5.1. La cara al pasado

  • José Carlos Mariátegui

 

         1A veces parece que todos no mirásemos sino a las asambleas de mayores contribuyentes y que todos no pensásemos sino en el domingo 4 de marzo.
         Y no es así:
         Todos tenemos vuelta la cara al pasado. Nos sentimos arrullados por la música incaica y nos entregamos enamoradamente al culto de nuestro pasado. Apenas si hace falta en el escenario de nuestra vida actual el mayor Teodomiro Gutiérrez.
         Pasa por las calles, majestuoso como un inca, el señor Daniel Alomía Robles y, tan orgullosos estamos de nuestro pasado histórico, que se nos ocurre hacerlo sucesor del señor Pardo en la Presidencia de la República.
         Y así vivimos completamente embelesados con nuestro pasado, que es para todos nosotros un egregio pasado de huacos y huacas, de momias y fortalezas, de quipos y amuletos.
         Uno de estos días nos vamos a trasladar al museo, para tumbarnos a soñar en su sección arqueológica, con el señor Tello a la cabeza y con los retratos al óleo de los incas en los testeros.
         El ideal de este momento puede ser para un ciudadano de Lima la audición permanente de un huainito o de un solo de quena.
         Y todo es porque repentinamente nos hemos puesto muy sentimentales y nos hemos dado a amar con toda el alma nuestro pasado que es tan heroico, que es tan maravilloso, que es tan grande, que es tan noble y que es tan admirable.
         Ollanta es ahora el hombre de todas nuestras admiraciones y se diría que toda la ciudad se ha tornado una enorme asociación proindígena.
         ¡Nuestra raza! ¡Nuestra tradición! ¡Nuestra mitología! ¡Nuestro pasado! ¡Nuestro ayer! ¡Nuestra historia!
         Todo nuestro y muy nuestro.
         Así sentimos y pensamos.
         Y, puesto que hemos tenido un pasado muy hermoso, qué nos importa que tengamos un presente muy feo.
         Repentinamente, nos hemos acordado de ese pasado, de esa historia, de esa raza, de esa tradición, de esa mitología, de ese ayer y de todas esas cosas y nos hemos acordado de que en las faldas y en las cumbres de la cordillera de los Andes y detrás de ella existen muchos hombres que son nuestros padres y nuestros hermanos.
         Nos hemos puesto todos tan contentos como si al fin y al cabo nos hubiéramos encontrado con una nacionalidad que fuese la nuestra.
         Y, como el ideal triunfante en esta hora es el ideal nacionalista, nos ponemos a proclamar la grandeza de esa nacionalidad que está en la música incaica, en los huacos y en la ópera Ollantay.
         Todo muy oportuno y muy bueno.
         Absolutamente todo.
         Y apenas si la interrumpe el comentario risueño que dice que esta resurrección de las cosas incaicas es puro réclame electoral del señor Tello y que, antes que obra de arqueólogo, es obra de candidato.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de marzo de 1917. ↩︎