4.26. Es la cuaresma

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todos estos días son de la cuaresma. No nos pertenecen. No le pertenecen a nadie. Somos los cristianos los que nos pertenecemos a ellos. Y aquí estamos asombrados. La cuaresma de los peruanos no parece ya una cuaresma. Hay tiros. Hay asechanzas. Hay asesinatos. Hay prisiones. Hay destierros. Y hay luchas cruentas.
         Han comenzado a sonar las palabras adoctrinantes de los misioneros en los sermones de feria. Y han comenzado los ayunos, las abstinencias de carne, los exámenes de conciencia, las oraciones y las disciplinas. Pero las cosas siguen trágicas y los hombres impenitentes.
         Y no es que los hombres sean malos. Es que las elecciones los tientan y los tornan rencorosos, brutales, duros, encarnizados. Los candidatos amigos del gobierno hacen que las autoridades fustiguen y aterroricen. Y los candidatos adversarios del gobierno ponen el grito en el cielo y se resuelven a todo.
         Nosotros quisiéramos que la política se recogiera, se compungiera y se confesara en homenaje a la cuaresma. Quisiéramos que escuchara los sermones de feria. Quisiéramos que estuviera todos los viernes a pan y agua.
         Mas la política es muy distinta. La política, a pesar de que es tan criolla, es también un poco pagana. No debiera serlo en el Perú donde todo se hace después de signarse con la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho.
         Y nosotros nos desesperamos, pero tenemos que seguirnos tuteando con la política, siguiendo a la política, buscando a la política, hablando de la política y complaciendo a la política.
         Y salimos a las calles.
         Repentinamente, tenemos un encuentro que nos llena de júbilo el alma. Un amigo nuestro avanza hacia nosotros con los brazos abiertos y pródigo en ademanes. Y es el señor Balbuena que reaparece bueno y sano.
         Nos estrechamos. Y exclama él:
         ―¡Ilustres periodistas!
         Y exclamamos nosotros
         ―¡Ilustre candidato!
         Y conversamos mucho.
         Hablando y hablando sentimos nosotros un gran alivio. El doctor Balbuena siente con nosotros. El doctor Balbuena piensa con nosotros. El doctor Balbuena quiere la paz y el amor. El doctor Balbuena se espanta al ver que el país y el mundo se ponen tan trágicos y al ver que los peruanos se olvidan del Evangelio.
         Nuestro coloquio tiene la máxima armonía. Y es que el doctor Balbuena y nosotros pensamos que se debe obedecer al Evangelio siempre y sobre todo cuando manda: “No matarás”. Y es que el doctor Balbuena y nosotros quisiéramos que todos nos sintiéramos hermanos. Y es que el doctor Balbuena y nosotros le tenemos miedo a la barbarie.
         Cuando nos despedimos de él, sin habernos encontrado con la política ni con el señor Pardo, ni con un mensajero del telégrafo, nos hallamos un poco tranquilos.
         Y pensamos, con plácida ilusión, que todos estos días son de cuaresma.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de febrero de 1917. ↩︎