6.22. Trance democrático - Ayer
- José Carlos Mariátegui
Trance democrático1
En el centro y en el suburbio, en el Palais Concert y en el arrabal, en esta esquina y en esa otra, en la acera nuestra y en la acera del frente, en todas partes se siente que vivimos en una democracia. Todo es vítores y voces populares. Todo es atmósfera de jornada cívica. Hay furtivos y persistentes hálitos de pisco y de cerveza.
Andando por las calles se da uno cuenta de que solo falta un día para que empiece el mes de las elecciones. Mayo, que es en otros países el mes de la primavera, es entre nosotros el mes de los comicios populares. Mayo no nos hace pensar en el búcaro que recibirá nuestro ramo de flores, sino en el ánfora que recibirá nuestro voto.
La ciudad es recorrida por honestos grupos ciudadanos. Unos aclaman al señor Torres Balcázar. Otros aclaman al señor Balbuena. Otros aclaman al señor Miró Quesada. Todavía la candidatura del señor Jorge Prado no ha hecho un paseo por las calles.
Y todos nos sentimos rodeados de candidatos y de electores que hablan de la libre emisión del voto y de otras cosas similares.
Parado sobre una silla en el umbral de su imprenta dice el señor Torres Balcázar a los ciudadanos que le aclaman:
—¡Aguardemos la lucha en las ánforas!
El señor Balbuena nos dice en el jirón de la Unión:
—¡Confío mi suerte a las ánforas!
Y luego nos agrega haciendo una digresión:
—¡Rectifiquen ustedes! ¡Yo no busco casa en la calle de ustedes! ¡Tengo la casa de El Tiempo! ¿No es mía la casa de El Tiempo? ¿Para qué voy a buscar otra?
Y no se oye hablar, sino de las ánforas y de los esclarecidos ciudadanos que van a vigilarlas y a defenderlas.
Ignoramos cómo nuestro criollismo ha consentido que sobreviva a todas sus influencias el noble, ático y pagano nombre de ánfora. El ánfora ya no debía llamarse así entre nosotros. Acaso podría denominarse porongo.
Mientras el ánfora siga llamándose tal, no será posible que simbolice al mes de mayo en el Perú. Si un anónimo lechero la bautizase con mote más lógico, podría simbolizarlo enseguida. El ánfora es vulgarmente misteriosa. Esconde raros sortilegios a pesar de que está hecha de hojalata. Y en cualquier momento puede resucitar la excelsa fábula de la caja de Pandora. Un ánfora electoral puede servir, pues, en toda oportunidad, para el estudio prolijo de nuestra historia republicana.
Estas son puerilidades que no inquietan absolutamente a nuestra democracia. Nosotros somos acaso los únicos que las examinamos. Hacemos mal sin duda alguna. Mejor haríamos en unirnos a las expansiones entusiastas del sentimiento popular.
Hemos salido a las calles y hemos pensado enseguida que está en su apogeo el sistema nacional del club y del tumulto. El señor Torres Balcázar lo cultiva puro y tradicional. Sus partidarios se deslizan a pie o en victorias. El señor Balbuena y el señor Miró Quesada modernizan el sistema. Sus partidarios pasan en automóviles veloces.
Solo que el señor Torres Balcázar afirma malignamente y en son de apóstrofe, como él afirma todo:
—Es que mis partidarios son muy numerosos y no caben en todos los automóviles de la ciudad.
Muy pocas horas faltan para que comience también la candidatura del señor Jorge Prado a hacer la vida del club y del tumulto. Muy pocas horas faltan para que se abran las puertas de sus casas políticas. Muy pocas horas faltan para que sus paladines vayan de un suburbio a otro suburbio.
Hasta ahora la candidatura vive dentro de la casona del General la Fuente. Permanece en nuestra vecindad. El patio y los salones sonoros de la casona del General La Fuente se llenan de adhesiones. Y la juventud arde en deseos de desbordarse por la ciudad con el nombre de su candidato en los labios. Una vez que la candidatura del señor Prado se eche a las calles, la ciudad va a llegar al máximo de su fervor democrático.
Nos sentimos en la antesala de un mes emocionante.
Andando por las calles se da uno cuenta de que solo falta un día para que empiece el mes de las elecciones. Mayo, que es en otros países el mes de la primavera, es entre nosotros el mes de los comicios populares. Mayo no nos hace pensar en el búcaro que recibirá nuestro ramo de flores, sino en el ánfora que recibirá nuestro voto.
La ciudad es recorrida por honestos grupos ciudadanos. Unos aclaman al señor Torres Balcázar. Otros aclaman al señor Balbuena. Otros aclaman al señor Miró Quesada. Todavía la candidatura del señor Jorge Prado no ha hecho un paseo por las calles.
Y todos nos sentimos rodeados de candidatos y de electores que hablan de la libre emisión del voto y de otras cosas similares.
Parado sobre una silla en el umbral de su imprenta dice el señor Torres Balcázar a los ciudadanos que le aclaman:
—¡Aguardemos la lucha en las ánforas!
El señor Balbuena nos dice en el jirón de la Unión:
—¡Confío mi suerte a las ánforas!
Y luego nos agrega haciendo una digresión:
—¡Rectifiquen ustedes! ¡Yo no busco casa en la calle de ustedes! ¡Tengo la casa de El Tiempo! ¿No es mía la casa de El Tiempo? ¿Para qué voy a buscar otra?
Y no se oye hablar, sino de las ánforas y de los esclarecidos ciudadanos que van a vigilarlas y a defenderlas.
