2.25. El cuento de ahora

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Esta es una anécdota auténtica. La vamos a escribir para la Historia del Perú y no para el Almanaque de Bristol. Nos ponemos la mano derecha sobre el corazón para jurar que decimos la verdad. Y si alguien duda todavía de este juramento lo repetimos de rodillas.
         Y esta anécdota auténtica es una anécdota del señor Pardo. Nosotros que estamos aquí para glosar la figura y la vida del señor Pardo, no podemos consentir que no haya quien esté cerca de él para contar a la posteridad sus anécdotas. Y las estamos buscando por todas partes para dárselas al doctor Nemesio Vargas o al doctor Carlos Wiesse.
         Todos los días, al descender del carro eléctrico que lo traía de Miraflores, el señor Pardo era saludado en la estación por un voto que parecía un voto nacional, tal era de generoso, reverente y magnánimo:
         —¡Dios guarde a V. E. muchos años!
         Un viejo muy viejo, uno de aquellos viejos que tienen tal vez cien años sin que ellos mismos lo sepan, era quien saludaba de esta manera al señor Pardo todos los días.
         Y este viejo era puntual en su presencia en la estación y puntual también en el saludo. El señor Pardo sentía en este saludo una manifestación de la voluntad nacional y dispensaba a veces una sonrisa al viejo solícito y afectuoso. Y jamás le inquietó la significación del saludo ni quiso investigar su móvil.
         Pero desde hace algunos días, tantos como ha echado sobre el país la papelería de la dictadura fiscal, el señor Pardo se ha tornado muy susceptible, muy nervioso, muy nuevo. Y el saludo cotidiano había comenzado a inquietarlo. Lo encontraba más obstinado, más exacto, más cariñoso. Y se preguntaba por qué este viejo seguiría diciéndole todos los días:
         —¡Dios guarde a V. E. muchos años!
         Un día, un día reciente, un día indiscreto, el señor Pardo le confió su pensamiento a un grande hombre de su amistad y de su simpatía que le acompañaba en el viaje.
         Y lo interrogó:
         —¿Se explica usted la pertinacia de este viejo en desearme muchos años de vida?
         El grande hombre de la amistad y de la compañía presidenciales respondió:
         —No me la explico.
         Y el viaje del señor Pardo y del grande hombre siguió silencioso y turbado.
         Pero el grande hombre habló luego de esta suerte:
         —Yo he leído una anécdota, que no viene al caso por supuesto. Mas resulta muy interesante. La he leído cuando era chico, que es cuando se leen todas estas tonterías. Había un rey que era saludado cotidianamente, lo mismo que S. E., por una gitana muy vieja.
         Hubo una pausa durante la cual el señor Pardo encontró muy interesante y muy respetuoso el símil.
         —Y esta gitana vieja le decía todos los días al rey “Dios guarde a Vuestra Majestad muchos años”.
         El señor Pardo sintió que el símil era más acentuado, más notable, más cortés.
         —Un áulico del rey quiso saber un día el sentido del saludo y abordó a la gitana. La gitana le dijo: “El abuelo de este rey era un rey malo y yo lo saludaba siempre así. Murió el abuelo y lo sucedió el padre de este rey. Y era más malo que su antecesor. Y yo le seguía deseando muchos años de vida en la previsión de que su sucesor sería peor que él. Murió el padre y le ha sucedido el hijo. El hijo es efectivamente peor que el padre. Y yo le deseo una vida eterna porque su sucesor será más malo que todos los predecesores de la historia”.
         Calló el grande hombre de la amistad y de la compañía presidenciales.
         Y el señor Pardo pensó que el símil de la anécdota era insensato, absurdo, imprudente, necio.
         El señor Pardo había llegado al Palacio del Gobierno.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de diciembre de 1916. ↩︎