5.15. Vengan manifiestos

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Nos ha caído de repente sobre la cabeza un manifiesto nuevo. Pero no es un manifiesto de la oposición ni es un manifiesto del señor Prado y Ugarteche. Es un manifiesto del señor García Bedoya exministro de gobierno.
         El señor García Bedoya se acaba de dar cuenta de que necesita defenderse, de que necesita justificarse, de que necesita excusarse.
         Y ha escrito un documento muy largo para los periódicos gobiernistas no más. A los periódicos independientes no los quiere ni siquiera oír el señor García Bedoya. Mucho menos querrá leerlos. Esta esperanza nos alentaría a hablar mal del señor García Bedoya si no fuese persona tan sedante, tan evangélica, tan amanerada y tan cristiana.
         Hemos leído todo su manifiesto. Absolutamente todo. Y leyéndolo nos ha parecido ver al señor García Bedoya rodeado y asediado por todas las gentes metropolitanas.
         Las gentes le gritan:
         —¡El subprefecto Moreno era muy malo!
         Y el señor García Bedoya se agarra la cabeza con las manos y concede esto:
         —¡Así me lo decían todos! Y agrega luego:
         —¡Menos el prefecto Vidaurre! ¡El prefecto Vidaurre decía que era una buena persona! ¡Aquí está su telegrama!
         Las gentes no se callan. Se regocijan aturdiendo al señor García Bedoya. Se alborozan gritándole. Se refocilan aturdiéndole. El señor García Bedoya tiene que defenderse con los ademanes y grita:
         —¡Yo he dejado el ministerio en obsequio al sentimiento de todos ustedes! ¡No lo he dejado porque me sienta culpable! ¡Eso nunca!
         Las gentes se mueren de risa porque se dan cuenta de que el señor García Bedoya les está haciendo entonces un cargo a los demás ministros. Es el único respetuoso para el sentimiento nacional. Es el único que siente los requerimientos de la delicadeza y el escrúpulo. ¡A ver qué dice el señor Riva Agüero ahora!
         El señor García Bedoya sigue hablando:
         —¡Yo soy un hombre honrado! ¡Yo soy un hombre de bien! ¡Yo he llegado al ministerio por ascenso legítimo!
         Las gentes lo interrumpen ahogándose de risa:
         —¿Y por qué no botó usted al subprefecto Moreno?
         El señor García Bedoya se pone criollo:
         —¡Todo lo que se quiere no se puede!
         Las gentes bailan de cabeza:
         —¿Y por qué no le dio usted órdenes previsoras?
         El señor García Bedoya se torna persuasivo:
         —¡Yo no tuve tiempo! ¡Pero el señor Pardo sí! ¡El señor Pardo se dirigió personalmente al subprefecto Moreno impartiéndole instrucciones!
         Las gentes saltan hasta el techo:
         —¿Y por qué no hizo usted lo que hizo el señor Pardo? ¡Usted era el ministro de gobierno! ¡Usted y no el señor Pardo!
         El señor García Bedoya se calla. Y luego exclama con una pena muy honda:
         —¡El señor Pardo era el que mandaba!
         Y añade finalmente:
         —¡Ay!
         Este ¡ay! parte el alma. Acaba con las sonrisas. Termina con las burlas. Y hace pensar en que le falta música de guitarra y verso de yaraví.
         Entonces se sonríe uno nuevamente.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de marzo de 1917. ↩︎