6.20.. En el atrenzo
- José Carlos Mariátegui
1Ya la ciudad le ha visto la cara a la candidatura del señor Jorge Prado. Imperativa, exigente, pertinaz, le aguardaba a las puertas de la casa del General La Fuente. Y como la candidatura no salía, la ciudad impaciente se metió dentro de su casa para verle la cara antes de que apareciese a la calle.
Tenemos, pues, cancha grande desde hace varias horas.
Hay cuatro candidaturas que son como los cuatro puntos cardinales.
Todavía no podemos decir si la candidatura del señor Torres Balcázar es la candidatura del norte y la del señor Jorge Prado la del sur y la del señor Luis Miró Quesada la del oeste y la del señor Balbuena la del este.
Nos paramos en la puerta de nuestra casa con una veleta en la mano para llegar a esas conclusiones geográficas y orientarnos.
Y vemos que las gentes pasan corriendo por nuestra acera y por la del frente.
Sentimos que a un lado tenemos un candidato ya otro lado otro candidato. Uno en la calle de Lártiga y otro en la calle del General La Fuente. Y pensamos en que los dos tienen el noble color blanco en el traje. Uno en el pantalón y otro en el chaleco.
Vivimos encantados.
Los días electorales se acercan corriendo hacia nosotros con los brazos abiertos. Los presentimos emocionantes, bulliciosos, alegres. Y les pedimos por señas un anticipo de su emoción, de su bullicio y de su alegría.
Almas mal intencionadas se aproximan a la nuestra para arredrarla con su hálito pesimista y reticente.
Nos parece oír una interrogación así:
—¿Habrá tragedia?
Y entonces protestamos:
—¡No! ¡Tragedia no! ¡Por Dios!
La voz del señor Balbuena nos acorre desde muy lejos:
—¡Tragedia no! ¡Todos somos hermanos! ¡Todos somos amigos! ¡Hagamos todos un honesto esfuerzo cívico!
Y en seguida la juventud nos saca de preocupaciones tristes. Viene a nuestra casa y la llena como un raudal de entusiasmos. Se sube sobre las mesas y nos revuelve los papeles. Grita. Ríe. Juega.
Nos paramos gravemente detrás de nuestra máquina de escribir y preguntamos:
—¿Dónde han estado ustedes?
Y la juventud nos responde:
—¡En la casa de Prado! ¡Prado es el candidato de la juventud!
Hacemos una interrogación risueña:
—¿Y es también el candidato de la adolescencia?
Y nos responden:
—¡También!
Y hacemos una interrogación más:
—¿Y es también el candidato de los jóvenes futuristas?
La juventud se ríe. Nos da con los papeles en la cabeza. Nos abraza. Nos tunde con sus gritos de despedida. Y se va toda en tropel.
Tras de la juventud salimos a la calle.
Hallamos a nuestra calle y nuestro jirón inundados de animación y regocijo. Si el señor José de la Riva Agüero fuera siempre pretendiente a una diputación, tendríamos tres candidaturas en nuestro jirón. Nuestro jirón representaría el ombligo de la opinión limeña. En la calle de Lártiga, el señor Torres Balcázar sonoro y el señor Riva Agüero rosado. En la calle del General La Fuente el señor Jorge Prado nervioso. La fuerza, el futurismo y la juventud.
Así habría sido indudablemente.
Por eso el mismo señor Balbuena nos acaba de decir:
—¡Estoy buscando casa cerca de ustedes!
Tenemos, pues, cancha grande desde hace varias horas.
Hay cuatro candidaturas que son como los cuatro puntos cardinales.
Todavía no podemos decir si la candidatura del señor Torres Balcázar es la candidatura del norte y la del señor Jorge Prado la del sur y la del señor Luis Miró Quesada la del oeste y la del señor Balbuena la del este.
Nos paramos en la puerta de nuestra casa con una veleta en la mano para llegar a esas conclusiones geográficas y orientarnos.
Y vemos que las gentes pasan corriendo por nuestra acera y por la del frente.
Sentimos que a un lado tenemos un candidato ya otro lado otro candidato. Uno en la calle de Lártiga y otro en la calle del General La Fuente. Y pensamos en que los dos tienen el noble color blanco en el traje. Uno en el pantalón y otro en el chaleco.
Vivimos encantados.
Los días electorales se acercan corriendo hacia nosotros con los brazos abiertos. Los presentimos emocionantes, bulliciosos, alegres. Y les pedimos por señas un anticipo de su emoción, de su bullicio y de su alegría.
Almas mal intencionadas se aproximan a la nuestra para arredrarla con su hálito pesimista y reticente.
Nos parece oír una interrogación así:
—¿Habrá tragedia?
Y entonces protestamos:
—¡No! ¡Tragedia no! ¡Por Dios!
La voz del señor Balbuena nos acorre desde muy lejos:
—¡Tragedia no! ¡Todos somos hermanos! ¡Todos somos amigos! ¡Hagamos todos un honesto esfuerzo cívico!
Y en seguida la juventud nos saca de preocupaciones tristes. Viene a nuestra casa y la llena como un raudal de entusiasmos. Se sube sobre las mesas y nos revuelve los papeles. Grita. Ríe. Juega.
Nos paramos gravemente detrás de nuestra máquina de escribir y preguntamos:
—¿Dónde han estado ustedes?
Y la juventud nos responde:
—¡En la casa de Prado! ¡Prado es el candidato de la juventud!
Hacemos una interrogación risueña:
—¿Y es también el candidato de la adolescencia?
Y nos responden:
—¡También!
Y hacemos una interrogación más:
—¿Y es también el candidato de los jóvenes futuristas?
La juventud se ríe. Nos da con los papeles en la cabeza. Nos abraza. Nos tunde con sus gritos de despedida. Y se va toda en tropel.
Tras de la juventud salimos a la calle.
Hallamos a nuestra calle y nuestro jirón inundados de animación y regocijo. Si el señor José de la Riva Agüero fuera siempre pretendiente a una diputación, tendríamos tres candidaturas en nuestro jirón. Nuestro jirón representaría el ombligo de la opinión limeña. En la calle de Lártiga, el señor Torres Balcázar sonoro y el señor Riva Agüero rosado. En la calle del General La Fuente el señor Jorge Prado nervioso. La fuerza, el futurismo y la juventud.
Así habría sido indudablemente.
Por eso el mismo señor Balbuena nos acaba de decir:
—¡Estoy buscando casa cerca de ustedes!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de abril de 1917. ↩︎