6.19. Visita

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Es absolutamente exacto lo que dijimos ayer. El señor Pardo está tedioso. Su espíritu sufre inquietudes y desazones profundas. El automóvil y el campo le distraen y le regalan algunos momentos. Pero el señor Pardo no puede consagrarle todo el día al automóvil y al campo. Es presidente de la República cual sabemos. Y no puede pasarse el tiempo paseando.
         Ayer amaneció intranquilo el señor Pardo. No quiso ir a la avenida de Miramar. No quiso ir tampoco a La Pólvora ni a ninguna de las otras obras que los presidentes suelen visitar para que el país comprenda que se esfuerzan y que trabajan.
         El señor Pardo fue a la Penitenciaría. En la Penitenciaría se está construyendo celdas nuevas. Hay allí una obra de albañilería que justifica una visita presidencial. Un presidente de la República celoso no podía dejar de inspeccionarla.
         Pero la ciudad, que es muy reticente, se preguntaba con obstinación:
         —¿A qué ha ido el señor Pardo al Panóptico?
         Y había gentes que hacían esta otra interrogación:
         —¿El señor Pardo está en el Panóptico?
         Todo por escuchar esta respuesta simple y monosilábica:
         —Sí.
         También nosotros salimos a las calles al recibir la noticia para preguntar con risueño candor:
         —¿El señor Pardo está en el Panóptico?
         Las gentes nos respondían afirmativamente:
         —Sí.
         Más tarde comenzaron a divulgarse los detalles de la visita. Se contaba cómo había entrado el señor Pardo al Panóptico y cómo había salido. A qué hora había entrado y a qué hora había salido. Con qué pie había entrado y con qué pie había salido. Una versión minuciosa, prolija, perfecta.
         Nosotros nos quedábamos asombrados oyendo hablar a la ciudad y pensábamos que la ciudad celebraba la visita del señor Pardo al Panóptico. Somos todavía muy ingenuos para entender bien la complicada sicología de la ciudad.
         Y sobre todo una cosa nos turbó entre todas las que la ciudad comentaba. Una cosa inocente pero sugestiva. Una cosa de esas que en los labios de la ciudad son tan interesantes.
         Era que el señor Pardo había visitado también los altos del Panóptico. Los altos destinados a los presos políticos. Los altos de las prisiones históricas. Los altos del código de justicia militar.
         Hay en esos altos tres habitaciones que encendieron respectivamente una curiosidad del señor Pardo.
         Y en el umbral de una de ellas el director del Panóptico habló así:
         —Aquí estuvo el señor Leguía.
         Y en el umbral de la segunda, agregó:
         —Aquí estuvo el señor Billinghurst.
         No habló más el director del Panóptico.
         Pero en el umbral de la otra habitación, el señor Pardo hizo esta pregunta:
         —¿Y aquí quién ha estado?
         El director del Panóptico dijo entonces:
         —Aquí no ha estado todavía nadie.
         Terminó la visita. El señor Pardo salió de la Penitenciaría y se alejó de ella.
         Mientras tanto la ciudad, noticiada rápidamente de la visita al Panóptico, daba rienda suelta a sus impertinencias, a sus murmuraciones, a sus travesuras. Seguía preguntándose a qué habría ido el señor Pardo al Panóptico. Fingía a veces una sospecha y se apretaba el corazón. Temía por las hidalgas y buenas gentes que le hacen oposición al señor Pardo.
         Y había un rato en que la ciudad temblaba y había otro rato en que la ciudad soltaba la risa.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de abril de 1917. ↩︎