6.21. Entre telones
- José Carlos Mariátegui
1No le miren ustedes el semblante al señor Pardo en estos momentos. Sean prudentes. El gesto del señor Pardo es risueño en la superficie, pero ácido en el fondo. El señor Pardo ha sufrido un fracaso.
El proceso electoral es un juego para el señor Pardo. No un juego de azar sino un juego de habilidad. Un juego como el ajedrez. El señor Pardo apuesta, y cuando pierde se impacienta y se indigna. Solitario, en su despacho presidencial o en su alcoba, mueve las fichas de un tablero que es el tablero del encasillado electoral.
Y el señor Pardo acaba de perder un juego. Lo han vencido. Y lo han vencido en una forma tan llena de galantería que no lo deja protestar y que ni siquiera lo deja poner cara adusta.
Era el señor Alfredo Solf y Muro el candidato único a la diputación por Chiclayo. Los partidos civil y liberal le habían proclamado. Todas las gracias y virtudes se habían confabulado alrededor de su persona para nimbarla gloriosamente.
Pero hubo un día malo en que, acodado sobre su tablero, el señor Pardo pensó que el señor Solf y Muro no era pardista. Pensó que era pradista. Vio imaginativamente que, cogidos de la mano, el señor Javier Prado y Ugarteche y el señor Alfredo Solf y Muro le hacían morisquetas.
El señor Pardo se inquietó profundamente y les preguntó a sus amigos:
—¿Qué es Solf y Muro?
Cauta y redomadamente le contestaron:
—Solf y Muro es catedrático de la Universidad de San Marcos.
El señor Pardo se puso pensativo y se calló. La enunciación de la Universidad de San Marcos le recordaba nuevamente al señor Prado.
Y en otra oportunidad volvió a hacer la misma pregunta:
—¿Qué es Solf y Muro?
También entonces le contestaron con ingenuidad discreta:
—Solf y Muro es miembro de la junta directiva del partido civil.
El señor Pardo sintió otra vez que, como en la Universidad, el señor Solf y Muro estaba también muy cerca del señor Prado en la junta directiva del partido civil.
Y un día se embarcó para Eten el señor Enrique Pardo, y puso en manos del señor Cabrera el ofrecimiento de la diputación por Chiclayo a nombre de su hermano el presidente de la República.
Vaciló el señor Cabrera, pero insistió el señor Enrique Pardo. Fue la suya una dialéctica persuasiva. El señor Solf y Muro era, evidentemente, un distinguido ciudadano. Mas el gobierno necesitaba imperiosamente que fuesen a la Cámara solo sus amigos incondicionales.
Y hubo de rendirse a las tentaciones el alma provinciana del señor Cabrera.
Entonces el señor Solf y Muro hizo un ademán orgulloso. Retiró su candidatura a la diputación por Chiclayo y se inclinó cortésmente ante el señor Cabrera.
Avisándole su desistimiento, el señor Solf y Muro parecía decirle al señor Cabrera:
—Pase usted no más. Pase usted solo. Yo me retiro.
Pero el alma provinciana del señor Cabrera sabe también ser un alma genuflexa y gentil. La sonrisa y el ademán del señor. Solf y Muro la sedujeron. Y el señor Cabrera quiso hacer lo mismo que el señor Solf y Muro.
Pagándole la deferencia, el señor Cabrera le decía al señor Solf y Muro reverentemente:
—Pase usted no más. Pase usted solo. Yo me retiro.
Así ha terminado el incidente.
Ha perdido una jugada el señor Pardo.
Y no puede hacer sensible su desagrado. Tiene que sonreírse. Tiene que callarse. Un jugador pundonoroso no puede dar de gritos ni puede mesarse los cabellos.
Mientras tanto el señor Solf y Muro, gentil hombre metropolitano, y el señor Cabrera, gentil hombre rural, siguen haciéndose genuflexiones por encima del hombro del señor Enrique Pardo, estupefacto todavía.
El proceso electoral es un juego para el señor Pardo. No un juego de azar sino un juego de habilidad. Un juego como el ajedrez. El señor Pardo apuesta, y cuando pierde se impacienta y se indigna. Solitario, en su despacho presidencial o en su alcoba, mueve las fichas de un tablero que es el tablero del encasillado electoral.
Y el señor Pardo acaba de perder un juego. Lo han vencido. Y lo han vencido en una forma tan llena de galantería que no lo deja protestar y que ni siquiera lo deja poner cara adusta.
Era el señor Alfredo Solf y Muro el candidato único a la diputación por Chiclayo. Los partidos civil y liberal le habían proclamado. Todas las gracias y virtudes se habían confabulado alrededor de su persona para nimbarla gloriosamente.
Pero hubo un día malo en que, acodado sobre su tablero, el señor Pardo pensó que el señor Solf y Muro no era pardista. Pensó que era pradista. Vio imaginativamente que, cogidos de la mano, el señor Javier Prado y Ugarteche y el señor Alfredo Solf y Muro le hacían morisquetas.
El señor Pardo se inquietó profundamente y les preguntó a sus amigos:
—¿Qué es Solf y Muro?
Cauta y redomadamente le contestaron:
—Solf y Muro es catedrático de la Universidad de San Marcos.
El señor Pardo se puso pensativo y se calló. La enunciación de la Universidad de San Marcos le recordaba nuevamente al señor Prado.
Y en otra oportunidad volvió a hacer la misma pregunta:
—¿Qué es Solf y Muro?
También entonces le contestaron con ingenuidad discreta:
—Solf y Muro es miembro de la junta directiva del partido civil.
El señor Pardo sintió otra vez que, como en la Universidad, el señor Solf y Muro estaba también muy cerca del señor Prado en la junta directiva del partido civil.
Y un día se embarcó para Eten el señor Enrique Pardo, y puso en manos del señor Cabrera el ofrecimiento de la diputación por Chiclayo a nombre de su hermano el presidente de la República.
Vaciló el señor Cabrera, pero insistió el señor Enrique Pardo. Fue la suya una dialéctica persuasiva. El señor Solf y Muro era, evidentemente, un distinguido ciudadano. Mas el gobierno necesitaba imperiosamente que fuesen a la Cámara solo sus amigos incondicionales.
Y hubo de rendirse a las tentaciones el alma provinciana del señor Cabrera.
Entonces el señor Solf y Muro hizo un ademán orgulloso. Retiró su candidatura a la diputación por Chiclayo y se inclinó cortésmente ante el señor Cabrera.
Avisándole su desistimiento, el señor Solf y Muro parecía decirle al señor Cabrera:
—Pase usted no más. Pase usted solo. Yo me retiro.
Pero el alma provinciana del señor Cabrera sabe también ser un alma genuflexa y gentil. La sonrisa y el ademán del señor. Solf y Muro la sedujeron. Y el señor Cabrera quiso hacer lo mismo que el señor Solf y Muro.
Pagándole la deferencia, el señor Cabrera le decía al señor Solf y Muro reverentemente:
—Pase usted no más. Pase usted solo. Yo me retiro.
Así ha terminado el incidente.
Ha perdido una jugada el señor Pardo.
Y no puede hacer sensible su desagrado. Tiene que sonreírse. Tiene que callarse. Un jugador pundonoroso no puede dar de gritos ni puede mesarse los cabellos.
Mientras tanto el señor Solf y Muro, gentil hombre metropolitano, y el señor Cabrera, gentil hombre rural, siguen haciéndose genuflexiones por encima del hombro del señor Enrique Pardo, estupefacto todavía.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de abril de 1917. ↩︎