3.8. Eclipse

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ya ha pasado la Pascua. Ya ha pasado el año nuevo. Ya han pasado los reyes magos. Ya ha pasado todo. Hemos comenzado a vivir en serio el año de mil novecientos diez y siete.
         Y hay, a estas horas en que damos nosotros las cuartillas al taller, un eclipse total de Luna.
         Tenemos para reflexionar y para ensombrecernos.
         El año ha empezado con un domingo siete, con un eclipse total de Luna y con la dictadura fiscal. Si al mismo tiempo no hubiera empezado con Gaona, habría motivo para que todos los peruanos estuviéramos desolados.
         La Luna se había puesto muy brillante y muy redonda. Había nacido prodigiosamente con el primer día del año. Y cuando ha estado llena, cuando más nos ha amado, cuando nos ha inundado de bienestar, cuando “su gorda majestad de ganso se ha puesto a tiro de escopeta”, cual diría Lugones, la Tierra se ha puesto entre el Sol y la Luna y, como la Luna es tan chica, la ha apagado. Y ha habido eclipse de Luna para muchas partes de la Tierra, entre las cuales tenía que estar naturalmente esta de nosotros.
         La madrugada, el eclipse, el cielo y la atmósfera lo hacen a uno sentir la necesidad de ser astrólogo para poder preguntarle a la luna el porvenir de la república y de sus ciudadanos.
         Querríamos saber lo que este eclipse significa para nosotros. Querríamos saber lo que ha venido a decirnos. Querríamos saber si nos ha aportado un mal agüero. Querríamos saber por qué ha venido a asustarnos.
         Y estamos muy inquietos y muy arredrados.
         Hemos visto que este eclipse ha tenido un proceso raro y misterioso. La Luna empezó a crecer con el año. El día en que ha sido Luna llena y en que ha estado más hermosa se ha eclipsado. Y este día ha sido domingo siete y ha traído corrida de toros.
         Acabamos de bajar de la azotea de la imprenta. Sobre todas las azoteas de la ciudad hay gentes que están escrutando el cielo. Todas estas gentes, acaso, como nosotros, están pidiendo a voces un oráculo.
         Nos asalta la tentación absurda de hacerle un cablegrama al señor Corbacho para que le interrogue por nuestra cuenta al Destino en este momento trascendental.
         Ansiamos que la teosofía nos diga, por boca de uno de sus exégetas, lo que nos reserva el futuro y lo que nos anuncia el eclipse, porque nos ha invadido una inquietud profunda, porque nos hallamos llenos de malestar y porque, ya que los políticos se callan cuando los periodistas los entrevistan, nosotros queremos a todo trance un reportaje y nos empeñamos en que el reporteado sea el Destino.
         Pero no podemos hacer nada de lo que queremos porque no somos astrólogos, ni profetas, ni adivinos.
         Y solamente escribimos estas líneas de prisa porque nos ajocha el linotipo.
         Repentinamente nos hemos parado y nos hemos hecho esta pregunta:
         —¿El señor Pardo estará también mirando al cielo? Y luego otra:
         —¿Y qué pensará el señor Pardo del eclipse?
         Después nos ha dado la tentación de irnos a pie hasta La Punta para ver si el señor Pardo estaba en la azotea de la Villa Gaby.
         Mas nos ha detenido la reflexión de que no podríamos acercarnos al señor Pardo para saber lo que piensa del eclipse.
         Y hemos convenido con nosotros mismos en que del pensamiento del señor Pardo solo podemos tener esta hipótesis:
         Un eclipse de Luna no puede inquietar al señor Pardo. No puede ser el eclipse de su gobierno. No puede ser el eclipse de su personalidad. No puede ser nada de esto. Será otra cosa muy distinta. ¡Al señor Pardo solo podría inquietarlo un eclipse total de Sol visible


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 8 de enero de 1917. ↩︎