6.16. Cancha grande
- José Carlos Mariátegui
1No tendremos ya por qué extrañar ni al señor José de la Riva Agüero ni al señor José María de la Jara y Ureta en la lucha electoral de Lima. Para que haya cuatro candidaturas fuertes, cuatro candidaturas grandes, cuatro candidaturas viriles, acaba de atisbarse la aparición de una nueva. Y la ciudad aguarda con la respiración en suspenso que salga a las calles.
Hasta hoy solo las candidaturas a las diputaciones suplentes iban multiplicándose como los panes del sermón evangélico. Además del señor Eduardo Escribens, del señor Óscar Devéscovi, del señor Carlos Iturrizaga y del señor Emilio Osterling, veinte ciudadanos más le piden sus votos a la ciudad. Todos los días suena el nombre de un candidato nuevo. Hay candidatos de gremio, candidatos de sociedad de auxilios mutuos y hasta candidatos de familia. Uno de estos días vamos a amanecer con un candidato en cada calle de Lima.
Pero los candidatos a las diputaciones en propiedad han seguido siendo los mismos. Permanentes, el señor Torres Balcázar, el señor Miró Quesada y el señor Balbuena. Intermitente, el señor Luis Felipe Paz Soldán. Nadie más ha querido ser candidato a una diputación en propiedad. Y así hemos vivido entre el señor Torres Balcázar, el señor Miró Quesada y el señor Balbuena.
Repentinamente, esta monotonía simpática va a romperse. Una candidatura está detrás de la puerta lista para asomar en el balcón y hablarle al pueblo. Aún no se le ve, pero ya se le siente. Se escucha su respiración que es ordenada y tranquila. Se comprende que está llena de salud y de bríos.
Uno se para en medio de la calzada y pregunta:
—¿Y cómo va a salir este candidato a la calle? ¿En automóvil o en victoria?
Todos responden:
— Ni en automóvil ni en victoria. ¡Va a salir a pie para darle la mano a todo el mundo!
La inminencia de la nueva candidatura nos pone intranquilos y desasosegados. Hemos vivido tanto tiempo pendientes de la esperada aparición de la candidatura del señor Pérez Palacios, que nuestros nervios están agotados y fláccidos. Y ahora no sabemos cuánto tiempo vamos a vivir aguardando la salida de la candidatura que debe surgir de un momento a otro.
Y es que hay una razón fundamental para que nuestro interés sea infinito. La candidatura nueva va a salir de nuestro barrio, va a salir de nuestra calle, va a salir de nuestra acera.
Para tener estos atributos no puede ser, sino una candidatura muy importante. Y lo es indiscutiblemente. Cuando la tengamos en las calles se persuadirán todos de que lleva un apellido ilustre del partido civil, de que luce vibrantes arrestos de mocedad y de que exhibe títulos sonoros de simpatía.
No es una candidatura advenediza; es una candidatura con regular proceso de gestación.
Toda la ciudad sabe ya que es la candidatura del señor Jorge Prado y Ugarteche. Y lo único que ignora es cuándo va a presentarse en el umbral de su casa para llamar a su alrededor a todos los hombres de buena voluntad.
Nosotros estamos encantados porque la cancha se extiende, porque la lucha se anima, porque el panorama se complica.
Hacemos con los dedos una cuenta regocijada:
—El señor Balbuena, el señor Miró Quesada, el señor Torres Balcázar, el señor Prado y Ugarteche.
Y nos volvemos locos de contento.
Asimismo, se nos caería el alma al suelo si el señor Balbuena, por ejemplo, desistiese.
Mas el mismo señor Balbuena nos ha dicho hace un segundo:
—Yo soy invencible. Una diputación sigue siendo mía.
Y luego con un entusiasmo inmenso:
—¡Dios es muy grande! ¡Dios amanece para todos!
Solo que después hemos descubierto que el señor Balbuena hace cotidianamente estas exclamaciones para ponerse bien con los católicos.
Hasta hoy solo las candidaturas a las diputaciones suplentes iban multiplicándose como los panes del sermón evangélico. Además del señor Eduardo Escribens, del señor Óscar Devéscovi, del señor Carlos Iturrizaga y del señor Emilio Osterling, veinte ciudadanos más le piden sus votos a la ciudad. Todos los días suena el nombre de un candidato nuevo. Hay candidatos de gremio, candidatos de sociedad de auxilios mutuos y hasta candidatos de familia. Uno de estos días vamos a amanecer con un candidato en cada calle de Lima.
Pero los candidatos a las diputaciones en propiedad han seguido siendo los mismos. Permanentes, el señor Torres Balcázar, el señor Miró Quesada y el señor Balbuena. Intermitente, el señor Luis Felipe Paz Soldán. Nadie más ha querido ser candidato a una diputación en propiedad. Y así hemos vivido entre el señor Torres Balcázar, el señor Miró Quesada y el señor Balbuena.
Repentinamente, esta monotonía simpática va a romperse. Una candidatura está detrás de la puerta lista para asomar en el balcón y hablarle al pueblo. Aún no se le ve, pero ya se le siente. Se escucha su respiración que es ordenada y tranquila. Se comprende que está llena de salud y de bríos.
Uno se para en medio de la calzada y pregunta:
—¿Y cómo va a salir este candidato a la calle? ¿En automóvil o en victoria?
Todos responden:
— Ni en automóvil ni en victoria. ¡Va a salir a pie para darle la mano a todo el mundo!
La inminencia de la nueva candidatura nos pone intranquilos y desasosegados. Hemos vivido tanto tiempo pendientes de la esperada aparición de la candidatura del señor Pérez Palacios, que nuestros nervios están agotados y fláccidos. Y ahora no sabemos cuánto tiempo vamos a vivir aguardando la salida de la candidatura que debe surgir de un momento a otro.
Y es que hay una razón fundamental para que nuestro interés sea infinito. La candidatura nueva va a salir de nuestro barrio, va a salir de nuestra calle, va a salir de nuestra acera.
Para tener estos atributos no puede ser, sino una candidatura muy importante. Y lo es indiscutiblemente. Cuando la tengamos en las calles se persuadirán todos de que lleva un apellido ilustre del partido civil, de que luce vibrantes arrestos de mocedad y de que exhibe títulos sonoros de simpatía.
No es una candidatura advenediza; es una candidatura con regular proceso de gestación.
Toda la ciudad sabe ya que es la candidatura del señor Jorge Prado y Ugarteche. Y lo único que ignora es cuándo va a presentarse en el umbral de su casa para llamar a su alrededor a todos los hombres de buena voluntad.
Nosotros estamos encantados porque la cancha se extiende, porque la lucha se anima, porque el panorama se complica.
Hacemos con los dedos una cuenta regocijada:
—El señor Balbuena, el señor Miró Quesada, el señor Torres Balcázar, el señor Prado y Ugarteche.
Y nos volvemos locos de contento.
Asimismo, se nos caería el alma al suelo si el señor Balbuena, por ejemplo, desistiese.
Mas el mismo señor Balbuena nos ha dicho hace un segundo:
—Yo soy invencible. Una diputación sigue siendo mía.
Y luego con un entusiasmo inmenso:
—¡Dios es muy grande! ¡Dios amanece para todos!
Solo que después hemos descubierto que el señor Balbuena hace cotidianamente estas exclamaciones para ponerse bien con los católicos.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de abril de 1917. ↩︎