo había presidido una cena pascual y que sus discípulos no habían tenido túnicas como los del Evangelio, sino dolman y galones. Y nos imaginábamos que el señor Pardo había llamado a sus amados discípulos para invitarlos el sazonado y criollo pan de dulce.
Una congoja ha afligido nuestro espíritu en estos dos días.
Ha sido la congoja de que mientras la Santa Madre Iglesia nos mandaba el recogimiento y la contemplación, el presidente Wilson y el senado americano le enseñan el puño cerrado a Alemania.
La impresión de esta hora emocionante y suprema, de esta conflagración de intereses y sentimientos, de estas clarinadas militares, nos entusiasma, nos solivianta, nos exalta.
Mas nos cohíbe y descorazona el contraste de que vibren tantas faunalias en un momento que es de atrición y de luto.
Y aguardamos ansiosamente la hora cercana de que las campanas toquen a gloria para pensar nosotros que están tocando a guerra.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de abril de 1917. ↩︎