3.24. Justa de leyenda - Mensaje real

  • José Carlos Mariátegui

Justa de leyenda1  

         “Mi señor don Felipe”.
         “Mi señor don Guillermo”.
         Y recuerdos para nuestro señor don José Carlos.
         Un proceso electoral ha comenzado en cartas abiertas y en cartas cerradas. El señor don Felipe Barreda y Laos, que es abogado y que es grande, le hace ironías desde su portal al señor Guillermo O. Dunstan que es ingeniero y que es chico. Y se dan cita los dos para verse nuevamente en la plaza de armas de Cajatambo. Pero no se dan la mano.
         Hay en estos preámbulos de una lucha cercana mucho de ironía sagaz y un poco de hidalguía legendaria. Los contendores se saludan con una sonrisa y con una genuflexión. Y el público aplaude encantado.
         El señor Barreda y Laos, que está seguramente lleno de la gracia de Dios, le dice al señor Dunstan:
         —¡Espero encontrarlo el 4 de marzo en la plaza de Cajatambo!
         Y el señor Dunstan le contesta al señor Barreda y Laos:
         —Yo no pensaba ir a Cajatambo. Pero tengo que ser cortés. ¡Iré para hacerle los honores de dueño de casa!
         Así están las cosas.
         El señor Barreda y Laos muy guapo. El señor Dunstan, tan chiquitito, muy guapo también.
         —¡Nos veremos!
         ¡Caramba!
         Todo esto parece de un drama de Echegaray. Don Fernando Díaz de Mendoza y doña María Guerrero. Don Fernando en el umbral y doña María en medio de la estancia. Y dos gritos airados:
         —¡Nos veremos!
         Mutis de don Fernando. Cólera de doña María que da una patada en el suelo.
         Y telón del primer acto.
         Solo que aquí los actores no salen a escena para agradecer los aplausos y el público se mata aplaudiendo y gritando inútilmente:
         —¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo!
         Y de repente hay un escándalo entre bastidores.
         En este caso, el escándalo es que se hostiliza al señor Dunstan y se intercepta y detiene sus telegramas. El admirable y delicioso servicio de correos y telégrafos vuelve a aparecer muy leal y muy devoto para el gobierno. Un telegrama del señor Barreda y Laos vuela. Un telegrama del señor Dunstan se queda dormido. Y se siente en medio de todo el bullicio la voz del señor Barreda y Laos que habla muy castizo y acciona muy airado.
         El señor Barreda y Laos, tan burgués y tan prudente hasta antes de ayer, se ha vuelto un caballero denodado y tremendo que desafía a todo el mundo. Le han asegurado por telégrafo que Cajatambo lo ama. Y él, sin preguntarse por qué lo ama Cajatambo, sin hacer examen de conciencia, sin arredrarse, piensa y proclama que el amor de Cajatambo lo hace fuerte e invencible.
         Las gentes, que son muy incrédulas, nos interrogan si el amor que alienta y estimula al señor Barreda y Laos es el amor de Cajatambo o el amor del Gobierno.
         Nosotros, que somos muy gentiles, les contestamos:
         —¡Los dos amores!
         Mas las gentes se sonríen y no nos creen tampoco.
         Y el señor Barreda y Laos, majestuoso, bravo, gallardo, se ejercita en la esgrima, tira al blanco, monta a caballo, corre en automóvil, se apresta en mil formas gimnásticas y viriles para su bizarra aventura de Cajatambo y lamenta solo que no haya a su servicio un aeroplano para que lo lleve de una vez al cielo.

Mensaje real  

         Repentinamente, el señor Pardo ha tenido un alborozo muy grande. Y no se lo ha dado el país, pues el país es muy ingrato. Le ha venido de Europa la satisfacción que ha llenado de contento y bienestar su espíritu. Le ha venido tarde, pero le ha venido al fin.
         Mucho tiempo hacía que el señor Pardo aguardaba un mensaje de Europa. Tanto tiempo, que aún no había puesto la firma del señor Heráclides Pérez a sus papeles de la dictadura fiscal, cuando ya su alma vivía opresa por esta ansia. Y el mensaje no llegaba.
         El señor Pardo se entristecía esperándolo en diversas horas y en diversas mansiones. Lo esperaba unas veces en La Punta, otras veces en Miraflores y otras veces en Lima. Cada vez que recibía un cablegrama el corazón le daba un vuelco.
         Pero el mensaje no venía.
         Antes de ayer ha llegado por fin. Es un mensaje cablegráfico del emperador de Austria que agradece la condolencia del señor Pardo por la muerte de Francisco José. Un mensaje que ha venido muy tarde, muy tarde, pero que es muy cordial.
         Y el señor Pardo ha sentido un placer intensísimo al recibir el cablegrama del soberano de Austria-Hungría. Lo ha leído muchas veces. Lo ha entregado plácidamente a los diarios. Y ha estado a punto de dar un decreto reproduciéndolo y a punto de promulgarlo por bando en todo el país.
         Los allegados del presidente han sido unánimemente interrogados:
         —¿Han leído ustedes el cablegrama de Carlos?
         Y los allegados que no han recordado a veces el cablegrama se han quedado perplejos:
         —¿El cablegrama de Carlos?
         El señor Pardo ha exclamado entonces:
         —¡El cablegrama que me ha hecho Carlos Emperador de Austria y Rey de Hungría!
         Y la ciudad no se ha convencido de que el señor Pardo está jubiloso solo porque el Emperador de Austria y Rey de Hungría le ha hecho un cablegrama. Ha pensado que existe un motivo más. Ha tratado de desentrañarlo. Ha leído muchas veces las líneas del cablegrama. Y ha creído por fin encontrar la razón de la alegría del señor Pardo. El Emperador de Austria y Rey de Hungría le dice al señor Pardo V. E. No está enterado del decreto que suprime los tratamientos en el Perú.
         Y tal vez la ciudad ha acertado en medio de sus ingenuidades.
         El señor Pardo puede estar muy contento y regocijado.
         Mientras todo el Perú le dice únicamente el ciudadano José Pardo, el Emperador de Austria y Rey de Hungría le dice el excelentísimo señor Pardo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de enero de 1917. ↩︎