5.16. Algidez

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Estamos cruzados de brazos aguardando que el gabinete se ponga de pie y se despida.
         Hace mucho rato que sabemos que el gabinete va a irse. Nos asiste la seguridad de que solo busca el momento de salir sin que lo adviertan mucho. Y tenemos la impresión de que todos los peruanos nos hallamos en una tertulia muy grande esperando que el Ministerio se vaya para ponernos a bailar de cabeza.
         Pasan horas luengas, fastidiosas, interminables. Bostezamos. Encendemos un cigarrillo. Le ofrecemos uno al vecino. Hablamos de la guerra europea. Nos cansamos. Nos quedamos dormidos. Y nos despertamos sobresaltados. Pero el Ministerio sigue sentado.
         Tornamos a bostezar.
         Y hablamos:
         —¡Ya es muy tarde!
         Los ministros sacan su reloj y ven la hora para decir:
         —¡Efectivamente, es muy tarde!
         Y se miran las caras entre ellos y se desperezan sobre las butacas.
         Mas no se marchan.
         Nosotros hablamos:
         —¡Tenemos sueño! ¡Nos estamos muriendo de sueño!
         Los ministros nos miran y nos dicen:
         —¡También nosotros tenemos sueño! ¡Nos estamos muriendo de sueño!
         Algunas gentes vecinas nos hablan en voz baja:
         —¿Este gabinete se va?
         Y les respondemos:
         —Sí.
         Y vuelven a interrogarnos:
         —¿Por qué no se despide entonces?
         Les contestamos:
         —Eso es. ¿Por qué no se despide?
         El gabinete empieza a hablar como los viejos:
         —¡Casi dos años al lado del señor Pardo!
         —¡Casi dos años!
         —¡Solo ahora lo dejamos!
         —¡Solo ahora!
         —¡Y él tiene pena muy grande!
         —¡Una pena muy grande!
         El señor Pardo saca su reloj, ve la hora y no dice una palabra, pero se queda mirando a sus ministros y no les dice nada.
         Hay embarazo, tedio, fatiga, laxitud y abandono en el ambiente. Hay pesadumbre de velorio. Hay fastidio de vigilia antigua.
         Y, sin embargo, así seguimos viviendo.
         Repentinamente se rompe el silencio:
         —¿Ya llegó el señor Bentín?
         —Todavía.
         —¿Cuándo llega?
         —Pasado mañana.
         Y todo vuelve a ser silencio.
         Miramos otra vez al gabinete para ver si al fin y al cabo se para y se despide.
         Pero el gabinete sigue sentado y se queda dormido y roncando.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de marzo de 1917. ↩︎