2.28. Mala noticia - Cónclave cotidiano

  • José Carlos Mariátegui

Mala noticia1  

         Nos han dado una noticia tremenda esta madrugada. Una noticia consternadora. Una noticia imprevista. Una noticia que nos ha partido el alma. ¡Ha desistido el señor Balbuena!
         Los políticos jóvenes y nocherniegos han venido a nuestra casa para darnos esta nueva tan triste. Y nos han rodeado afligidos, compungidos y plañideros. Ni ellos ni nosotros hemos sabido explicarnos el motivo de la renuncia del señor Balbuena. Y todos hemos estado a punto de echarnos a llorar como unas criaturas.
         Nosotros hemos querido rebelarnos contra la noticia. Hemos querido alzarnos contra la verdad. Hemos querido sublevarnos contra el destino. Y hemos gritado:
         —¡No puede ser! ¡No debe ser! ¿El señor Balbuena renuncia a su candidatura? ¿Quién lo dice?
         Y nos han respondido:
         —¡Todo el mundo! ¡El mismo señor Balbuena! ¡El dimisionario! ¡La ciudad entera lo sabe! ¡La ciudad entera está de luto!
         Pero nosotros hemos seguido protestando:
         —¡Nosotros lo persuadiremos de que el desistimiento es un disparate! ¿El señor Balbuena, nuestro gran amigo, va a imitar al señor Riva Agüero? ¡No puede ser! ¡No debe ser!
         Y se han obstinado en contradecirnos:
         —¡No hay quién convenza al señor Balbuena!
         Nos hemos indignado. Hemos acudido al teléfono. Y hemos llamado a la Central:
         —¡Aló! ¡Aló! ¡Señorita! ¡Comuníquenos con la casa del señor Gerardo Balbuena! ¡Ahora mismo!
         Y la Central nos ha dicho:
         —¿Con la casa del señor Gerardo Balbuena? ¡Imposible! Todo Lima está llamando a ella. Y el señor Balbuena, para que no lo molesten tanto, ha descolgado el fono. El señor Balbuena tiene mucho sueño.
         Nos hemos tirado sobre una butaca y nos hemos mesado los cabellos, como en los dramas.
         Repentinamente han hecho irrupción en la imprenta nuevas gentes. Han llegado agitadas, sudorosas, vociferantes. Y se han acercado a nosotros, gritando y jadeando:
         —¡Aquí está la dimisión del señor Balbuena!
         Les hemos tendido las manos, abrumados ya por la aflictiva grandeza de la certidumbre:
         —¡A ver! ¡A ver!
         Y ha sido en verdad la dimisión. Elocuente, emocionante, conceptuosa, como todo lo que hace el señor Balbuena.
         La hemos leído con prisa en los labios y con lágrimas en los ojos:
 
Ciudadanos de Lima:
 
         Mi espíritu tiene la religión de la democracia, pero tiene también la religión del desinterés. Yo quiero ser un hombre abnegado. Y antes que un grande hombre quisiera ser un hombre justo. Busco mi ejemplo en el prudente Arístides y en el virtuoso Lincoln.
         Y mi desinterés me manda en esta hora suprimir la lucha electoral. Yo me encuentro ante el deber de retirar mi candidatura.
         Yo, ciudadanos, soy actualmente diputado. Mis contendores no lo son. El doctor Miró Quesada ha dejado de serlo hace mucho tiempo y el señor Torres Balcázar deja de serlo este año. ¡Votad, pues, por ellos! ¡Si les dais vuestros votos, ciudadanos austeros e incomparables, ellos entrarán a la Cámara de Diputados y serán mis compañeros!
         Mi desistimiento me da un puesto en la historia. ¡Y un puesto en la historia vale una abnegación!

         El papel se nos ha caído de las manos. Pero inmediatamente nuestra admiración al señor Balbuena ha crecido hasta el techo. Y hemos gritado:
         —¡El señor Balbuena es un gran hombre!
Y nos hemos puesto a escribir en nuestra máquina para darle al público la mala noticia.
         ¡Son las dos de la mañana del 28 de diciembre, gentes de Lima y del Perú entero!

Cónclave cotidiano  

         Mientras todos los peruanos nos pasamos las horas hablando mal del gobierno y hablando mal de nosotros mismos, mientras todos los peruanos nos abandonamos a una negligencia musulmana, mientras todos los peruanos encontramos la felicidad en la regalada posición supina, hay cuatro grandes ciudadanos, dos liberales y dos civilistas, que están velando y trabajando por la felicidad de la patria con un empeño entusiasta.
         Todos los días los ve la ciudad pasar por las calles con una gravedad trascendental. La ciudad se agita y hace comentarios. Y en sus esquinas se dialoga así:
         —¿A dónde van a estas horas el señor Echenique, el señor Schreiber, el señor Durand y el señor Sayán y Palacios?
         —No van: vienen.
         —¿De dónde vienen entonces?
         —Vienen de extenderles patentes de popularidad a los candidatos.
         —Pero, ¿dónde han estado?
         —En el Palacio de los Senadores.
         Y las gentes se quedan muy conformes de que estos cuatro grandes ciudadanos quieran hacer el bien de la nación en el Palacio del Senado. Y encuentran admirable que se reúnan y se conchaben en este Palacio, probablemente porque otrora fue el del Santo Tribunal de la Inquisición.
         Pero hay muchas gentes que se rebelan contra estos funcionarios del bienestar público. Hay muchas gentes que no transigen con sus decisiones y que critican sus dictámenes. Hay muchas gentes que no creen que el señor Echenique, el señor Schreiber, el señor Durand y el señor Sayán y Palacios juntos puedan salvar al Perú. Estas gentes incrédulas han llegado a nosotros para interpelarnos.
         —¿Han leído ustedes esta nómina de candidaturas?
         —Sí.
         —¡Estas son las candidaturas populares del Perú!
         —Así nos han contado.
         —¡Una mentira! ¡Una enorme mentira! ¡Una fabulosa mentira! ¡Aquí está el nombre del señor Ernesto Zapata! ¿El señor Ernesto Zapata es popular?
         —¿El señor Ernesto Zapata que es director de Correos y Telégrafos?
         —¡El mismo! ¿El señor Ernesto Zapata, director de Correos y Telégrafos, puede ser popular en Tacna?
         —Nos parece que el director de Correos y Telégrafos puede ser popular en todo el Perú.
         —¿Y el señor Manuel Bernardino Pérez, puede ser popular en Cajamarquilla?
         —También el señor Manuel Bernardino Pérez puede ser popular en todo el Perú.
         —¿Y el señor Luis Julio Menéndez puede ser popular en Huancavelica?
         —Tal vez.
         —¡Imposible!
         Y así estas gentes indignadas han estado a punto de abrumarnos y de aturdirnos con sus gritos. Nos han dejado asustados. Nos han dejado persuadidos de que los dos delegados civilistas y los dos delegados liberales no están haciendo la felicidad de la patria.
         Y nos han dejado en las manos el cuadro de las representaciones vacantes que es a estas horas inquietante tablero de las ubicaciones.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de diciembre de 1916. ↩︎