5.6. Minuto trágico

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hoy no podemos reírnos de nada.
         El país está demasiado trágico para que haya en él quien a estas horas piense en eutrapelias, risas, ironías, burlas y morisquetas.
         Y hasta ha pasado la hora de las inquietudes, de las nerviosidades, de las desazones, de las grimas y de los malos augurios.
         El grito seco, duro y fuerte de la realidad nos ha estremecido y nos ha turbado a todos de modo tan repentino e intenso que ya hemos perdido acaso para siempre la virtud de la mueca.
         Hace muy pocos días decíamos en este periódico y en esta misma columna: todo se va poniendo trágico en el Perú.
         Y estábamos en lo cierto.
         Una bala había matado en Cutervo al candidato señor Bazán y a uno de sus parciales. Una masa aleve había acechado en una calle del Cuzco al candidato señor Víctor Guevara para matarlo también. Y en varias partes los candidatos desafectos al gobierno comprendían que era la hora de poner semblante de condenados a muerte.
         La muerte comenzaba a dar solución a los problemas electorales y para suprimir a un candidato podían servir lo mismo una pulmonía aviesa y un balazo traidor.
         Balas, balas, balas.
         El país temblaba consternado, pero no quería creer todavía que el crimen fuese ya un método de imposición electoral.
         Tan optimistas como el país queríamos ser nosotros que sabemos hacerles críticas muy acerbas a los hombres de este régimen y que sabemos además querer mucho a nuestra patria y desearles muy buena suerte a los gobiernos, aunque a su cabeza se encuentre este señor don José Pardo que es presidente de la República desde un día 18 de agosto.
         Y hoy nos ha llegado una noticia terrible, una noticia crispante, una noticia pavorosa que nos hace perder todos los optimismos, todas las ecuanimidades y todas las dulcedumbres.
         Como en Cutervo, una bala ha asesinado a un candidato.
         Mas este candidato no es el señor Arnaldo Bazán sino el señor Rafael Grau, el hombre de la oposición denodada a Billinghurst, el hombre de la junta de gobierno, el hombre de los gestos cívicos del Callao, el hombre de las actitudes fuertes y tremendas, el hombre a quien, en esta metrópoli ahora conflagrada, agitada y llorosa, todos admiramos, abrazamos y aplaudimos.
         Las voces cautelosas, las voces previsoras, las voces inteligentes le venían gritando desde hacía tiempo al señor Pardo:
         —¡Allí en Cotabambas aguarda al señor Grau una celada! ¡Allí en Cotabambas hay un subprefecto expresidiario! ¡Allí en Cotabambas todo está revuelto y perturbado!
         Pero el señor Pardo no quería oír las voces cautelosas, previsoras e inteligentes y se olvidaba de que el ciudadano que iba a Cotabambas, a encabezar a sus parciales, no era un ciudadano oscuro, vulgar y desconocido sino un ciudadano esclarecido, popular y bienamado.
         Sorpresivamente se han confirmado los malos augurios, las malas corazonadas, los malos temores.
         Y toda la ciudad ha vibrado en sus calles, en sus casas y en sus suburbios y antes que echarse a llorar la muerte del señor Grau ha cerrado los puños con indignación y con amenaza.
         Nuestra casa se ha llenado de clamores, de protestas, de gritos y de tribulaciones. Tiemblan nuestros dedos cuando caen sobre las teclas de la máquina de escribir. Se sobrecoge nuestro corazón cuando hacemos estas líneas. Y hasta en cada llamada del teléfono que nos solicita sin descanso escuchamos un latido del alma de la ciudad consternada, exaltada y dolida.
         Mas no son estos latidos los que nosotros quisiéramos escuchar sino uno, uno solo, uno solo siquiera del alma de este señor José Pardo que es presidente de la República desde un día 18 de agosto.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de marzo de 1917. ↩︎