Ignoramos cómo nuestro criollismo ha consentido que sobreviva a todas sus influencias el noble, ático y pagano nombre de ánfora. El ánfora ya no debía llamarse así entre nosotros. Acaso podría denominarse porongo.
Mientras el ánfora siga llamándose tal, no será posible que simbolice al mes de mayo en el Perú. Si un anónimo lechero la bautizase con mote más lógico, podría simbolizarlo enseguida. El ánfora es vulgarmente misteriosa. Esconde raros sortilegios a pesar de que está hecha de hojalata. Y en cualquier momento puede resucitar la excelsa fábula de la caja de Pandora. Un ánfora electoral puede servir, pues, en toda oportunidad, para el estudio prolijo de nuestra historia republicana.
Estas son puerilidades que no inquietan absolutamente a nuestra democracia. Nosotros somos acaso los únicos que las examinamos. Hacemos mal sin duda alguna. Mejor haríamos en unirnos a las expansiones entusiastas del sentimiento popular.
Hemos salido a las calles y hemos pensado enseguida que está en su apogeo el sistema nacional del club y del tumulto. El señor Torres Balcázar lo cultiva puro y tradicional. Sus partidarios se deslizan a pie o en victorias. El señor Balbuena y el señor Miró Quesada modernizan el sistema. Sus partidarios pasan en automóviles veloces.
Solo que el señor Torres Balcázar afirma malignamente y en son de apóstrofe, como él afirma todo:
—Es que mis partidarios son muy numerosos y no caben en todos los automóviles de la ciudad.
Muy pocas horas faltan para que comience también la candidatura del señor Jorge Prado a hacer la vida del club y del tumulto. Muy pocas horas faltan para que se abran las puertas de sus casas políticas. Muy pocas horas faltan para que sus paladines vayan de un suburbio a otro suburbio.
Hasta ahora la candidatura vive dentro de la casona del General la Fuente. Permanece en nuestra vecindad. El patio y los salones sonoros de la casona del General La Fuente se llenan de adhesiones. Y la juventud arde en deseos de desbordarse por la ciudad con el nombre de su candidato en los labios. Una vez que la candidatura del señor Prado se eche a las calles, la ciudad va a llegar al máximo de su fervor democrático.
Nos sentimos en la antesala de un mes emocionante.
Ayer
No quiso descansar ayer la política.
Y es que la política cuando es política electoral no respeta el precepto religioso del domingo santo.
La ciudad se reunió ayer en el hipódromo de Santa Beatriz. Se inauguró la temporada de las carreras. Y la política quiso asistir también a la fiesta elegante y gentil.
El señor Torres Balcázar quiso presenciar el triunfo de un caballo del señor Químper en el clásico de apertura. Pensó como el señor Basadre y como el señor Escribens que el triunfo de Willful era también un triunfo de la minoría.
Y el señor Torres Balcázar y el señor Escribens Correa fueron en la fiesta de Santa Beatriz los candidatos de exhibición y de moda.
No tuvieron competidores.
El señor Balbuena, y el señor Miró Quesada y el señor Prado se quedaron en la ciudad sin fijarse en que la ciudad se iba al hipódromo.
El triunfo del caballo del señor Químper en el clásico de apertura motivó entusiasmos políticos vibrantes. Hubo champaña en honor del señor Químper. Y hubo brindis en honor del señor Torres Balcázar.
Repentinamente, se le ocurrió al señor Torres Balcázar hacer una exégesis:
—¡Willful llevaba el número 20! ¡Esto es simbólico! ¡El 20 de mayo es el día de las elecciones! ¡El número 20 está con nosotros!
La gente turfista ovacionó al señor Torres Balcázar y chocó con la suya su copa de champaña.
Y, de regreso al centro, la gente turfista pensaba que el señor Torres Balcázar estaba en lo cierto, que el número 20 simpatizaba con la oposición y que el número 20 era antigobiernista. Y se preguntaba si el número 21 sería solidario con el número 20.
Y es que la política cuando es política electoral no respeta el precepto religioso del domingo santo.
La ciudad se reunió ayer en el hipódromo de Santa Beatriz. Se inauguró la temporada de las carreras. Y la política quiso asistir también a la fiesta elegante y gentil.
El señor Torres Balcázar quiso presenciar el triunfo de un caballo del señor Químper en el clásico de apertura. Pensó como el señor Basadre y como el señor Escribens que el triunfo de Willful era también un triunfo de la minoría.
Y el señor Torres Balcázar y el señor Escribens Correa fueron en la fiesta de Santa Beatriz los candidatos de exhibición y de moda.
No tuvieron competidores.
El señor Balbuena, y el señor Miró Quesada y el señor Prado se quedaron en la ciudad sin fijarse en que la ciudad se iba al hipódromo.
El triunfo del caballo del señor Químper en el clásico de apertura motivó entusiasmos políticos vibrantes. Hubo champaña en honor del señor Químper. Y hubo brindis en honor del señor Torres Balcázar.
Repentinamente, se le ocurrió al señor Torres Balcázar hacer una exégesis:
—¡Willful llevaba el número 20! ¡Esto es simbólico! ¡El 20 de mayo es el día de las elecciones! ¡El número 20 está con nosotros!
La gente turfista ovacionó al señor Torres Balcázar y chocó con la suya su copa de champaña.
Y, de regreso al centro, la gente turfista pensaba que el señor Torres Balcázar estaba en lo cierto, que el número 20 simpatizaba con la oposición y que el número 20 era antigobiernista. Y se preguntaba si el número 21 sería solidario con el número 20.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de abril de 1917. ↩︎