4.5. Susto grande

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Una de las últimas madrugadas hubo un susto tremendo para La Punta, sin respeto a la histórica circunstancia de que en La Punta está la residencia de veraneo del señor Pardo y su familia.
         A las tres de la mañana sonó una explosión formidable.
         ¡Puuuuuuuum!
         La Punta tiene un sueño pesado, probablemente porque la arrulla tiernamente el mar, pero un estrépito tan tremendo sabe despertarla enseguida.
         Y toda La Punta se despertó y sintió un escalofrío pavoroso de miedo, de pavor, de inquietud y de grima.
         No solo había sonado una explosión. Sonaban también muchas voces y muchos alaridos. Voces y alaridos de mujeres. Ruido apocalíptico. Clamoreo. Confusión. Dolor.
         Las gentes se asomaban cautelosamente a sus puertas.
         Y hubo mil preguntas angustiosas:
         —¿Se habrá salido el mar?
         —No. El mar no se ha salido. El mar está quieto. Digámoslo.
         —¿Habrá volado la isla de San Lorenzo?
         —No. No ha volado la isla. La isla está tranquila. Miremos cómo sigue imperturbable su faro.
         —¿Habrá un submarino alemán?
         La última interrogación suscitaba dudas y perplejidades. ¿Sería un submarino alemán? ¿Había volado a una nave de la bahía?
         Pero de repente vibró acongojada una pregunta más angustiosa que nunca:
         —¿Y si ha sido en la Villa Gaby?
         Esta pregunta galvanizó a todos. ¿Y si había sido en la Villa Gaby? ¿Y si habían sorprendido al señor Pardo? ¿Y si se había producido un atentado innoble?
         Mas nadie tuvo alientos para moverse de su casa y correr a mirar la Villa Gaby. Y los que podían mirarla no tenían alientos para acercarse a ella. La Punta vivió un instante amargo. Solo después de mucho rato, pudo quedarse dormida con los brazos cruzados sobre el pecho.
         Todos los temores y desazones de La Punta habían sido por fortuna infundados. No había ocurrido ninguna catástrofe. No se había realizado ningún atentado innoble. Un automóvil raudo y aventurero, portador de mozos alegres y mondarias bulliciosas, había ido de Lima a La Punta. Antes no se le habría ocurrido este viaje. Únicamente desde que va a La Punta el automóvil del señor Pardo hay otros automóviles que lo imitan.
         Y en La Punta y cerca de la Villa Gaby se había roto un neumático del automóvil raudo y aventurero.
         ¡Puuuuuuuum!
         Los mozos alegres y las mondarias bulliciosas de la lunática y trasnochadora aventura, habían sumado sus clamores al estallido.
         Y toda la población veraniega y transitoria de La Punta había tenido un instante de congoja y había sentido un escalofrío de miedo, de pavor, de inquietud y de grima.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 5 de febrero de 1917. ↩︎