6.18. Aire libre
- José Carlos Mariátegui
1La guerra mundial, los Estados Unidos, Mr. Wilson, los candidatos a las diputaciones por Lima, el general Rumimaqui y el renacimiento peruano tienen la culpa de que vivamos un tanto olvidados del señor Pardo. Poco a poco nos hemos ido acostumbrando a hablar de hombres distintos. Mr. Lansing ha llegado a alcanzar aquí mayor interés público que el señor Pardo.
Y hacemos mal.
Hoy lo hemos visto pasar en su automóvil, envuelto en una atmósfera de bencina y lo hemos hallado envejecido y magro. Nos hemos dado cuenta de todo el tiempo que lo hemos tenido olvidado. Y una gran indignación contra nosotros mismos se nos ha apoderado.
Hemos detenido al señor Balbuena en la calle para preguntarle:
—¿Por qué tenemos tan olvidado al señor Pardo?
Mas el señor Balbuena nos ha respondido:
—¡Ustedes! ¡Yo no! ¡Yo no tengo jamás olvidados a mis amigos! ¡Pienso siempre en ellos! ¡Mi devoción amistosa es inquebrantable!
No hemos querido que el señor Balbuena nos siguiera hablando de esta suerte y hemos seguido solos por las calles preguntándonos a nosotros mismos:
—¿Por qué tenemos tan olvidado al señor Pardo?
El señor Pardo está tedioso, está esplinático, está neurasténico. Solo en el vértigo del automóvil, en la fruición del paisaje, en la alegría del campo y en la majestad del amor, encuentra su espíritu satisfacción y recompensa. Dentro de su automóvil siente que el Perú es muy chico. Y sobre todo siente que el Perú marcha, que el Perú rueda y que el Perú corre.
Es por esto que el señor Pardo no piensa ahora sino en hacer caminos para automóviles. Está seguro de que el día en que la república se vea cruzada por un millón de automóviles habrá llegado a su máxima grandeza. La felicidad está en el campo, está en la ribera, está en el camino. Y al campo, a la ribera y al camino no es posible sino ir en automóvil. La felicidad es el automóvil.
Aún no nos hemos puesto a imaginar todos los pensamientos que debe tener un presidente de la República dentro de un automóvil. Se nos ocurre que debe sentir la sensación de ser muy libre. El automóvil lo encierra, pero al mismo tiempo lo transporta a donde quiere. Y el automóvil no está sujeto a la inflexibilidad férrea de los rieles. Hace ondulaciones. Es tornadizo.
No sabemos cómo a todos los peruanos no nos recomienda la ciencia el aire libre lo mismo que al señor Pardo. Todos debíamos ir en automóviles por los caminos. Acaso es que solo nos faltan automóviles.
Pero hemos descubierto una cosa.
El señor Pardo quiere indiscutiblemente que gocemos de una felicidad pluscuamperfecta. Y como no podremos ser felices, sino el día en que podamos pasear en automóvil por el campo, quiere dejarnos abiertas las pistas sobre las cuales rodaremos más tarde. No hace sino pensar en caminos para automóviles. La avenida de Miramar, la avenida de Miraflores, la avenida de la Magdalena tienen todas sus predilecciones.
Tal vez la historia le hará justicia y dirá que el gobierno del señor Pardo ha sido el gobierno de las avenidas.
Y hacemos mal.
Hoy lo hemos visto pasar en su automóvil, envuelto en una atmósfera de bencina y lo hemos hallado envejecido y magro. Nos hemos dado cuenta de todo el tiempo que lo hemos tenido olvidado. Y una gran indignación contra nosotros mismos se nos ha apoderado.
Hemos detenido al señor Balbuena en la calle para preguntarle:
—¿Por qué tenemos tan olvidado al señor Pardo?
Mas el señor Balbuena nos ha respondido:
—¡Ustedes! ¡Yo no! ¡Yo no tengo jamás olvidados a mis amigos! ¡Pienso siempre en ellos! ¡Mi devoción amistosa es inquebrantable!
No hemos querido que el señor Balbuena nos siguiera hablando de esta suerte y hemos seguido solos por las calles preguntándonos a nosotros mismos:
—¿Por qué tenemos tan olvidado al señor Pardo?
El señor Pardo está tedioso, está esplinático, está neurasténico. Solo en el vértigo del automóvil, en la fruición del paisaje, en la alegría del campo y en la majestad del amor, encuentra su espíritu satisfacción y recompensa. Dentro de su automóvil siente que el Perú es muy chico. Y sobre todo siente que el Perú marcha, que el Perú rueda y que el Perú corre.
Es por esto que el señor Pardo no piensa ahora sino en hacer caminos para automóviles. Está seguro de que el día en que la república se vea cruzada por un millón de automóviles habrá llegado a su máxima grandeza. La felicidad está en el campo, está en la ribera, está en el camino. Y al campo, a la ribera y al camino no es posible sino ir en automóvil. La felicidad es el automóvil.
Aún no nos hemos puesto a imaginar todos los pensamientos que debe tener un presidente de la República dentro de un automóvil. Se nos ocurre que debe sentir la sensación de ser muy libre. El automóvil lo encierra, pero al mismo tiempo lo transporta a donde quiere. Y el automóvil no está sujeto a la inflexibilidad férrea de los rieles. Hace ondulaciones. Es tornadizo.
No sabemos cómo a todos los peruanos no nos recomienda la ciencia el aire libre lo mismo que al señor Pardo. Todos debíamos ir en automóviles por los caminos. Acaso es que solo nos faltan automóviles.
Pero hemos descubierto una cosa.
El señor Pardo quiere indiscutiblemente que gocemos de una felicidad pluscuamperfecta. Y como no podremos ser felices, sino el día en que podamos pasear en automóvil por el campo, quiere dejarnos abiertas las pistas sobre las cuales rodaremos más tarde. No hace sino pensar en caminos para automóviles. La avenida de Miramar, la avenida de Miraflores, la avenida de la Magdalena tienen todas sus predilecciones.
Tal vez la historia le hará justicia y dirá que el gobierno del señor Pardo ha sido el gobierno de las avenidas.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de abril de 1917. ↩︎