6.17. Minuto solemne - Amanece

  • José Carlos Mariátegui

Minuto solemne1  

         Este minuto histórico que vivimos quiere ser, no solo grande en el mundo, sino también aquí en el Perú. Y es por eso que unas veces estamos a punto de declararle la guerra a Alemania y otras veces nos sentimos amenazados por una sublevación de indígenas.
         La vida nacional llega indudablemente a una etapa interesantísima. Se diría que asistimos a un renacimiento peruano. Tenemos arte incaico. Teatro incaico. Música incaica. Y para que nada nos falte nos ha sobrevenido una revolución incaica.
         Si ponemos los ojos en una vidriera, nos encontramos con una momia. Si ponemos los ojos en un periódico, nos encontramos con un artículo del doctor Kimmich sobre las ruinas del Tiahuanaco. Si ponemos los ojos en un escenario, nos encontramos con Ollantay y Súmacc Tica. Y si ponemos los ojos en otro escenario, nos encontramos con el señor Daniel Alomía Robles y con el folklore aborigen.
         Todas estas circunstancias se confabulan para dictar una sola conclusión: este es el renacimiento peruano. Se abren las huacas para que surjan las sombras de los emperadores del Tahuantinsuyo. Estamos en un minuto solemne.
         Y si dirigimos la mirada al mapa nos encontramos con que los indios que, por virtud de la palabra del general Rumimaqui sueñan con la restauración de su dinastía y de su mascapaycha simbólica, se han levantado en armas y les muestran los puños agresivos a los osados mestizos que les sojuzgan y oprimen.
         El color de este minuto de nuestra historia es un rubio color de lana de vicuña. Su ritmo es un cadencioso ritmo de huainito. Se diría que este renacimiento aparece orquestado y armonizado por un sumo sacerdote del Sol.
         Apenas si no nos explicamos todavía cómo no surge en Lima, por ejemplo, una candidatura incaica. Sería una candidatura victoriosa desde su aparición. Haría un camino triunfal a las ánforas. Se pondría de moda. Los periódicos le harían reclamo con epígrafes a dos columnas como a la compañía de los dramas legendarios.
         Hay en la ciudad la sensación de este renacimiento. Se comprende que es muy grande el minuto presente. Se abre la boca con admiración. Pero no falta, por supuesto, el comentario risueño.
         Apenas hace un minuto, un hombre nos ha detenido para decirnos:
         —¡El señor Pardo no solo ha soliviantado a nuestro presente! ¡Ha soliviantado también a nuestro pasado! ¡Hasta los incas salen de sus huacas para combatirlo!
         Y luego se ha muerto de risa.
         Contrariando todas las gravedades solemnes del instante, el hábito nacional de la risa sigue triunfando.
         Poco a poco, todo se va haciendo risa entre nosotros.
         El general Rumimaqui quiere ser inca del Perú. No sabemos si el general Rumimaqui, haría un buen gobierno. No sabemos siquiera si haría un gobierno constitucional. Acaso se le ocurriría imitar al señor Pardo y prorrogaría el presupuesto. Tal vez pondría también en la dirección de administración al señor Heráclides Pérez. Quién sabe le aventaría igualmente al país un puñado de papeles procaces para contrarrestar la protesta de los hombres de bien.
         Ignoramos todo esto.
         Una sola cosa sabemos: que el general Rumimaqui quiere ser inca. Pues quiere serlo, acude al sistema de la montonera. Levanta el estandarte de la revancha. Prende una tea revolucionaria en lo alto de una serranía en la cual triscan y escupen las llamas.
         Es el renacimiento peruano.

Amanece  

         Escribimos en una madrugada alegre.
         Hay en torno de nosotros gran bullicio de gentes. El ruido de nuestra máquina de escribir parece asfixiado entre el ruido de tantas voces discutidoras. Nos sentimos aturdidos, confundidos, ebrios.
         Es, sin duda, que amanecemos con un acontecimiento sonoro que no puede ser sino la candidatura del señor Jorge Prado y Ugarteche a una de las diputaciones en propiedad por Lima.
         Candidatura de nuestro barrio. Candidatura de nuestra calle. Candidatura          de nuestra acera. Ya lo hemos dicho. Y lo repetimos porque es una verdad definitiva y vibrante.
         Sentimos que entre nosotros y esta candidatura la razón de vecindad crea solidaridades y vinculaciones indeclinables. Para algo vivimos en Lima. En Lima una razón de vecindad es una razón altísima.
         Nada le falta ya a la candidatura del señor Jorge Prado y Ugarteche para salir a la calle y entregarse al abrazo de todos los ciudadanos. Absolutamente nada.
         Está ya vestida de pies a cabeza y, por supuesto, vestida democráticamente de americana. De americana y con chaleco blanco.
         Pensamos en este instante de la madrugada que la ciudad entera se ha congregado en la calle General La Fuente llamando al señor Jorge Prado y Ugarteche. Y pensamos que el señor Jorge Prado y Ugarteche se presenta en el umbral de su casa con el nimbo de su nombre civilista, de su simpatía metropolitana y de su aliento juvenil.
         La multitud que nos rodea a nosotros y a nuestra máquina de escribir entona un verdadero y unánime himno:
         —¡Esta es la candidatura de la juventud! ¡Esta es la candidatura del optimismo! ¡Esta es la candidatura del ideal!
         Todo nos parece muy acertado y muy inteligente.
         Pero agregamos por nuestra cuenta:
         —¡Esta es la candidatura del General La Fuente!
         La multitud nos aplaude:
         —¡Bravo!
         Indiscutiblemente, nosotros estamos en lo justo.
         Siguen en nuestro alrededor los entusiasmos, las voces, las aclamaciones, los entusiasmos, los actos de devoción.
         Y mientras tanto amanece.
         En el portal de la casa del señor Prado y Ugarteche se han quedado dormidos los ciudadanos aguardando la hora inminente de que la candidatura salga a las calles.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de abril de 1917. ↩︎