2.3. Oratoria festiva - Consagración

  • José Carlos Mariátegui

Oratoria festiva1  

         La minoría parlamentaria no ha dejado de hacer discursos. Los sigue haciendo. Los hará siempre. Su oratoria es imperecedera.
         Ya la oratoria de la minoría no es oratoria de combate. Es solo oratoria de banquetes. Oratoria de brindis. Oratoria cortesana. Oratoria festiva.
         Y, pues la minoría necesita prodigar los discursos y los brindis, necesita también prodigar los banquetes. Y los prodiga con espíritu alborozado, humorista y glotón.
         Un día le dio un banquete al doctor Manuel Químper. Otro día le dio un banquete al señor Torres Balcázar y al señor Basadre despidiéndoles de la Cámara por la terminación de su mandato y deseándoles el regreso. Otro día le dio un banquete al señor Secada por su cumpleaños.
         Las fiestas al señor Secada han sido múltiples. Comenzaron el 30 de noviembre, día en el que el país sintió la necesidad imperiosa de celebrar el cumpleaños del señor Secada, y no terminarán sino hoy. Comenzaron con un almuerzo en Bellavista y terminarán con un almuerzo en Otero.
         El mes de noviembre no ha sido solo mes de apoteosis para Bolognesi. No ha sido solo mes de apoteosis para la batalla de Tarapacá. No ha sido solo mes de apoteosis para el general Cáceres. Ha sido también mes de apoteosis para el señor Secada.
         El señor Secada no podía cumplir años sino en el mes de noviembre. El mes de noviembre lo reclamaba, lo demandaba, lo exigía. A nadie en el Perú podía ocurrírsele que el señor Secada cumpliese años en un mes distinto.
         Así lo pregona, así lo reclama, así lo dice todo el mundo.
         Nosotros, que a veces somos muy ingenuos y muy simplones, no sabemos explicárnoslo.
         Ayer nos han dicho:
         —El señor Secada estaba obligado a cumplir años en el mes de noviembre. Y estaba obligado a cumplir años el 30 de noviembre.
         Y nosotros hemos preguntado con candidez y pertinacia:
         —¿Por qué? ¿Por qué?
         Para que nos contestasen con un gesto:
         —¡Por qué se lo habían ordenado en un plebiscito nacional!
         No lo hemos contradicho. Tenemos un alma tímida y crédula que le ha cogido un miedo enorme a la controversia.
         Hoy se realiza el último de los agasajos al señor Secada. El epílogo de su apoteosis. Van a rodearlo en una mesa campesina y criolla muchos de sus compañeros de la cámara de diputados. Y va a sentarse, junto a él, el señor Manzanilla. Va a ser esta casi una sesión extraordinaria, cordial y humorística de la cámara joven. La minoría continuará diciendo discursos y continuará rindiendo su culto devoto a la oratoria.
         Y las gentes seguirán preguntándose en las calles:
         —Y la mayoría, ¿por qué no se reúne?, ¿por qué no se junta?, ¿por qué no se festeja?, ¿por qué no celebra sus éxitos? ¿O es que la mayoría está triste? ¿O es que no es mayoría?
         Y el puerto y la metrópoli seguirán festejando el “santo” del señor Secada, que es un “santo” del 30 de noviembre, que es un “santo” simpático, que es un “santo” alegre. Y que es el “santo” de un hereje.

Consagración  

         Los hombres nerviosos y vehementes de la ciudad se paran, miran al cielo, abren los brazos, bajan luego la mirada y preguntan a los transeúntes:
         —¡Vamos a ver! ¿Quién defiende al señor Pardo? ¿Quién elogia su política? ¿Quién saca la cara por ella?
         Los transeúntes, serenos y ponderados responden:
         —¡Qué sabemos nosotros!
         Y siguen su camino.
         Los hombres nerviosos continúan haciendo aspavientos y continúan preguntando a gritos:
         —¿Quién defiende al señor Pardo? ¿Quién nos dice “esto que hace está bien hecho”?
         Y es que los hombres nerviosos no conciben que haya dictadura fiscal y que no haya en cambio periódico que diga claro que es buena, que es loable, que es oportuna, que es justa, que es provechosa.
         Todas las mañanas, tras el desayuno, con el sabor de la última tostada en la boca, estos hombres se sientan en una mecedora y revisan uno a uno los periódicos.
         Y después de leer las protestas de la prensa de oposición y de reírse de las morisquetas que le hace al señor Pardo, se levantan y preguntan:
         —¿Quién dice lo contrario?
         Estos hombres no entienden que en una hora de controversias y de luchas, en que hay tantos clamoreos contra el gobierno, los diarios amigos del gobierno no salgan a defenderlo y elogiarlo.
         Y se indignan más cuando ven que la prensa amiga del gobierno, por todo elogio, le dice al señor Pardo que es un mandatario honesto, que maneja con austeridad la hacienda pública y que paga las deudas y las pensiones.
         El comentario de las calles les da plenamente la razón a los hombres nerviosos y vehementes que se indignan y que gritan.
         Y es muy justo.
         Tanto se elogia las aptitudes de pagador puntual del señor Pardo, tanto se las exalta, tanto se las alaba, que el país va a concluir convenciéndose equivocadamente de que el señor Pardo solo tiene esas aptitudes.
         Va a pensar que el señor Pardo, si no fuera presidente de la república, sería pagador de los montepíos o del Banco.
         Va a imaginarse la posibilidad de que aspire algún día al cargo de cajero fiscal.
         Y, por consiguiente, va a darle un susto muy grande y prematuro al señor Bruno Bueno.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de diciembre de 1916. ↩︎