2.29. Desvío - Inocentes
- José Carlos Mariátegui
Desvío1
Venimos de Miraflores. Fuimos a visitar la noble villa presidencial porque está acongojada y triste. Fuimos a darle nuestra condolencia. Fuimos a llorar junto con ella.
Hemos sentido las palpitaciones de una ciudad afligida. Hemos visto, hemos palpado y hemos oído a su ánima transida de dolor. Y cristianamente hemos echado sobre nuestros espíritus un poco de su pena para ver si le ofrecemos alivio y bienestar.
Miraflores está enferma.
El señor Pardo y su familia van a abandonar al balneario de la alameda y de los jardines. La Punta, coquetísima y seductora, los ha enamorado. Y el señor Pardo y su familia van a dejar por una estación a Miraflores para entregarse a La Punta.
El anuncio del viaje presidencial produjo primero una impresión de cólera y de enfado en Miraflores. La villa aristocrática tuvo un gesto belicoso. Se indignó tanto como si para ella sola hubiera salido una nueva prórroga del presupuesto. Se crispó su ademán y se torció su gesto. Miraflores amaneció con adusto y violento entrecejo.
Pero cuando el anuncio tuvo confirmación, cuando sonaron en la casa presidencial los primeros aprestos de la partida, cuando se sintió inminente la hora del adiós, Miraflores se llenó de compunción y de amargura. Y tuvo la aflicción de las amantes abandonadas.
Desde ese minuto Miraflores está enferma. Son nubladas sus auroras, melancólicas sus atardeceres, quejumbroso su céfiro. Las flores viven menos y aroman menos todavía. Los árboles se entumecen. Las calles se inundan de malestar y de fastidio. Y los perros ladran a media noche.
No mentimos.
Venimos de Miraflores. Acabamos de ver su sufrimiento y de compartir su desazón. Acabamos de hacernos solidarios con su melancolía y con su enfado. Acabamos de compulsar su amargura.
Miraflores no sabe explicarse este desvío del señor Pardo. Fue siempre su bienamada. Fue siempre su predilecta. Y no puede darse cuenta de los motivos que le quitan al señor Pardo y que la dejan sin su señorío.
Se pregunta Miraflores si el mar de La Punta, será mejor que el suyo. Y se responde que no. Se pregunta Miraflores si la brisa de La Punta, será más plácida que la suya. Y se responde también que no. Se pregunta Miraflores si las mujeres de La Punta, serán más bellas e inteligentes que las suyas. Y, después de mirarlas y de atender sus señas, torna a responderse que no.
La más triste es la alameda. La avenida de la Magdalena existe porque el señor Pardo tiene su señorío y sus reales en Miraflores. Si ese señorío y esos reales se van a La Punta, la avenida perderá su grandeza, su autoridad, sus atributos. Será una avenida vulgar. De ella harán su vía los lecheros y en sus rutas muelles irrumpirán los ganados. Sucios y audaces gallinazos se detendrán en sus cercados. Y astrosos granujas harán cancha de sus óvalos.
Mucho hay que temer del dolor y del desagrado de Miraflores. La amante abandonada es siempre terrible. El señor Pardo no ha salido aún de sus dominios. Aún siente Miraflores la huella de su planta y de su automóvil. Es muy probable que se persuada de que debe impedir y castigar la huida del señor Pardo. Y es muy probable que lo plagie atrevidamente.
Una rebelión, la rebelión de un balneario resentido puede estallar una de estas mañanas.
Y, ahora que tienen tanta resonancia los secuestros, el señor Pardo puede ser secuestrado como en los folletines.
Nosotros escribiríamos, en obsequio del señor Pardo y de Miraflores, el capítulo de una novela romántica.
Hemos sentido las palpitaciones de una ciudad afligida. Hemos visto, hemos palpado y hemos oído a su ánima transida de dolor. Y cristianamente hemos echado sobre nuestros espíritus un poco de su pena para ver si le ofrecemos alivio y bienestar.
Miraflores está enferma.
El señor Pardo y su familia van a abandonar al balneario de la alameda y de los jardines. La Punta, coquetísima y seductora, los ha enamorado. Y el señor Pardo y su familia van a dejar por una estación a Miraflores para entregarse a La Punta.
El anuncio del viaje presidencial produjo primero una impresión de cólera y de enfado en Miraflores. La villa aristocrática tuvo un gesto belicoso. Se indignó tanto como si para ella sola hubiera salido una nueva prórroga del presupuesto. Se crispó su ademán y se torció su gesto. Miraflores amaneció con adusto y violento entrecejo.
