3.28. El encasillado
- José Carlos Mariátegui
1El comité bipartito de las ubicaciones ya le ha puesto el punto final a su nómina de candidaturas coronadas y consagradas. Ya se ha disuelto definitivamente. Y se han cruzado de brazos todos sus miembros.
Nosotros habríamos querido asistir a la escena de la última conferencia y más que a la escena de la última conferencia, a la escena de la despedida.
Los delegados del partido civil les dirían simultáneamente a los delegados del partido liberal:
—Adiós, señor don Juan. Adiós, señor don Samuel.
Y los delegados del partido liberal les dirían simultáneamente a los delegados del partido civil:
—Adiós, señor don Miguel. Adiós, señor don Germán.
Todo sería así seguramente.
Pero sería siempre muy interesante a pesar de su puerilidad y de su sencillez.
Y es que este comité bipartito, formado por cuatro personas ilustres, ha tenido una misión transcendental en la vida de la república. Ha hecho el encasillado de la representación nacional. Ha conciliado los intereses de dos partidos. Y casi ha reproducido la ingenua escena de un cuento de la Reina de Hungría:
—Esto para mí. Y esto para ti. Esto para ti. Y esto para mí.
Mucha ternura familiar.
A ratos un grito simultáneo:
—¡Esto para mí!
Y las dos delegaciones asiéndose a una misma cosa como los chicos envidiosos.
Mas enseguida, el acuerdo y la transacción.
El partido civil y el partido liberal se han quedado persuadidos de que han hecho la felicidad de la patria. Y se han quedado más persuadidos todavía de que su abnegación y su desprendimiento han sido inmensísimos. Sienten seguramente que han hecho grandes sacrificios en homenaje a la tranquilidad pública.
Y los candidatos elegidos por el comité bipartito piensan probablemente lo mismo que el partido civil y el partido liberal.
Las gentes metropolitanas se pasan las horas con la lista de las ubicaciones en las manos. Y le ponen tachas, reparos, acotaciones y subrayados. Y la comentan:
—¡El señor Peña Murrieta no ha sido ubicado! ¡Va a ser combatido!
—¿El señor Peña Murrieta de la libertad de cultos?
—El mismo.
—¡El señor Emilio Sayán Palacios ha sido en cambio ubicado!
—Ya no habrá quien ataje su candidatura. ¡Con la lista de contribuyentes, con el subprefecto, con los electores y con la consagración bipartita no es posible ser derrotado!
—¿Ni contra el señor Salinas y Cossío?
—Ni contra el señor Salinas y Cossío.
—Mire usted este renglón. Aquí está Carabaya y aquí está el señor Juan Pardo.
—Y mire usted este otro renglón. Aquí está Cajatambo y aquí está el señor Felipe Barreda y Laos.
—La aristocracia del régimen manda al parlamento dos representantes.
—¡Tres!
—Dos únicamente. El señor Juan Pardo y el señor Felipe Barreda.
—¡Y el señor Sayán Palacios! ¡Y el señor Sayán Palacios que es príncipe!
¡Son tres!
Y, renglón por renglón, se sigue glosando la lista de las ubicaciones hasta que se llega a su fin.
Pero cuando se llega a su fin, se bosteza, se estira los brazos y se dice:
—¡Bah! Este es el encasillado de los partidos. Es un encasillado vulgar. Lo publican los periódicos y lo comenta el vulgo. Hay otro encasillado todopoderoso. ¡Y ese sí que es un encasillado distinguido! No lo publican los periódicos y no lo conoce el vulgo. Y está en la mesa del presidente de la República. ¡Bah!
Nosotros habríamos querido asistir a la escena de la última conferencia y más que a la escena de la última conferencia, a la escena de la despedida.
Los delegados del partido civil les dirían simultáneamente a los delegados del partido liberal:
—Adiós, señor don Juan. Adiós, señor don Samuel.
Y los delegados del partido liberal les dirían simultáneamente a los delegados del partido civil:
—Adiós, señor don Miguel. Adiós, señor don Germán.
Todo sería así seguramente.
Pero sería siempre muy interesante a pesar de su puerilidad y de su sencillez.
Y es que este comité bipartito, formado por cuatro personas ilustres, ha tenido una misión transcendental en la vida de la república. Ha hecho el encasillado de la representación nacional. Ha conciliado los intereses de dos partidos. Y casi ha reproducido la ingenua escena de un cuento de la Reina de Hungría:
—Esto para mí. Y esto para ti. Esto para ti. Y esto para mí.
Mucha ternura familiar.
A ratos un grito simultáneo:
—¡Esto para mí!
Y las dos delegaciones asiéndose a una misma cosa como los chicos envidiosos.
Mas enseguida, el acuerdo y la transacción.
El partido civil y el partido liberal se han quedado persuadidos de que han hecho la felicidad de la patria. Y se han quedado más persuadidos todavía de que su abnegación y su desprendimiento han sido inmensísimos. Sienten seguramente que han hecho grandes sacrificios en homenaje a la tranquilidad pública.
Y los candidatos elegidos por el comité bipartito piensan probablemente lo mismo que el partido civil y el partido liberal.
Las gentes metropolitanas se pasan las horas con la lista de las ubicaciones en las manos. Y le ponen tachas, reparos, acotaciones y subrayados. Y la comentan:
—¡El señor Peña Murrieta no ha sido ubicado! ¡Va a ser combatido!
—¿El señor Peña Murrieta de la libertad de cultos?
—El mismo.
—¡El señor Emilio Sayán Palacios ha sido en cambio ubicado!
—Ya no habrá quien ataje su candidatura. ¡Con la lista de contribuyentes, con el subprefecto, con los electores y con la consagración bipartita no es posible ser derrotado!
—¿Ni contra el señor Salinas y Cossío?
—Ni contra el señor Salinas y Cossío.
—Mire usted este renglón. Aquí está Carabaya y aquí está el señor Juan Pardo.
—Y mire usted este otro renglón. Aquí está Cajatambo y aquí está el señor Felipe Barreda y Laos.
—La aristocracia del régimen manda al parlamento dos representantes.
—¡Tres!
—Dos únicamente. El señor Juan Pardo y el señor Felipe Barreda.
—¡Y el señor Sayán Palacios! ¡Y el señor Sayán Palacios que es príncipe!
¡Son tres!
Y, renglón por renglón, se sigue glosando la lista de las ubicaciones hasta que se llega a su fin.
Pero cuando se llega a su fin, se bosteza, se estira los brazos y se dice:
—¡Bah! Este es el encasillado de los partidos. Es un encasillado vulgar. Lo publican los periódicos y lo comenta el vulgo. Hay otro encasillado todopoderoso. ¡Y ese sí que es un encasillado distinguido! No lo publican los periódicos y no lo conoce el vulgo. Y está en la mesa del presidente de la República. ¡Bah!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de enero de 1917. ↩︎