4.14. Todavía

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Hasta ahora se está estremeciendo la ciudad como si pasase por ella una onda enfermiza y maligna. El temblor que comenzó con la prisión de los comandantes de los submarinos “Ferré” y “Palacios” está vibrando aún. Y va a ser necesario un milagro para que la ciudad recobre su paz y su tranquilidad.
         Los rumores que recorren las calles son nerviosos y tremendos:
         —¡Hay orden de inamovilidad para la escuadra!
         —¡Anoche ha recorrido la bahía el presidente de la República!
         —¡Hay nuevos arrestos!
         —¡Hay vigilancias!
         —¡Hay espionajes!
         —¡Ese que pasa por allí va a la Intendencia!
         Todas las gentes repiten una interrogación maquinal:
         —¿Y el comandante Valdivieso? ¿Y el comandante Monge?
         Y los hombres del régimen responden broncamente como los centinelas:
         —¡Presos e incomunicados!
         Y agregan después de una pausa:
         —¡Presos e incomunicados en el fuerte de Santa Catalina!
         Mas, a pesar de todas las angustias y de todas las desazones, el comentario festivo encuentra siempre un intersticio para filtrarse en las almas y en las conversaciones:
         —¿Verdaderamente hay orden de inamovilidad para la escuadra?
         —Así se dice.
         —¿Y es que va a ser muy eficaz?
         —Así se piensa.
         —¡Ríanse ustedes! ¡Suelten la carcajada con nosotros! ¡Si la escuadra no puede moverse! ¡Si no hace falta que la inmovilicen! ¡Si está inmovilizada espontáneamente!
         Y se ríen las gentes maliciosamente olvidadas de que la orden de inamovilidad no podría ser para los buques, sino para los marinos.
         —Y entran luego en el comentario del reportaje que le han hecho al señor ministro de guerra para que nos desmienta, para que nos desautorice y para que nos confunda:
         —¡Y ha hablado el ministro de guerra!
         —¿Y cómo ha hablado?
         —¡Lleno de majestad en la entonación!
         —¿Y qué ha dicho?
         —Ha dicho que frente al incidente del submarino tiene que ser muy enérgico.
         —¿Muy enérgico?
         —¡Muy enérgico!
         —¿Cómo en el Napo?
         —No ha dicho tanto.
         Así se ha hecho el comentario del reportaje al señor ministro de guerra y Marina, que acaba de ponerse muy grave y muy cejijunto y que está amenazando a las gentes con su energía.
         En tanto se hacen también otras reflexiones burlonas. Se dice que el Gobierno odia a los submarinos alemanes en los submarinos peruanos. Se dice que quiere que se vayan a pique. Se dice que abomina igualmente a todos los submarinos del mundo. La guerra submarina es bárbara y reprobable.
         Y no se abandona la glosa de las trascendentales actitudes del Perú ante Alemania y ante los Estados Unidos. Esto de que el Perú que es tan chico se encuentre en discusiones con dos naciones tan grandes, enorgullece los más íntimos sentimientos nacionales. Nos sentimos sorpresivamente dentro del gran concierto universal. Y únicamente nos preguntamos a ratos si no nos habrán puesto dentro de él de un puntapié.
         Y entre los submarinos del Callao y los submarinos de Alemania se agota la energía del comentario ciudadano. La política desaparece a ratos de él a pesar de los clamores de Cotabambas. La política se escabulle y se esconde.
         Pero hay sin embargo quienes piensan que todo esto de los submarinos, de las prisiones y de las zozobras en la escuadra, también se llama política y solamente política.
         Y quienes lo piensan son gentes muy graves.
         Y el Gobierno.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de febrero de 1917. ↩︎