3.19. A media noche

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Anoche nos hemos quedado estupefactos. Habíamos ido a Miraflores para ver y sentir si Miraflores estaba triste o alegre. Y hemos visto y hemos sentido que Miraflores está alegre como antes. Y nos han dicho que el señor Pardo no la ha abandonado y que el señor Pardo sigue amándola.
         Es así.
         La ciudad piensa que el señor Pardo está en La Punta. Y toda la república piensa lo mismo. Los chicos de las escuelas, seguramente cuando miran el mapa del Perú, apuntan con el dedo índice La Punta y dicen: ¡Aquí está el señor Pardo!
         Pero la ciudad, la república y los chicos de las escuelas, que lo mismo que nuestro esclarecido amigo el señor Borda se hallan de vacaciones, no viven en lo cierto. El señor Pardo no está en La Punta. Mejor dicho, está y no está. Como está y no está en Lima. Como está y no está en Miraflores. Solo en la Presidencia de la República está definitivamente el señor Pardo.
         Únicamente que el señor Pardo, a pesar de las apariencias engañosas de su momentáneo desvío, sigue amando a Miraflores. Lima no tiene cosa que le agrade, aparte tal vez del Palacio de Gobierno que es muy feo y muy antiguo. Y La Punta, que no tiene ninguna de las cosas de Lima, no tiene tampoco Palacio alguno. Miraflores es siempre la villa bien querida del señor Pardo. El señor Pardo no le ha hecho traición. No se ha cansado de ella. No la ha olvidado.
         El señor Pardo pasa unas noches en Miraflores. Y pasa otras, las menos, en La Punta. Y todos los días se suele dar un tiempo para La Punta, para Lima y para Miraflores. Sus tres residencias diurnas y sus dos residencias nocturnas lo hacen continuamente un personaje misterioso.
         Hay veces en que sus áulicos, sus íntimos, sus allegados, se preguntan en las noches:
         —¿Adónde se habrá ido el señor Pardo? ¿A La Punta? ¿A Miraflores?
         Y no pueden responderse.
         El señor Pardo ha traído de Europa extrañas aficiones al misterio. Se las ha aprendido seguramente de los soberanos. Por eso tiene tres residencias simultáneamente y por eso despista a la ciudad.
         Ahora mismo, en estos momentos de la madrugada en que escribimos, nos hacemos la pregunta:
         —¿Dónde estará el señor Pardo? ¿En La Punta? ¿En Miraflores?
         Y no podemos respondernos.
         Sentimos la tentación de llamar por teléfono al señor Concha para despertarlo y para preguntárselo. Mas hay a nuestro lado quienes nos dicen:
         —Tampoco lo sabe el señor Concha. Un día el señor Pardo le dijo que se iba a Miraflores y se fue a La Punta.
         No lo creemos.
         Y entonces un recuerdo reciente viene a nuestra memoria.
         En la esquina de la casa del señor Pardo en Miraflores, hay siempre un guardia. Y este guardia se vuelve todos los días, desde las doce de la noche, muy celoso y muy cortés. Si pasa por esa esquina un transeúnte, lo detiene y le pregunta adónde va. Y si el transeúnte le responde que va a un sitio cercano, lo acompaña.
         Las gentes de Miraflores no se sorprenden. Piensan que el guardia es muy atento. Y piensan luego que es muy atento simplemente porque es el guardia de la esquina del señor Pardo.
         Mas las gentes que van de Lima no piensan lo mismo. Son desconfiadas y suspicaces. Y, como el guardia de la esquina del señor Pardo es todas las noches igualmente celoso e igualmente cortés, se dicen que está allí para despistar a los que creen que el señor Pardo veranea en La Punta. Y a los que creen lo contrario. Y a todo el mundo.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de enero de 1917. ↩︎