Pero cuando el anuncio tuvo confirmación, cuando sonaron en la casa presidencial los primeros aprestos de la partida, cuando se sintió inminente la hora del adiós, Miraflores se llenó de compunción y de amargura. Y tuvo la aflicción de las amantes abandonadas.
Desde ese minuto Miraflores está enferma. Son nubladas sus auroras, melancólicas sus atardeceres, quejumbroso su céfiro. Las flores viven menos y aroman menos todavía. Los árboles se entumecen. Las calles se inundan de malestar y de fastidio. Y los perros ladran a media noche.
No mentimos.
Venimos de Miraflores. Acabamos de ver su sufrimiento y de compartir su desazón. Acabamos de hacernos solidarios con su melancolía y con su enfado. Acabamos de compulsar su amargura.
Miraflores no sabe explicarse este desvío del señor Pardo. Fue siempre su bienamada. Fue siempre su predilecta. Y no puede darse cuenta de los motivos que le quitan al señor Pardo y que la dejan sin su señorío.
Se pregunta Miraflores si el mar de La Punta, será mejor que el suyo. Y se responde que no. Se pregunta Miraflores si la brisa de La Punta, será más plácida que la suya. Y se responde también que no. Se pregunta Miraflores si las mujeres de La Punta, serán más bellas e inteligentes que las suyas. Y, después de mirarlas y de atender sus señas, torna a responderse que no.
La más triste es la alameda. La avenida de la Magdalena existe porque el señor Pardo tiene su señorío y sus reales en Miraflores. Si ese señorío y esos reales se van a La Punta, la avenida perderá su grandeza, su autoridad, sus atributos. Será una avenida vulgar. De ella harán su vía los lecheros y en sus rutas muelles irrumpirán los ganados. Sucios y audaces gallinazos se detendrán en sus cercados. Y astrosos granujas harán cancha de sus óvalos.
Mucho hay que temer del dolor y del desagrado de Miraflores. La amante abandonada es siempre terrible. El señor Pardo no ha salido aún de sus dominios. Aún siente Miraflores la huella de su planta y de su automóvil. Es muy probable que se persuada de que debe impedir y castigar la huida del señor Pardo. Y es muy probable que lo plagie atrevidamente.
Una rebelión, la rebelión de un balneario resentido puede estallar una de estas mañanas.
Y, ahora que tienen tanta resonancia los secuestros, el señor Pardo puede ser secuestrado como en los folletines.
Nosotros escribiríamos, en obsequio del señor Pardo y de Miraflores, el capítulo de una novela romántica.
Inocentes
Ayer las gentes tuvieron entretenimiento para todo el día. Se pasaron las horas haciéndose inocentes. Inocentes los gobiernistas. Inocentes los de la oposición. Inocentes los grandes. Inocentes los chicos. Inocente todo el mundo.
Nosotros quisimos llevarles la delantera a las gentes metropolitanas. Ya las 2 de la mañana escribimos que el señor Balbuena retiraba su candidatura. La ciudad asombrada nos despertó con bulliciosas interrogaciones:
—¿Es posible que haya desistido el señor Balbuena? ¿Por qué ha desistido? ¿Por qué se ha apartado de la lucha? ¿Por qué ha corrido?
Y nosotros le gritamos a la ciudad llenos de risa:
—¡Inocente!
Las mendacidades y los embustes siguieron madrugadores y pertinaces.
La imaginación pública se ponía en gigante atrenzo de mentira y de falso testimonio. Y los hombres risueños y los hombres graves se reían y se refocilaban como unos chicos.
Había unas invenciones sensacionales.
—¡Ha llegado el señor Leguía!
—¿Cuándo?
—¡Hoy mismo!
—¡Vamos a saludarlo!
—¡Se lo han llevado preso!
—¡Vamos a escondernos!
—¡Inocentes!
Carcajadas. Las gentes se regocijaban cual si se hubiera resbalado un transeúnte gordo. Y vociferaban como locas:
—¡Inocentes!
Y más mentiras.
—Ha renunciado el gabinete.
—¿Por qué ha renunciado?
—¡Inocentes!
Y más engaños.
–¡El señor Peña Murrieta ha convocado al congreso!
–¿Desde Huancayo?
—¡Inocentes!
Y más lisuras.
—¡Ha retirado su candidatura el señor Manuel Bernardino Pérez!
—¿Para presentarla por otra provincia?
—¡Inocentes!
Nosotros protestábamos indignados:
—¡Abuso ¡Nos plagian! ¡Nos roban! ¡Nos despojan! ¡Porque somos chicos!
Pero nadie nos oía y las gentes seguían gritando tonterías:
—¡Se te ha caído el pañuelo!
—¡Se ha casado el coronel Zapata!
—¡Ha llegado un submarino alemán!
