2.26. Árbol de navidad

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Tenemos en estas horas un alma diáfana, ingenua, infantil y candorosa como el alma de un niño o como el alma de un villancico.
         Hemos ido en la madrugada a la misa de gallo y la hemos oído con contrición. Hemos ido al restorán y hemos cenado tamales y otras viandas criollas. Hemos ido a varios nacimientos y le hemos cantado una alabanza al Niño. Hemos ido a las carreras de Pascua y nos hemos conformado con el fracaso de nuestras apuestas. Hemos ido a la Nochebuena. Hemos ido a todos los lugares y a todos los festejos de la Navidad. Y hemos buscado en el cielo la estrella de Oriente.
         Hacen veinticuatro horas que andamos en busca de alguien que quiera regalarnos un juguete. Un juguete bien inocente y bien pueril. Un polichinela o una sonaja. Un diábolo o un trompo. Y estamos llenos de la gracia del Espíritu Santo.
         Las gentes nos han atajado en las calles para hablarnos de la política y del señor Pardo. Y nosotros nos hemos alejado de las gentes llenos de horror.
         Pero las gentes han seguido empeñadas en arrastrarnos al comentario. Y han parecido obstinadas en hacernos un reportaje.
         Hemos ido de prisa por las calles hurtándonos a la agresión de las preguntas irrespetuosas e imprudentes. Mas no hemos tenida fortuna.
         El señor Secada, nervioso, magro, vibrátil y acidulado, nos ha detenido sorpresivamente con sus dos brazos abiertos de par en par. Hemos tenido que abrazarlo y felicitarlo. Y hemos tenido que dejarlo luego, porque nos ha dicho:
         —¡Tengo que decir todavía muchas cosas! ¡Háganme ahora mismo un reportaje!
         El señor Torres Balcázar, gordo, majestuoso y boyante, nos ha abordado también lleno de sonrisas y de amabilidades. Y nos ha preguntado:
         —¿Ya han desistido los demás candidatos a las diputaciones por Lima? ¿Ya ha desistido Balbuena?
         Hemos huido aceleradamente.
         El señor Borda, chico, guapo y redondo, ha surgido también a nuestro paso. Y nos ha gritado muy fuerte:
         —¡Aquí está la minoría!
         El señor Augusto Bedoya, marcial, rotundo y fuerte como un puño cerrado, ha parado su coche para invitarnos:
         —¡Vengan ustedes conmigo a visitar al general Cáceres! ¡Vengan ustedes conmigo a abrazarlo! ¡Es un héroe!
         Y hasta en el hipódromo, el señor Químper, que siempre nos habla solo de handicaps, de inbreedings, de two years importados y de su crack Wilful, porque para nosotros no ha hecho nunca sus discursos sobre La Brea y Pariñas, nos ha preguntado hoy:
         —¿Qué hay de política?
         Nos hemos defendido, sin embargo, de estas tentaciones con toda fortaleza y con toda austeridad. Y hemos seguido dueños de nuestra diafanidad espiritual. Ha continuado en nuestros labios el villancico y ha seguido en nuestro corazón el Niño Dios.
         Y ha habido, para definitiva victoria de nuestros anhelos, un hombre que ha sabido comprendernos y halagarnos.
         Ha sido el señor Balbuena.
         El señor Balbuena, que no ha desistido, que no desiste, que no desistirá jamás, nos ha abrazado y nos ha dicho así:
         —¡Felices Pascuas, amigos míos! ¡Los he estado buscando todo el día! ¡Por fin los encuentro! ¡Y cuánto me alborozo de esta fortuna! ¡Vengan ustedes conmigo! ¡Vengan ustedes al árbol de navidad de mi casa! ¡Les daré juguetes y les daré dulces! ¡Hay cornetas, hay matracas, hay pitos, hay atambores, hay caramelos, hay bolitas!
         Y el señor Balbuena no nos ha hablado ni una palabra de política. Ya no nos ha cabido duda alguna de que es un hombre inteligente. Y lo hemos acompañado para mirar infantilmente su árbol de navidad tan bueno y generoso.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de diciembre de 1916. ↩︎