5.22. Un día y otro…

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Es bueno el régimen de la bolsa cerrada. Vale la pena sacar un papel para aplaudirlo. Pero es bueno también el régimen de la bolsa abierta. Y vale la pena sostener un papel para celebrarlo y para loarlo.
         El gobierno es ecléctico. Piensa que de la avaricia a la prodigalidad hay solo un paso. Y piensa que la avaricia y la prodigalidad son excelentes. Todo es cuestión de oportunidades. Todo es cuestión de situaciones. Todo es cuestión de circunstancias.
         Mientras se cree que el país está contento, se puede matar de hambre a los empleados públicos para que haya superávits en la caja fiscal. Apenas se sospecha que el país está descontento, es imprescindible exonerar de angustias a esos mismos empleados. La economía fiscal está sujeta a las modificaciones de la política.
         Hoy solo son felices en el Perú los empleados públicos. Les han puesto en las manos un dinero que antes, cuando lo reclamaron los hombres de la oposición, se les fue negado. Las gavetas del tesoro público se abren para los empleados públicos, para los militares y para las manos de la claque.
         El espectáculo es risueño. Se asiste a él como se asiste a una comedia. Y hay el derecho de censurar a ese que hizo mal un mutis y a aquel que no obedece al apuntador. Somos público.
         De rato en rato hay una interrupción de las gentes:
         —¿No se matará ya a ningún otro candidato?
         La interrupción desconcierta y se siente una resurrección fúnebre de fantasmas y recuerdos. Pero se finge una sonrisa y se prosigue la farsa. Salen a la escena voces de bastidores:
         —¡Ahora el aplauso! ¡Ahora el insulto!
         Se oye al señor don Enrique de la Riva Agüero que pide que se publique su biografía y su foja de servicios. Se oye más tarde al mismo señor de la Riva Agüero que pide que se publique su retrato. Y se concluye esperando que pida que se publique su caricatura.
         El gobierno está resuelto a darse bombo. Hasta ayer había sido muy modesto. Hasta ayer no les había concedido importancia a los aplausos. Ha tenido que sentir muy fuertes y muy pertinaces los silbidos para salir de su ensimismamiento megalómano.
         Las gentes lo están mirando por eso con asombro o interés.
         Sorpresivamente se abre paso una pregunta sin conexión con el sentimiento momentáneo:
         —¿El señor José de la Riva Agüero? ¿Es aún jefe del partido el señor José de la Riva Agüero? ¿Es aún partido el futurismo?
         Nadie contesta y todo el mundo tiene la misma exclamación:
         —¡Verdad! ¿Y el señor José de la Riva Agüero?
         Nosotros salimos a la puerta de la imprenta para mirar la casa de la calle de Lártiga, y volvemos al interior con la misma frase de todas las gentes en la boca:
         —¡Verdad! ¿Y el señor José de la Riva Agüero?
         Y querríamos iniciar una encuesta:
         —¿Por qué no hacen presidente del Consejo de ministros al señor don José de la Riva Agüero?
         Pero nos damos cuenta de que esta encuesta no les parecería a las gentes suspicaces una encuesta seria sino una encuesta humorística. Y optamos por transferírsela a los redactores de La Noche.
         Y de repente, en medio de este baturrillo de cosas mitad graves mitad pueriles que llenan un día y otro, tornamos a sentir que el país sigue aún trágico.
         En la Corte Suprema se está hablando de la pena de muerte.
         Pensamos que para que todo concluya por ponerse sombrío en esta tierra no hace falta sino un fusilamiento.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de marzo de 1917. ↩︎