—¡Se ha perdido el señor Pardo!
Y luego el coro de zumbas y de carcajadas:
—¡Inocente! ¡Inocente!
Nosotros acabamos por tornarnos serios. Nos sentimos soliviantados por tanto buen humor y por tanta alegría. Nos arrepentimos de haber amanecido con ganas de falso testimonio. Nos lamentamos de la frivolidad callejera. Y, sobre todo, hablamos así:
—Aquí somos inocentes todo el año. Desde el 1º de enero hasta el 31 de diciembre. El 28 de diciembre no nos hace falta alguna. El señor Pardo nos dijo que íbamos a ser felices y nos ha engañado. El señor Prado y Ugarteche nos dijo que nos iba a dar un manifiesto y hasta ahora no despliega los labios. El señor Riva Agüero nos afirmó que era un gran hombre y no lo ha cumplido. ¡Todos nos mienten! Hace ya mucho tiempo el general San Martín nos aseguró que éramos libres y también nos han engañado. El mejor observador del medio fue el señor Francisco Rivero. Nos anunciaba temblores todos los días y la tierra seguía quieta. ¡Aquí somos siempre muy inocentes! ¡Aquí no nos hace falta un día expreso para serlo!
Y todo esto se lo repetimos al regente con tanta elocuencia y tanta emoción que lo convencimos.
Nosotros quisimos llevarles la delantera a las gentes metropolitanas. Ya las 2 de la mañana escribimos que el señor Balbuena retiraba su candidatura. La ciudad asombrada nos despertó con bulliciosas interrogaciones:
—¿Es posible que haya desistido el señor Balbuena? ¿Por qué ha desistido? ¿Por qué se ha apartado de la lucha? ¿Por qué ha corrido?
Y nosotros le gritamos a la ciudad llenos de risa:
—¡Inocente!
Las mendacidades y los embustes siguieron madrugadores y pertinaces.
La imaginación pública se ponía en gigante atrenzo de mentira y de falso testimonio. Y los hombres risueños y los hombres graves se reían y se refocilaban como unos chicos.
Había unas invenciones sensacionales.
—¡Ha llegado el señor Leguía!
—¿Cuándo?
—¡Hoy mismo!
—¡Vamos a saludarlo!
—¡Se lo han llevado preso!
—¡Vamos a escondernos!
—¡Inocentes!
Carcajadas. Las gentes se regocijaban cual si se hubiera resbalado un transeúnte gordo. Y vociferaban como locas:
—¡Inocentes!
Y más mentiras.
—Ha renunciado el gabinete.
—¿Por qué ha renunciado?
—¡Inocentes!
Y más engaños.
–¡El señor Peña Murrieta ha convocado al congreso!
–¿Desde Huancayo?
—¡Inocentes!
Y más lisuras.
—¡Ha retirado su candidatura el señor Manuel Bernardino Pérez!
—¿Para presentarla por otra provincia?
—¡Inocentes!
Nosotros protestábamos indignados:
—¡Abuso ¡Nos plagian! ¡Nos roban! ¡Nos despojan! ¡Porque somos chicos!
Pero nadie nos oía y las gentes seguían gritando tonterías:
—¡Se te ha caído el pañuelo!
—¡Se ha casado el coronel Zapata!
—¡Ha llegado un submarino alemán!
—¡Se ha perdido el señor Pardo!
Y luego el coro de zumbas y de carcajadas:
—¡Inocente! ¡Inocente!
Nosotros acabamos por tornarnos serios. Nos sentimos soliviantados por tanto buen humor y por tanta alegría. Nos arrepentimos de haber amanecido con ganas de falso testimonio. Nos lamentamos de la frivolidad callejera. Y, sobre todo, hablamos así:
—Aquí somos inocentes todo el año. Desde el 1º de enero hasta el 31 de diciembre. El 28 de diciembre no nos hace falta alguna. El señor Pardo nos dijo que íbamos a ser felices y nos ha engañado. El señor Prado y Ugarteche nos dijo que nos iba a dar un manifiesto y hasta ahora no despliega los labios. El señor Riva Agüero nos afirmó que era un gran hombre y no lo ha cumplido. ¡Todos nos mienten! Hace ya mucho tiempo el general San Martín nos aseguró que éramos libres y también nos han engañado. El mejor observador del medio fue el señor Francisco Rivero. Nos anunciaba temblores todos los días y la tierra seguía quieta. ¡Aquí somos siempre muy inocentes! ¡Aquí no nos hace falta un día expreso para serlo!
Y todo esto se lo repetimos al regente con tanta elocuencia y tanta emoción que lo convencimos.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 29 de diciembre de 1916. ↩︎