3.22. El porvenir

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Los hombres sabios han venido a decirnos que no pongamos los ojos en el pasado, que no pongamos los ojos en el presente, que los pongamos únicamente en el porvenir.
         Nosotros, que somos muy ingenuos y muy impresionables, hemos gritado enseguida:
         —¡El porvenir! ¡El porvenir es nuestro!
         Pero entonces los hombres sabios nos han atajado:
         —¡Eso lo dijo Salaverry! ¡Y no lo repitan ustedes! ¡Eso es lírico! ¡Muy lírico! Y han seguido dándonos consejos:
         —Olvídense ustedes del pasado. Olvídense ustedes del presente. El pasado es inconmovible. El presente también. Piensen ustedes en el futuro.
         —Bueno.
         —¡Y olvídense de la dictadura fiscal! ¡Y olvídense de las listas de mayores contribuyentes! ¡Y olvídense del partido civil! ¡Y olvídense de la presidencia de la Cámara de Diputados! ¡Y olvídense de las ubicaciones!
         —¿Y también podemos olvidarnos del señor Pardo?
         —No. El señor Pardo no es solo del pasado y del presente: es del futuro. Si ustedes dirigen los ojos al futuro, encontrarán allí al señor Pardo.
         —¿Al mismo señor Pardo, presidente de la República?
         Los hombres sabios nos han dejado entonces. Nosotros nos hemos quedado convencidos de que no debemos pensar sino en el porvenir. Hemos querido buscar un oráculo o una cartomante o una gitana siquiera para que nos haga vaticinios. ¿Qué habrá en el porvenir, Dios mío? ¡Vamos a mirar el naipe!
         Y hemos pensado en realidad que el pasado es muy pueril y que el presente es muy mezquino. Solo el porvenir es grande. Todos los hombres del Perú debíamos pasarnos las horas escrutándolo con largavista.
         Los hombres de nuestra predilección son ahora los hombres perspicaces, los hombres avizores, los hombres proféticos, los hombres adivinos. Nos regalamos y nos refocilamos con sus fantasías y con sus visiones. Las visiones del porvenir son nuestras muy amadas.
         Uno de estos hombres perspicaces, avizores, proféticos, adivinos, ha conversado hoy con nosotros. Pero nos ha dicho cosas tremendas, muy tremendas. Ha sido un milagro que no nos haya asesinado la impresión. Aún estamos estupefactos.
         —¿Ustedes están mirando al porvenir, no es cierto?
         —¡Muy cierto!
         —¿Y qué les dice el porvenir del señor Pardo?
         —No nos dice nada.
         —¡Abran bien los ojos!
         —No descubrimos nada.
         —¡Vean más allá de las elecciones!
         —Vemos a la Corte Suprema.
         —¿Y más allá de la Corte Suprema?
         —Vemos las juntas preparatorias.
         —¿Y más allá?
         —Vemos la instalación del Congreso.
         —¡Mal visto! No hay instalación del congreso. Un plan formidable y subterráneo está en gestación. El gobierno hace lo posible por que las elecciones sean malas. La Corte Suprema anula todas las elecciones viciosas. Llegan las juntas preparatorias. Llega después el 27 de julio. Y no hay quórum para que se instale el Congreso. Entonces el señor Pardo consulta al país la elección de un congreso nuevo.
         —¡Imposible! ¡Eso no está en el porvenir! ¡Eso está en el pasado! ¡Eso parece la historia del señor Billinghurst!
         —¡Eso está en el porvenir! No sean bisoños.
         —¿Pero eso no es también la historia del señor Billinghurst?
         —También. Y es que la historia se repite muy pronto…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 22 de enero de 1917. ↩︎