4.3. Hora intranquila

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Tenemos miedo. Pero no sabemos por qué. A ratos nos preguntamos si será porque Alemania se ha puesto tan trágica y los Estados Unidos tan enfadados. Y nos respondemos en seguida que no.
         Un estudio muy serio de la psicología criolla nos dice que aquí todos somos muy medrosos. Hemos crecido arrullados por los cuentos de las ánimas que penan y de los demonios que tientan. Y nos han gritado cuando éramos chicos:
         —¡El cuco! ¡El cuco!
         No tenemos la culpa de ser tan tímidos y de que nos asustan los fantasmas…
         Y ahora encontramos en el ambiente grimas y alarmas. Y sentimos que no nos las han traído los submarinos alemanes. Los submarinos alemanes están muy lejos por fortuna.
         Hemos visto pasar a media noche al prefecto. Y nos han dicho que ronda. Hemos visto pasar a media noche al intendente. Y nos han dicho que ronda también.
         —¿Pero, por qué ronda el prefecto? ¿Por qué ronda el intendente?
         Entonces no nos han dicho nada.
         Mas nos han contado cosas graves:
         —Los gendarmes vigilan.
         Nos hemos sorprendido:
         —¿Los gendarmes de a caballo?
         Y nos han contestado:
         —Los gendarmes de a caballo y los gendarmes de a pie. El propio señor Pardo los ha reorganizado. El propio señor Pardo los manda desde palacio. Les ha encomendado la tranquilidad pública.
         Así es.
         El señor Pardo está haciendo un sport interesante. El sport de la precaución. Casi un sport de centinela. Quiere que sus autoridades amanezcan despiertas. Quiere que sus gendarmes amanezcan despiertos. Quiere que sus edecanes amanezcan despiertos.
         Solo que hay quienes no creen que toda la precaución del señor Pardo sea simplemente sport. Son las gentes incrédulas de la ciudad. Estas gentes incrédulas mueven la cabeza.
         —¡No! ¡No es sport!
         Cuando las gentes incrédulas hablan así, les preguntamos:
         —¿Qué es entonces? ¿Es miedo?
         Mas se quedan sin respondernos mucho rato y únicamente después de una pausa larga nos dicen:
         —Son los pecados.
         Igual que cuando se alarma a los chicos que no quieren entrar a un cuarto oscuro.
         Nosotros nos imaginamos que la ciudad se pasa las horas gritando:
         —¡Son los pecados!
         Y que lo vocea muy fuertemente cuando pasa en su automóvil el señor Pardo:
         — ¡Son los pecados!
         Y que es por eso que corre tanto el automóvil del señor Pardo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de febrero de 1917. ↩︎