2.9. Redobles y jaculatorias

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El día de ayer fue un día de raro eclecticismo. Fue un día de maniobras militares. Y fue un día de primera comunión. Fue un día de redobles. Y fue un día de jaculatorias. Fue un día marcial. Y fue un día místico.
         Nosotros estábamos irresolutos.
         Y, vacilábamos entre el vivac y la misa.
         Habríamos querido como fórmula conciliatoria una misa de campaña.
         Madrugadoramente, salieron al campo de maniobras muchos automóviles metropolitanos. Salieron presurosos, raudos, alborozados, vocingleros. Y regresaron en la tarde jadeantes, acezantes, empolvados y amortecidos. Regresaron derrotados.
         En el campo las tropas hacían simulacro emocionante. Avanzaban, retrocedían, se buscaban, se esquivaban. Había centinelas y había alertas. La paz geórgica sufría una violación belicosa y sonora.
         Y en la ciudad estaba la gracia de Dios y de la Virgen Purísima.
         Nosotros quisimos quedarnos en la ciudad. Quisimos sentirnos místicos. Quisimos sentirnos unciosos. Quisimos sentirnos cristianos. Quisimos sentirnos infinitamente buenos. Y nos dimos golpes de pecho.
         Corríamos del comentario político y esquivábamos las preguntas. Sentíamos profana la murmuración. Nos hurtábamos a la curiosidad callejera.
         Pero las gentes pertinaces e impenitentes nos acechaban en todas partes y nos preguntaban a mansalva:
         —¿Ha leído las declaraciones del señor Montesinos? ¿Es cierto que el señor Pardo piensa todavía en el congreso extraordinario?
         —¿Han leído las declaraciones del señor Silva Santisteban? ¿Ven cómo los liberales están en disidencia?
         —¿Qué le ha parecido el reportaje al señor Maúrtua?
         —¿Han visto pasar al señor Prado y Ugarteche?
         Dejábamos sin respuesta a todas las gentes y nos santiguábamos.
         Pero seguían las gentes ajochándonos y tentándonos. Nos invitaban a hablar del señor Pardo. Nos preguntaban:
         —¿Qué piensan ustedes del señor Pardo?
         Completamente recogidos y cristianos respondíamos:
         —El señor Pardo es nuestro hermano en Jesucristo. Lo amamos como a nosotros mismos.
         Las gentes se quedaban estupefactas.
         Y se agrupaban a ver pasar los automóviles que volvían de las maniobras.
         Y más tarde tornaban a abordarnos:
         —¿Qué piensan ustedes del señor Echecopar? Y nosotros tornábamos a responderles:
         —El señor Echecopar es nuestro hermano en Jesucristo. Lo amamos como a nosotros mismos.
         Y agregábamos:
         —No queremos para él lo que no queremos para nosotros.
         Nuestra unción era infinita. Teníamos hondo misticismo. Nos dolía en el alma que toda la ciudad no lo tuviera también. Y nos dolía en el alma que en el campo cercano sonasen los clarines y los tambores.
         La minoría parlamentaria no sentía como nosotros. Influida por el señor Secada se empeñaba en sustraerse a la religiosidad del día. Quería ponerse belicosa y guerrera. Quería estar fuerte.
         Y para sentirse belicosa, guerrera y fuerte, se fue a los gallos.
         Riña. Sangre. Plumas. Dos gallo-gallinas pico a pico.
         —¡Voy al carmelo!
         —¡Voy al ajiseco!
         Una irreverencia criolla que pedía asperges y exorcismos.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 9 de diciembre de 1916. ↩︎